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2 enero 2020, evangelio según san Juan 1, 19-28

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?»
Él confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo:
«No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió: «No».
Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

REFLEXION 2 ENERO

El Bautista, al que habíamos oído en el Adviento preparando los caminos del Señor, ahora lo señala ya presente en medio de Israel.
Con toda honradez da testimonio de que él, Juan, no es el Mesías: yo no soy.
Yo soy la voz que grita. Al que viene detrás de mí yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz.
Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo».

En los primeros días de este nuevo año, los que estamos celebrando en cristiano la Encarnación de Dios en nuestra historia, tenemos motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fiesta, y permanecerle fieles la mejor consigna para el nuevo año.
Hemos aceptado a Cristo Jesús en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. No por eso sucederán milagros en nuestra vida, pero si Navidad continúa dentro de nosotros, y no sólo en los días del calendario, cambiará el color de todo el año.

El Señor saldrá a nuestro encuentro cada día, en la vida ordinaria, en los días felices y en los de tormenta, para darnos ánimos y sentido de vivir.

También nosotros experimentamos la presencia, en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, del mal y de lo que podemos llamar «anticristos», 0 sea, lo que no es Cristo, lo que no es su Evangelio, sino el antievangelio.
Las bienaventuranzas de Jesús no coinciden para nada con las que nos ofrece el mundo. Haremos bien en mantener abiertos los ojos y saber discernir lo que es verdad y lo que es mentira.
Después de una semana de la Navidad, ¿«permanecemos» en la misma clave de fe y alegría, unidos al Padre y a Cristo, movidos por su Espíritu? ¿o ha sido una celebración fugaz y superficial?


1 enero 2020, Santa María Madre de Dios, evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Hoy es la octava de navidad y el primer día del nuevo año, una conclusión y un comienzo. La Iglesia lo dedica a María, a quien encontramos en cada estadio de la andadura de la vida, en su momento inicial y "en la hora de nuestra muerte".

También se conmemora esto, la imposición del nombre de Jesús al niño de María pero el objeto principal de la fiesta es la maternidad virginal de María contemplada a la luz de la navidad.

De hecho, la liturgia de este día tuvo siempre un marcado carácter mariano, de manera que el cambio de título sirve casi exclusivamente para explicar lo que estaba implícito en la misa y en el oficio de la octava de navidad. Los historiadores de la liturgia saben, desde hace mucho tiempo, que esta fiesta del 1 de enero es, sorprendentemente, la celebración más antigua en honor de Nuestra Señora en la liturgia romana. Las antífonas, que exaltan la maternidad divina de María, están tomadas del oficio antiguo y han sido utilizadas durante varios siglos. He aquí un bello ejemplo, tomado de Laudes:
La madre ha dado a luz al rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya.
Los padres griegos aplicaron a María el título Theotokos (portadora de Dios) ya en el siglo III. Los concilios de Efeso y de Calcedonia defendieron este título. En Occidente, María fue venerada de forma similar como Dei Genitrix (Madre de Dios). En el antiguo canon romano es conmemorada como la "siempre virgen madre de Jesucristo nuestro Señor y Dios".

En palabras del papa Pablo VI, "el tiempo de navidad es una conmemoración prolongada de la maternidad divina, virginal y salvífica de aquella cuya virginidad inviolada dio el Salvador al mundo". La fiesta de hoy es un resumen y una exaltación de este misterio. Tiene por finalidad "exaltar la singular dignidad que este misterio reporta a la santa Madre a través de la cual recibimos al Autor de la vida (Marialis cultus, 5).

El misterio de la maternidad divina es realmente la verdad fundamental acerca de la virgen María. Otras fiestas ocupan lugares más elevados en el orden jerárquico, pero es preciso recordar que las dos más importantes tienen una relación directa con la fiesta de hoy. La inmaculada concepción tiene presente la función de María como madre de la palabra encarnada. Esa fue la manera que Dios escogió para preparar una morada digna para su Hijo. La mayor de todas las fiestas marianas, la asunción, no es sino la consecuencia de su maternidad divina, pues no era conveniente que el "Tabernáculo de Dios" sufriera la corrupción.

La doctrina de la maternidad divina no es sólo un dogma católico, sino que es una creencia que compartimos con muchos cristianos de otras denominaciones. Y esto es importante, porque, hablando en general, los protestantes tienen dificultades con la inmaculada concepción e incluso con la asunción de María a los cielos. Aquí pisamos, al menos, una base común, como dijo un portavoz de ellos: "Cuando dices que María es la madre de Dios, lo has dicho todo".

31 diciembre, evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Reflexión del 31 diciembre

Es bueno que terminemos lúcidamente el año. «Es la última hora», decía la carta de san Juan, y nos invitaba a vigilar para que no se mezcle el error y la mentira en nuestra fe, a saber discernir entre el Cristo y los anticristos, entre el embuste y la verdad. En fechas como el fin de año necesitamos sabiduría para que nuestra historia personal y comunitaria no se desvíe de ese Cristo que, además de Niño nacido en Belén, se nos presenta como la Palabra y la Verdad y la Vida.
Nosotros, que hemos visto su gloria y hemos cantado nuestra fe en él en estas fiestas de Navidad, los que le hemos acogido en nuestra existencia, nos vemos obligados a que nuestro seguimiento sea más generoso y coherente.

Navidad es luz y gracia, pero también examen sobre nuestra vida en la luz. Cada uno hará bien en reflexionar en este último día del año si de veras se ha dejado poseer por la buena noticia del amor de Dios, si está dejándose iluminar por la luz que es Cristo, si permanece fiel a su verdad, si su camino es el bueno o tendría que rectificarlo para el próximo año, si se deja embaucar por falsos maestros. En este discernimiento nos tendríamos que ayudar los unos a los otros, para distinguir entre lo que es sano pluralismo y lo que es desviación, entre lo que obedece al Espíritu de Cristo 0 al espíritu del mal.

Junto a la vigilancia, las lecturas de hoy nos invitan a la alegría: ¿con qué mejor noticia podemos terminar el año que con la que nos da el evangelio de hoy: que los que creemos en Cristo Jesús somos hijos de Dios, nacidos del mismo Dios? Porque el Hijo de Dios se ha hecho hermano nuestro, nosotros somos hermanos de él y entre nosotros, y a la vez hijos del mismo Padre del cielo, llenos de la gracia de Jesús, iluminados con su luz y fortalecidos con su vida.

En la Eucaristía de hoy podemos dar gracias a Dios por todos los beneficios que hemos recibido de él a lo largo del año, sobre todo por habernos hecho hijos en el Hijo y hermanos los unos de los otros.

Y a la vez deberemos pedirle perdón por nuestros fallos, porque seguramente en el camino recorrido habrá luces y sombras, éxitos y fracasos, porque nunca acabamos de acoger a Cristo plenamente en nuestra vida y más de una vez nos habrá resultado más fácil seguir los caminos de este mundo que los evangélicos que él nos enseña.


30 diciembre, 6º dia octava de navidad,

evangelio según san Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión del 30 diciembre



La anciana Ana es otro testimonio entrañable en el ámbito de la Navidad.

Además de Esteban, Juan, los Inocentes, el anciano Simeón, los pastores, los magos, y sobre todo José y María, ahora es esta buena mujer, sencilla, de pueblo, que desde hace tantos años sirve en el Templo, y que ha sabido reconocer la presencia del Mesías y da gracias a Dios, y después habla del Niño a todos los que la quieren escuchar.

Ana no prorrumpe en cánticos  como los de Zacarías o Simeón. Ella habla del Niño y da gloria a Dios. Es «vidente» en el sentido de que tiene la vista de la fe, y ve las cosas desde los ojos de Dios. Es una mujer sencilla, viuda desde hace muchos años. Y nos da ejemplo de fidelidad y de amor.

En lo sencillo y lo cotidiano anda Dios. Como también sucedió en los años de la infancia y juventud de Jesús. El evangelio de hoy termina diciendo que su familia vuelve a Nazaret, y allí «el niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba». Los vecinos no notaban nada. Sólo José y María sabían del misterio. Pero Dios ya estaba entre nosotros y actuaba.

Ana es una del grupo de los «pobres de Yavé», de los que esperaban confiados la salvación de Dios y la llegaron a celebrar gozosamente. Representante de tantas personas que desde su vida de cada día sirven a Dios y siguen el camino de Jesús. Puede que sin mucha, pero saben discernir los signos de los tiempos y se dan cuenta más que otros que se la dan de sabios de la presencia de Dios en sus vidas.


28.12.2019, sábado, santos inocentes


evangelio según san Mateo 2, 13-18



Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta:
«De Egipto llamé a mi hijo».
Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos.
Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
«Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes;
es Raquel que llora por sus hijos
y rehúsa el consuelo, porque ya no viven».

Reflexión del 28.12.2019


Sea cual sea la exacta historicidad de la huida a Egipto y del episodio de los niños de Belén, muy creíble dada la envidia y maldad del rey Herodes, el pasaje de Mateo nos ayuda a entender toda la profundidad del nacimiento del Mesías. Es la oposición de las tinieblas contra la luz, de la maldad contra el bien. Se cumple lo que Juan dirá en su prólogo: «vino a su casa y los suyos no le recibieron».

Seguramente Mateo quiere establecer también un paralelo entre Moisés liberado de la matanza de los niños judíos en Egipto, y Jesús, salvado de la matanza de los niños por parte de Herodes. Los dos van a ser liberadores de los demás: del pueblo de Israel y de toda la humanidad. Pero antes son liberados ellos mismos.

Los niños de Belén, sin saberlo ellos, y sin ninguna culpa, son mártires. Dan testimonio «nodepalabrasinocon sumuerte». Sin saberlo, seunenaldestino trágico de Jesús, que también será mártir, como ahora ya empieza a ser desterrado y fugitivo, representante de tantos emigrantes y desterrados de su patria. El amor de Dios se ha manifestado en la Navidad. Pero el mal existe, y el desamor de los hombres ocasiona a lo largo de la historia escenas como ésta y peores.

De nuevo la Navidad se vincula con la Pascua. En el Nacimiento ya está incluida la entrega de la Cruz. Y en la Pascua sigue estando presente el misterio de la Encarnación: la carne que Jesús tuvo de la Virgen María es la que se entrega por la salvación del mundo.

27.12.2019, viernes, san Juan Evangelista

evangelio según san Juan 20, 2-8

El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Reflexión del 27.12.2019

Leer este pasaje en plena celebración navideña nos ayuda a entender todo el misterio de Cristo. No se trata sólo de la entrañable escena del Niño que nace adorado por pastores y magos. Ese Niño es el que con su muerte pascual nos conseguirá la salvación y la vida. La Navidad, cuando se profundiza, nos lleva hasta la Pascua.

Juan, el evangelista, el anunciador de la Buena Noticia. Él lo hizo con los importantes escritos que se le atribuyen: el evangelio, las tres cartas y el Apocalipsis. Gracias a su testimonio, miles y millones de personas a lo largo de dos mil años han entendido mejor el misterio del Dios hecho hombre, que luego se entregó en la Cruz para la salvación de la humanidad y, resucitado de entre los muertos, está presente en la vida de su Iglesia a lo largo de la historia.

¿Somos nosotros evangelistas de esta buena noticia en nuestro mundo? ¿Somos apóstoles, o sea, enviados?
No hace falta ser obispos o sacerdotes, ni saber escribir libros como el Apocalipsis, para ser buenos testigos de Cristo. Precisamente en los primeros días fueron las mujeres, y en concreto la Magdalena, las verdaderas evangelistas: fueron apóstoles para con los apóstoles, porque fueron ellas las que creyeron en Jesús Resucitado y fueron a anunciarlo a los apóstoles.

26.12.2019 san Esteban

evangelio según san Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará».

Reflexión del 26.12.2019 san Esteban

Las situaciones anunciadas por Jesús pueden ser dolorosas, incluso extremas, entregará a la muerte hermano a hermano…basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que el sufrimiento, el dolor y la debilidad humana aún persisten en nuestro mundo, que esas relaciones filiales y fraternas continúan estando en tensión y necesitadas de vida y esperanza. Para mantenernos firmes, en pie, hay que perseverar hasta el final. La perseverancia es una actitud activa, dinámica, capaz de hacer de cada seguidor de Jesús un testigo fiel y veraz de lo que anuncia con su palabra y con su vida. Perseverar nos ayuda a no volver la cara al sufrimiento de los otros, nuestros hermanos, a transformar la debilidad humana en fortaleza de Dios, en definitiva, a entrar en la dinámica de una salvación que ya se ha hecho presente.
En este tiempo de Navidad en el que hacemos memoria de San Esteban, su martirio nos regala el don de no hacer oídos sordos al dolor de un mundo que llora y la gracia de reconocer a un Dios en medio de nosotros, que nos salva. (Carmen Román, dominica)


HA LLEGADO EL DÍA. FELIZ NAVIDAD!

evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

REFLEXIÓN NAVIDAD
De acuerdo con la teología de la Navidad, el Verbo de Dios  adquiere la experiencia humana de la compasión o solidaridad. La  encarnación de Jesús es «abajamiento» que termina en la muerte,  inicio de su retorno glorioso al Padre. La Navidad es el primer capítulo  de la Pascua: nos descubre a los creyentes quién es Jesús y cuál es  su buena noticia. Por consiguiente, el primer mensaje de la Navidad  es la entrañable humanidad de Dios, el «Dios con nosotros» revelado  en Jesús o el misterio de Dios hecho hombre. 

El segundo mensaje, consecuencia del primero, es la divinización  del hombre en virtud de la fecundidad de la «sombra del Altísimo». Lo  dijo san Agustín con palabras atrevidas: «Dios se ha hecho hombre  para que el hombre se haga Dios». Como consecuencia de este  «admirable intercambio», toda la creación está en trance de ser  recreada: la naturaleza es buena en su ser profundo, y la historia  cobra sentido con la «gloria de la resurrección» de la Pascua, que es  la «nueva Navidad». La Navidad es la fiesta del optimismo cristiano  respecto de la humanidad y del mundo. 

La Navidad cristiana nos muestra la pobreza en la que se encarna  Dios y nos invita a compartir nuestros bienes con los más  necesitados. Manifiesta que Dios «se ha hecho en todo semejante a  los hombres» (Flp 2,7) y ha dado a conocer «la benignidad y el amor»  entre nosotros. Ante la grandeza del misterio de Dios encarnado, la  actitud de la Iglesia y de los cristianos es de admiración, alabanza,  contemplación y agradecimiento. La Navidad es un júbilo o un gozo.  En torno a la Navidad todo es nacimiento, iluminación, villancicos,  adoración y coros angélicos de alabanza: «Gloria a Dios en el cielo, y  en la tierra paz a los hombres que Dios ama». 



IV domingo de adviento


lunes 23.12.2019 evangelio según san Lucas 1, 57-66

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.

Reflexión del 23-12-2019, lunes 

La figura de Juan nos invita también a nosotros a la conversión, a volvernos hacia ese Señor que viene a salvarnos, y a dejarnos salvar por él.
La voz de Juan, en este Adviento, nos invita a la vigilancia, a no vivir dormidos, aletargados, sino con la mirada puesta en el futuro de Dios, y el oído presto a escuchar la palabra de Dios. Haciendo nuestra la súplica que el Apocalipsis pone en boca del Espíritu y la Esposa: «Ven, Señor Jesús». Cada Adviento es ponerse en marcha al encuentro del Dios que siempre viene.
También en nuestra vida, como en la sociedad y el Templo de Israel, hay cosas que tienen que cambiar, actitudes que habría que purificar y caminos que necesitan enderezarse. Si preparamos la Navidad, por ejemplo, celebrando el sacramento de la reconciliación, entonces podremos cantar y celebrar litúrgicamente el Nacimiento de Jesús según los deseos de Dios.

Ojalá que también este año, entre nosotros, en la inminencia de la Navidad, corra la voz de la Buena Noticia entre los conocidos y amigos, y todos se llenen de alegría interior.
Ojalá que también surjan entre nosotros y sean escuchadas las voces de profetas como Malaquías y el Bautista que clamen la llegada de la salvación y convoquen eficazmente a una Navidad auténticamente cristiana.
Ojalá que nosotros mismos seamos evangelizadores, anunciadores de Cristo para el mundo de hoy, ejerciendo la función profética que todos los cristianos tenemos por el bautismo, y de modo especial los religiosos y ministros ordenados.

22 diciembre 2019, evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Experiencia interior – J.A. Pagola.  

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón… que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.


TERCERA Semana de Adviento. 

20.12.2019, VIERNES


evangelio según san Lucas 1, 26-38



En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.


Reflexión del 20.12.2019, VIERNES


María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios.
Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz.
María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo.

Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí».
El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios.
Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.

Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar.

Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.

19.12.2019, JUEVES


evangelio según san Lucas 1, 5-25



En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».


Reflexión del 19.12.2019, JUEVES


Dios interviene preparando el nacimiento del precursor del Mesías.
Los padres son estériles: así se ve siempre más claro que es Dios el protagonista de nuestra historia de salvación. El hijo de Zacarías e Isabel se llamará Juan, llenará de alegría a todos, también estará consagrado por el nazireato (no beberá vino, por ejemplo), estará lleno del Espíritu y convertirá a muchos israelitas al Señor. Será el precursor de Jesús. En el anuncio del ángel se describe muy bien esta misión: «irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».

Es Dios quien salva, también hoy. No debemos fiarnos de nuestras propias fuerzas: ni de las físicas como las de Sansón ni de las intelectuales o espirituales, si creemos tenerlas. Cuando Sansón se independizó de Dios perdió su fuerza. El Bautista nunca se creyó el Salvador, sino sólo la voz que le proclamaba cercano y presente.
Nuestra actitud en vísperas de la celebración navideña es la de una humilde confianza.

Como Dios escuchó la oración de aquella buena mujer israelita y le concedió un hijo, Sansón,  que fue decisivo para la liberación de Israel, como se fijó en aquel buen matrimonio de ancianos, Isabel y Zacarías, para hacerlos padres del profeta precursor de Jesús: así se fija en nosotros, escucha nuestra oración, nos llena de su alegría y además nos llama a ser colaboradores suyos en la gracia salvadora de esta Navidad para con los demás, siendo evangelizadores del Salvador y liberadores de los males de este mundo en que vivimos.

18.12.2019, miércoles

evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Emmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Reflexión del 18.12.2019, miércoles

El anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico.

La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?
El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre.

«Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu.

La alabanza que se hizo a María, «feliz tú porque has creído», se puede extender también a este joven obrero, el justo José.

¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios?

La historia de la salvación sigue. También este año, Dios quiere llenar a su Iglesia y al mundo entero de la gracia de la Navidad, gracia siempre nueva.
Nos quiere salvar, en primer lugar, a cada uno de nosotros de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, de nuestros Egiptos o de nuestros destierros. Durante todo el Adviento nos ha estado llamando, invitándonos a una esperanza activa, urgiéndonos a que preparemos los caminos de su venida.



17.12.2019, MARTES, 

evangelio según san Mateo 1, 1-17

Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aran, Aran engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.

Reflexión del Evangelio 17.12.2019, MARTES, 

Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro).
Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados.

Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar.

El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana.

Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos.
En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano.

En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro.
Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.
Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús.

Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.

16.12.2019, lunes, evangelio según san Mateo 21, 23-27



En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó:
«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar:
«Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos».
Él, por su parte, les dijo:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».


Reflexión del 16.12.2019, lunes

 De nuevo Jesús habla del Bautista y le presenta como profeta enviado por Dios.
Después de expulsar a los mercaderes del Templo, las autoridades le interpelan en público: «¿con qué autoridad haces esto?». Jesús, como tantas veces en el evangelio, elude elegantemente la cuestión, que no era sincera, y contraataca con la pregunta sobre el bautismo de Juan, o sea, sobre la persona misma del Bautista: ¿hay que considerarlo como del cielo o de los hombres?

Es una disyuntiva crucial, que desenmascara a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. No pueden contestar que es meramente autoridad humana, porque el pueblo tiene a Juan como profeta de Dios. Pero si su autoridad -la de Juan y en el fondo, la de Jesús- viene del cielo, entonces no se le puede ignorar, hay que aceptarle y hacerle caso, cosa que el pueblo sí ha hecho, pero muchos de las clases dirigentes no. El mensaje que hay detrás de una persona condiciona la aceptación de la misma persona. Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría.

Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente.

El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia.


La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. 

 ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad? ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón?

15.12.2019, domingo evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, y los cojos andan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan
y los pobres son evangelizados.
¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

Curar heridas – J.A. Pagola

La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
Jesús le responde con su vida de profeta curador: “Decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.
Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso, se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso, no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto humanizador del Padre que él llamaba “reino de Dios”.
El Papa Francisco afirma que “curar heridas” es una tarea urgente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones… Esto es lo primero: curar heridas, curar heridas”. Habla luego de “hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela”. Habla también de “caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse”.
Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Su tarea será doble: anunciar que el reino Dios está cerca y curar enfermos.


14.12.2019, sábado. San Juan de la Cruz, evangelio según san Mateo 17, 10-13



Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús:
«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Él les contestó:
«Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.


Reflexión del14.12.2019, sábado.


Las lecturas de hoy nos sitúan a todos ante una alternativa. ¿Sabemos leer los signos de los tiempos, sabemos distinguir la presencia de los profetas y de Jesús mismo en nuestra vida? ¿y la aceptamos?

A nuestro alrededor hay muchos testigos de Dios, hombres y mujeres que nos dan testimonio de Cristo y de su Evangelio, personas fieles que sin actitudes espectaculares nos están demostrando que sí es posible vivir según las bienaventuranzas de Cristo. Lo que pasa es que tal vez no queremos verlas.

Como los apóstoles no querían entender el mesianismo de Jesús, que era distinto del que ellos esperaban. Como los fariseos y autoridades de Israel no querían reconocer en Jesús de Nazaret al esperado de tantos siglos, porque no encajaba en sus esperanzas.

b) Está terminando la segunda semana de este Adviento. Si todo iba a consistir sólo en introducir cantos propios de este tiempo en nuestro repertorio, o en cambiar el color de los vestidos de la liturgia, o en colocar coronas y velas junto al libro de la Palabra, entonces sí que es fácil celebrar el Adviento. Pero si se trataba de que hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado.



Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida.



Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos». 

13.12.2019, viernes, evangelio según san Mateo 11, 16-19

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Reflexión 13.12.2019, viernes

Jesús echará en cara a su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús mismo.
Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho.

Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el Enviado de Dios.
«Vino al mundo y los suyos no le recibieron».

Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez.

La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste.

¿Cuál será la excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento y a vivir la Navidad?

12.12.2019, jueves evangelio según san Mateo 11, 11-15

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
El que tenga oídos, que oiga».

Reflexión del 12.12.2019, jueves

Juan el Bautista nos invita a un Adviento activo, exigente.
Celebrar la venida de Dios, en la próxima Navidad, no es sólo cosa de sentimiento y de poesía. La gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide disponibilidad plena, apertura a la vida que Dios nos quiere comunicar. Supone, como predicaba Isaías y repetía el Precursor, preparar caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenemos, hacer penitencia, o sea, cambiar de mentalidad.

Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado sacramental. El don de Dios es siempre a la vez tarea y compromiso. Es palabra de consuelo y de conversión.


11.12.2019evangelio según san Mateo 11, 28-30

En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Reflexión del

Las palabras de Jesús son un pregón de esperanza: «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Es el aspecto principal de la figura de Jesús. Hace milagros, predica maravillosamente, anuncia el Reino: pero sobre todo atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y débiles, a los pecadores y marginados de la sociedad. Tiene buen corazón. Quiere liberar a todos de sus males. Nunca pasa al lado de una persona que sufre sin atenderla. «Venid a mí, yo os aliviaré». Es lo suyo: libera de angustias y da confianza para vivir. Ofrece paz y serenidad a los que han sido zarandeados de cualquier manera por la vida. A él le tuvo que ayudar un día el Cireneo a llevar la cruz. Pero él había ayudado y sigue ayudando a otros muchos a cargar con la cruz que les ha tocado llevar.

Quién más quién menos, todos andamos un poco agobiados por la vida. Somos débiles y sentimos el cansancio de tantas cosas como llevamos entre manos. La enfermedad del «estrés» es la que más caracteriza al hombre moderno, juntamente con la soledad y la desorientación. Y además nos sentimos muchas veces bloqueados por el pesimismo, el materialismo, la búsqueda de la comodidad, la intransigencia, los rencores, las pasiones, la sensualidad.
El Adviento nos invita a no dudar nunca de Dios. Nos hace el anuncio cargado de confianza: Cristo Jesús vino y sigue viniendo a nuestra historia para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y esclavitudes, de agobios y angustias. No nos sucederán milagros. Pero si de veras acudimos a él, siguiendo su invitación, encontraremos paz interior y serenidad, y fuerza para seguir caminando.

El Adviento es escuela de esperanza y espacio de paz interior. Porque Dios es un Dios que siempre viene, en Cristo Jesús, y está cerca de nosotros y conoce nuestra debilidad.

Esta imagen acogedora de Cristo debería ser también la que ofreciera a todos la Iglesia, su comunidad, o sea, cada uno de nosotros. Este tiempo de Adviento nos invita a que seamos personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de las personas no responden con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a tantos y tantos que están desfallecidos por el camino; testigos y heraldos de esperanza, que es lo que más falta hace a este mundo.

 

10.12.2019, martes,evangelio según san Mateo 18, 12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».


Reflexión del 10.12.2019, martes 2º adviento


Jesús hace un retrato del «Padre del cielo», y lo describe como Pastor con un corazón bueno, comprensivo, que va en busca de la oveja descarriada y se llena de alegría cuando la encuentra. «No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».

Es un retrato que más que con palabras ha manifestado Jesús con su propia vida. A imitación de su Padre, él se preocupa de todas las ovejas, de modo especial por las más débiles, las que se escapan del redil y corren peligros.
No las abandona, las busca, las acoge, las perdona, las devuelve a la seguridad. Es en verdad el Buen Pastor.

Si el Padre es rico en misericordia, Cristo aparece también en las páginas del evangelio como comprensivo, misericordioso, benigno con los pecadores, dispuesto siempre a perdonar. A los dos discípulos «extraviados» que abandonan la comunidad de Jerusalén y, desanimados, se quieren refugiar en su casa de Emaús, el Resucitado les sale al encuentro, los recupera pacientemente y les envía de nuevo a la comunidad. Siempre Buen Pastor.
No ha venido a condenar. sino a salvar.

A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.

Cristo Jesús nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento -espera, búsqueda- es Dios para con nosotros.
Y se alegrará inmensamente si volvemos a El.



9.12.2019, lunes evangelio según san Lucas 5, 17-26

Un día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.
En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él, viendo la fe de ellos, dijo:
«Hombre, tus pecados están perdonados».
Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:
«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?».
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo:
«¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”».
Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios
El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían:
«Hoy hemos visto maravillas».

Reflexión del 9.12.2019, lunes

El sentido que tiene esta página, al ser proclamada hoy entre nosotros, nos lo aclara el pasaje evangélico que escuchamos: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán.

Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados.

Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes.
Le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.

Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

El evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.

¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico.

Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.


8 diciembre, Solemnidad Inmaculada concepción de María, evangelio según san Lucas 1, 26-38


En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
Celebramos el día 8 de diciembre la solemnidad de Santa María, en su Concepción Inmaculada -porque sería Madre de Dios-, recordando la declaración dogmática del papa Pio XI ese mismo día del año 1854. Contemplamos a María en el misterio de la Salvación, unida a Cristo, hija del Padre y en plenitud de gracia con el Espíritu Santo. Decía San Ambrosio que María es modelo para nosotros, tipo de la iglesia, en el orden de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Hoy cabe preguntarnos ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida (individual y comunitaria) como discípulos de Jesús, hijos adoptivos de Dios?

El fundamento de esta verdad/privilegio mariano es la maternidad divina de María. La plenitud de gracia con la que Dios la adornó desde el primer instante de su existencia encuentra su razón fundamental en el hecho de que estaba destinada a convertirse en la madre del Hijo de Dios, redentor del pecado de la humanidad.

A este motivo hay que añadir también el de la cooperación activa de la madre de Jesús en la derrota del pecado y del mal en el mundo: la que había sido llamada a prestar su cooperación generosa y singular en la obra redentora del Hijo, tanto en la realización del acontecimiento redentor como en su «asimilación» provechosa por parte de los hombres en el curso de los siglos («maternidad espiritual»), fue hecha por Dios radicalmente inmune, ya desde el principio, de las mordeduras del mal/serpiente.

Al indicar el significado teológico y espiritual de esta verdad mariana, la teología reciente se mueve en estas direcciones: María es la «toda santa» por iniciativa soberana de Dios y con esto y en esto constituye un reflejo luminoso de la santidad de Dios en la historia de los hombres, marcada por el pecado, así como por una realización ejemplar de la santidad a la que está llamada la Iglesia.

María inmaculada constituye el comienzo luminoso de aquel mundo renovado que Dios ha venido a implantar en la historia por medio de Cristo en la fuerza del Espíritu, así como el punto de referencia y de orientación para sus hermanos y hermanas que luchan fatigosamente contra las fuerzas del mundo corrompido. Su excelsa santidad no la aleja de sus hermanos, sino que indica luminosamente la meta hacia la que Dios, por pura gracia, llama a todos los hombres en un mundo de pecado.

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

7.12.2019 Sábado evangelio según san Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Reflexión del 7.12.2019 Sábado

Toda la semana estamos escuchando a Isaías, el maestro de la esperanza. Él nos va proponiendo el programa que tiene Dios, lleno de gracia salvadora. Nos sigue llamando cada día a dejar el pesimismo y mirar con ilusión hacia el futuro.
Los símiles están tomados de la vida agrícola, que todos entendían y entendemos fácilmente: Dios quiere que ya no haya lloros ni hambre, que no falte la lluvia para los campos, que las cosechas sean abundantes y no le falten pastos al ganado.
El profeta nos asegura que nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha y nos conoce por nuestro nombre: «Apenas te oiga, te responderá». Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz que nos dice: «éste es el camino, caminad por él». «No se esconderá tu Maestro». «Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre» (salmo). Y si estamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, él vendará nuestras heridas y reconstruirá lo que estaba destruido.
El profeta tiene permiso para soñar. Habla a un pueblo que está desanimado, destrozado política y religiosamente. Es a los pobres y a los afligidos a quienes se dirige su palabra de ánimo, para anunciarles que Dios no les olvida, que se apiada de ellos, porque es rico en misericordia.

El anuncio de esperanza del profeta se cumple en Cristo Jesús. Como en tantas otras páginas del evangelio, en la de hoy se ve cómo él está muy cercano y camina con su pueblo, ayuda a todos, no sólo a los que están llenos de vida, sino a los cansados, a los sumergidos en enfermedades y dolencias, a los que andan como ovejas sin pastor, y de modo particular si se trata de ovejas perdidas. Como su Padre, Jesús es rico en misericordia. Su corazón se compadece de los que sufren.
No pretende aportar soluciones políticas ni económicas: lo que da Jesús a los que se encuentran con él es esperanza, sentido de la vida. Les predica la Buena Noticia. Orienta a los desorientados, como prometía Isaías.

Y es éste precisamente el encargo que transmite a sus discípulos: les envía como trabajadores a la mies para que hagan lo mismo que él, que expulsen demonios, curen enfermedades y proclamen a todos la Buena Nueva de la salvación. Y que lo hagan gratis, como gratis lo han recibido. Que comuniquen esperanza a los que la han perdido.

6.12.2019 VIERNES, Evangelio según San Mateo 9, 27-31

En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:
«¿Creéis que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que os suceda conforme a vuestra fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Reflexión del 6.12.2019 VIERNES,

Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David».
Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación.
Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús.
Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas.

Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».

El Adviento lo estamos viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y calamidades, no otros mundos posibles.

Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar.

Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?

El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros.


5.12.2019 JUEVES, evangelio según san Mateo 7, 21. 24-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Reflexión del 5.12.2019 JUEVES, 

El evangelio también nos habla de edificar sobre roca.
Jesús -al final del sermón de la montaña- nos asegura que está edificando sobre roca, y por tanto su edificio está garantizado, aquél que no sólo oye la Palabra sino que la pone por obra. Edifica sobre arena, y por tanto se expone a un derrumbamiento lastimoso, el que se contenta con oír la Palabra o con clamar en sus oraciones ¡Señor, Señor!
Cuando Jesús compara la oración con las obras, la liturgia con la vida, siempre parece que muestra su preferencia por la vida. Lo que quedan descalificadas son las palabras vacías, el culto no comprometido, sólo exterior.

¿Cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestro futuro? ¿cómo edificamos nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia y sociedad?

La imagen de las dos lecturas es clara y nos interpela en este Adviento, para que reorientemos claramente nuestra vida.
Si en la construcción de nuestra propia personalidad o de la comunidad nos fiamos de nuestras propias fuerzas, o de unas instituciones, o unas estructuras, o unas doctrinas, nos exponemos a la ruina. Es como si una amistad se basa en el interés, o un matrimonio se apoya sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se deja dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamenta en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde.

Debemos construir sobre la Palabra de Dios escuchada y aceptada como criterio de vida.

4.12.2019 miércoles. Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 29-37

En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Reflexión del 4.12.2019 miércoles

Hoy hemos escuchado cómo multiplicó panes y peces para que todos pudieran comer. Y cuando quiso anunciar el Reino de Dios, lo describió más de una vez como un gran banquete preparado por Dios mismo.
Jesús ofrece fiesta, no tristeza. Y fiesta es algo más que cumplir con unos preceptos o resignarse con unos ritos realizados rutinariamente.

Está bien que en medio de nuestra historia, llena de noticias preocupantes de cansancio y de dolor, resuenen palabras invitando a la esperanza, dibujando un cuadro optimista, que hasta nos puede parecer utópico, como un festín para todos.

 La obra de Cristo está inaugurada, pero no ha llegado a su maduración, que nos ha encomendado a nosotros.

La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida precisamente desde nuestra historia concreta, desde nuestra vida diaria. Como a la gente que acudía a Jesús y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos. Gente con un gran cansancio en su cuerpo y en su alma. ¿Como nosotros? Gente desorientada, con experiencia de fracasos más que de éxitos. ¿Como nosotros?

Tendríamos que «descongelar» lo que rezamos y cantamos. Cuando decimos «ven. Señor Jesús». deberíamos creerlo de veras

3.12.2019, martes

evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Reflexión del 3.12.2019, martes

La alegría profunda de la Navidad la vivirán los humildes, los que saben apreciar el amor que Dios nos tiene. Ellos serán los que llegarán a conocer en profundidad al Hijo, porque se lo concederá el Padre. No se contentarán de una alegría exterior y superficial: sabrán reconocer la venida de Dios a nuestra historia. Mientras que habrá muchos «sabios» para los que pasará el Adviento y la Navidad y no habrán visto nada, saturados de su propia riqueza riqueza que no conduce a la salvación. O le seguirán buscando en los libros o en los hechos milagrosos.

¿Seremos nosotros de esas personas sencillas que saben descubrir la presencia de Dios y salirle al encuentro? ¿mereceremos la bienaventuranza de Jesús: «dichosos los ojos que ven lo que véis?». Cristo Jesús quiere seguir «viniendo» este año, a nuestra vida personal y a la sociedad, para seguir cumpliendo el programa mesiánico de paz y justicia que está en marcha desde su venida primera, pero que todavía tiene mucho por recorrer, hasta el final de los tiempos. Porque la salvación «ya» está entre nosotros, pero a la vez se puede decir que «todavía no» está del todo.

En el mundo de hoy hay muchas personas que esperan, muchos corazones que sufren y buscan: ¿cómo notarán que el Salvador ya ha venido, y que es Cristo Jesús? ¿quién se lo dirá? ¿qué profeta Isaías les abrirá el corazón a la esperanza verdadera?
También hoy, como en el panorama que dibuja el profeta, el mejor signo de la venida del Mesías será si se ve más paz, más reconciliación y más justicia, en el nivel internacional y también en el doméstico, en cada familia, en cada comunidad religiosa, en la parroquia, en nuestro trato con las demás personas, aunque sean de diferente carácter y gusto. Así podremos anunciar que el Salvador ya está en medio de nosotros, que es Adviento y Navidad. Y del tronco que parecía seco brotará un renuevo, y dará fruto, y nos invitará a la esperanza.

2.12.2019, lunes

evangelio según san Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Reflexión del 2.12.2019, lunes

Este Adviento ha empezado como un tiempo de gracia para todos, los cercanos y los alejados. Adviento y Navidad son un pregón de confianza. Dios quiere salvar a todos, sea cual sea su estado anímico, su historia personal o comunitaria. En medio del desconcierto general de la sociedad, él quiere orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarles los caminos de la verdadera salvación. El faro es -debe ser- ahora la Iglesia, la comunidad de Jesús, si en verdad sabe anunciar al mundo la Buena Noticia de su Evangelio.

Hoy también, muchas personas, aunque nos parezcan alejadas, muestran como el centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón.

¿Sucederá también este año que esas personas tal vez respondan mejor a la salvación de Jesús que nosotros? ¿estarán más dispuestas a pedirle la salvación, porque sienten su necesidad, mientras que nosotros no la sentimos con la misma urgencia? ¿tendrá que decir otra vez Jesús que ha encontrado más fe en esas personas de peor fama pero mejores sentimientos que entre los cristianos «buenos»? ¿Vendrán de Oriente y Occidente -o sea, de ámbitos que nosotros no esperaríamos, porque estamos un poco encerrados en nuestros círculos oficialmente buenos- personas que celebrarán mejor la Navidad que nosotros? ¿O nos creemos ya santos, merecedores de los dones de Dios?

Cuando seamos invitados a la comunión, podemos decir con la misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada.


30.11.2019, SÁBADO, evangelio según san Mateo 4, 18-22

En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Reflexión del 30.11.2019, SABADO,

Ultima recomendación de Jesús en su "discurso escatológico", último consejo del año litúrgico, que enlazará con los primeros del Adviento: "estad siempre despiertos".
Lo contrario del estar despiertos es que se "nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". Y el medio para mantener en tensión nuestra espera es la oración: "pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir".
La consigna final es corta y expresiva: "manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".

"Manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".
Todos necesitamos un despertador, porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los valores del espíritu.
Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la vida.

Los cristianos tenemos memoria: miramos muchas veces al gran acontecimiento de hace dos mil años, la vida y la Pascua de Jesús. Tenemos un compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también instinto profético, y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu.

En la Eucaristía se concentran las tres direcciones, como nos dijo Pablo (1 Co 11,26): "cada vez que coméis este pan y bebéis este vino (momento privilegiado del "hoy"), proclamáis la muerte del Señor (el "ayer" de la Pascua) hasta que venga (el "mañana" de la manifestación del Señor)". Por eso aclamamos en el momento central de la Misa: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús".


29.11.2019, VIERNES, evangelio según san Lucas 21,29-33

En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»

Reflexión del viernes 29.11.2019

Jesús toma una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana.  
Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo "que está cerca el Reino de Dios", porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero "sus palabras no pasarán". 

Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Pero todavía está madurando, y no ha alcanzado su plenitud.  
Eso nos lo ha encomendado a nosotros, a su Iglesia, animada en todo momento por el Espíritu. Como el árbol tiene savia interior, y recibe de la tierra su alimento, y produce a su tiempo brotes y luego hojas y flores y frutos, así la historia que Cristo inició.  

No hace falta que pensemos en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, evangelizarlo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos.  

Permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva.  



28,11,2019, JUEVES, 


Evangelio del día


Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 20-28



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»


Reflexión del jueves 28.11.2019


Es la tercera vez que Jesús anuncia, con pena, la destrucción de Jerusalén: "serán días de venganza... habrá angustia tremenda, caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones: Jerusalén será pisoteada por los gentiles".
También aquí Lucas mezcla dos planos: éste de la caída de Jerusalén -que probablemente ya había sucedido cuando él escribe- y la del final del mundo, la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el estruendo del mar y el miedo y la ansiedad "ante lo que se le viene encima al mundo".
Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar: "cuando suceda todo esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".

Las imágenes se suceden una tras otra para describirnos la seriedad de los tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada. Esta clase de lenguaje apocalíptico no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de cada detalle.

Pero por encima de todo, está claro que también nosotros somos invitados a tener confianza en la victoria de Cristo Jesús: el Hijo del Hombre viene con poder y gloria. Viene a salvar. Debemos "alzar la cabeza y levantarnos", porque "se acerca nuestra liberación".

Sea en el momento de nuestra muerte, que no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena. Sea en el momento del final de la historia, venga cuando venga (mil años son como un día a los ojos de Dios). Entonces la venida de Cristo no será en humildad y pobreza, como en Belén, sino en gloria y majestad.
Levantaos, alzad la cabeza. Nuestra espera es dinámica, activa, comprometida.

Tenemos mucho que trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que iniciara Cristo y que luego nos encomendó a nosotros. Pero nos viene bien pensar que la meta es la vida, la victoria final, junto al Hijo del Hombre: él ya atravesó en su Pascua la frontera de la muerte e inauguró para sí y para nosotros la nueva existencia, los cielos nuevos y la tierra nueva.


27.11.2019, miércoles, Evangelio según san Lucas 21,12-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Reflexión del 27.11.2019, miércoles

Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él.
Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro.
A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven según sus criterios con admirable energía y constancia.

Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".

El amor, la amistad y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba.

Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).


26.11.2019,martes, evangelio según san Lucas 21,5-11

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero al final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.»

Reflexión del 26.11.2019,martes

A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos.
La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está cerca"

La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin.
El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? "Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en seguida".

Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas.


25.11.2019, lunes, evangelio según san Lucas 21, 1-4

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: "Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir."

Reflexión del 25.11.2019, lunes

Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la atención de todos.
Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que tenía.

No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho.
La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor.

¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura? ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra.

Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy?

Al final de una jornada, al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos, que hemos echado nuestros dos reales para el bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio.



24.011.2019, CRISTO REY,evangelio según san Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
Habituados a proclamar la “victoria de la Cruz”, corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.
No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí… que cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: “La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella”.
¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida?

23.11.2019, sabado, evangelio según san Lucas 20,27-40

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro.»
Y no se atrevían a hacerle más preguntas.

Reflexión del 23.11.2019

La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas.
Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos".

Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin.

Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".

22.11.2019, viernes,evangelio según san Lucas 19,45-48

En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos."»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

Reflexión del 21.11.2019

Jesús ya está en Jerusalén. Ayer lloró sobre su ciudad, triste por la ruina que se le avecina. Hoy realiza un gesto profético valiente: "se puso a echar a los vendedores", diciéndoles: "vosotros habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos". Lucas no habla, como hace Juan, del látigo que esgrimió Jesús en este momento.
Y así Jesús, con una libertad que hacia el final de su vida se acentúa y se hace más atrevida, sigue enseñando en el Templo, suscitando, naturalmente, la ira de sus enemigos, "que intentaban quitarlo de en medio".
Isaías (Is 56,7) había dicho que el Templo tenía que ser "casa de oración para todos los pueblos". Jeremías (Jr 7,11) se quejaba de que, por el contrario, algunos lo convertían en cueva de ladrones.

Jesús une las dos citas en la misma queja. Probablemente el clima de feria de negocios que reinaba en los atrios del Templo, con la venta de animales para los sacrificios y el cambio de monedas para los que venían del extranjero, es lo que él desautorizó, aunque todo ello se hiciera con el consentimiento de las autoridades.

¿Necesita la Iglesia de hoy purificarse de alguna adherencia similar? Ciertamente es legítima la aportación económica de los fieles para el culto y para la ayuda de los pobres.
Recordemos la alabanza de Jesús a aquella pobre viuda que echaba lo que tenía en el cepillo del Templo. Pero ¿no sería necesario alejar de nuestros lugares de culto todo "ruido de dinero", toda apariencia de negocio dudoso? ¿tendría que defender Jesús nuestros templos para que sean en verdad casas de oración, abiertas a todos, y lugar donde él sigue enseñando con la fuerza salvadora de su Palabra?


21.11.2019, fiesta presentacion de María

Esta fiesta mariana de la Presentación comenzó a celebrarse en la iglesia oriental, que siempre fue muy sensible a la piedad mariana.

Sólo tardíamente fue incorporada al calendario occidental, romano, en la penúltima década del siglo XVI.

Cuantos gustamos de la espiritualidad mariana apreciemos hoy el sentido de la ofrenda que María hace de sí misma al Señor, siguiendo paso a paso en ella el reflejo de la vida de su Hijo, Mesías, Salvador.

La Presentación ante Dios era un acto exigido por la urgencia de amor, de oblación, de ser para el Padre y para nosotros en la historia de salvación.

¡Bendita seas por ello María! ¡Gloria a ti, María, siempre fiel; abierta, desde el despertar de tu conciencia, a la acción del Espíritu!
La primera lectura de esta fiesta es del profeta Zacarías 2, 10-13:

“¡Alégrate y goza, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor- . Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán todos pueblo mío. Habitaré en medio de ti, y comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti... ¡Calle toda carne ante el Señor cuando se levanta de su santa morada!”

Toda la alegría del profeta celebrando el futuro triunfo y gloria de Israel, nosotros la vemos espiritualmente en el corazón de María, virgen inmaculada, que siente dentro de sí la presencia del Señor que va a venir.

Y el Evangelio según san Lucas 11, 27-28:
“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!Pero él repuso: Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la pabra de Dios y la cumplen!”

A la alegría de la ofrenda de sí misma que hace María sumamos el gozo y la exultación de los hijos que, por el misterio de la fe, contemplamos en ella a la Madre del Salvador y madre nuestra.

En los evangelios canónicos no se dice nada de la infancia de María, es la piedad popular la que comprendiendo que es toda de Dios, imaginó esta tradición. Más allá de la leyenda, queda el mensaje de su ser toda de Dios. 


Nuestro comentario en el dia de la Presentación de la Niña María al Señor, quiere ser una oración de alabanza y gloria con versos de infancia, como lo hace la liturgia en el oficio de Laudes.

La niña María
-¡qué gracia en su vuelo!- ,
paloma del cielo,
al templo subía
y a Dios ofrecía
el más puro don.

Sagrario y mansión,
por él consagrada
y a él reservaba,
es su corazón.

¡Oh blanca azucena!
La Sabiduría
su trono te hacía ,
dorada patena,
de la gracia llena,
llena de hermosura.

Tu luz , Virgen pura,
niña inmaculada,
rasgue en alborada
nuestra noche oscura.
Tu presentación,
princesa María,
de paz y alegría
llena el corazón.

De Dios posesión
y casa habitada,
eres la morada
de la Trinidad.

A su Majestad
la gloria sea dada.
AMÉN.

20.11.2019, miércoles

evangelio según san Lucas 19,11-28

En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro.
Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."»
Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Reflexión del 20.11.2019, miércoles

La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta.
Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido -vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte: todos tenemos algún don- los hemos de trabajar, porque somos administradores, no dueños.

Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia).

¿Qué estamos haciendo de la fe, del Bautismo, de la Palabra, de la Eucaristía? ¿qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor".


19.11.2019 MARTES, evangelio según san Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Reflexión del 19.11.2019 MARTES

Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.

¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"?

Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán".

¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados? ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo? ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie?

"Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás.

18.11.2019, LUNES, Evangelio según san Lucas 18,35-43

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Reflexión 18.11.2019, LUNES

La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos.
Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.

Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras.
Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús.

El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"?

También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús? ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?

Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo?

17.11.2019, DOMINGO 

Evangelio según San Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:
–Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron:
–Maestro, ¿cuándo va a ser éso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?
El contestó:
–Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: «Yo soy» o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
Luego les dijo:
–Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre.
Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 
Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable.
Llamada al realismo
En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.
No a la ingenuidad
En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Estas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.
Centrarnos en lo esencial
Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.
La hora del testimonio
Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.
Paciencia
Esta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como «paciencia» o «perseverancia». Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.


Semana 32 del T. Ordinario

16.11.2019, sábado 

evangelio según san Lucas 18,1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Reflexión del 16.11.2019, sábado 

Jesús dijo esta parábola "para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse".

Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros.

El Catecismo lo expresa con el ejemplo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, junto a la boca del pozo. "Nosotros vamos a buscar nuestra agua", pero resulta que ya estaba allí Jesús: "Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él" (CEC 1560).

A veces esta oración la tenemos que expresar a gritos, día y noche, como dice Jesús, porque hay momentos en nuestra vida de turbulencia y de dolor intenso. Nos debe salir desde una actitud de humildad, no de autosuficiencia, desde una actitud de apertura confiada a Dios. O sea, desde la fe, como la del centurión que pedía por su criado, como la de la pobre viuda que insistía para conseguir justicia. La pregunta final de Jesús, en la página que hoy leemos, es provocativa: "cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

15.11.2019, viernes

evangelio según san Lucas 17,26-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará. Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.»
Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?»
Él contestó: «Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.»

Reflexión 15.11.2019, viernes

Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día.

Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las muchachas que tengan preparada su lámpara.

Estamos terminando el año litúrgico. Estas lecturas son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: "el que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará".

La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día".


14.11.2019, Jueves, evangelio según san Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios.
Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

Reflexión del 14.11.2019, Jueves,

Una de las curiosidades más comunes es la de querer saber cuándo va a suceder algo tan importante como la llegada del Reino. Es lo que preguntan los fariseos, obsesionados por la llegada de los tiempos que había anunciado el profeta Daniel.
Jesús nunca contesta directamente a esta clase de preguntas (por ejemplo, a la que oíamos hace unos días: ¿cuántos se salvarán?). Aprovecha, eso sí, para aclarar algunos aspectos. Por ejemplo, "que el Reino de Dios no vendrá espectacularmente" y que "el Reino de Dios está dentro de vosotros".

Por tanto, no hay que preocuparse, ni creer en profecías y en falsas alarmas sobre el fin. "Antes tiene que padecer mucho".

El Reino -los cielos nuevos y la tierra nueva que anunciaba Jesús- no tiene un estilo espectacular. Jesús lo ha comparado al fermento que actúa en lo escondido, a la semilla que es sepultada en tierra y va produciendo su fruto.
Rezamos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: "venga a nosotros tu Reino".

Pero este Reino es imprevisible, está oculto, pero ya está actuando: en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: "bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos".
Seguimos teniendo una tendencia a lo solemne, a lo llamativo, a nuevas apariciones y revelaciones y signos cósmicos. Y no acabamos de ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano. Al impetuoso Elías, Dios le dio una lección y se le apareció, no en el terremoto ni en el estruendo de la tormenta ni en el viento impetuoso, sino en una suave brisa.

El Reino está "dentro de vosotros", o bien, "en medio de vosotros", como también se puede traducir, o "a vuestro alcance" (en griego es "entós hymón", y en latín "intra vos"). Y es que el Reino es el mismo Jesús. Que, al final de los tiempos, se manifestará en plenitud, pero que ya está en medio de nosotros. Y más, para los que celebramos su Eucaristía: "el que me come, permanece en mí y yo en él".


13.11.2019, miércoles, evangelio según san Lucas 17,11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Reflexión del 13.11.2019

La lección que da Jesús va dirigida a sus paisanos: los del pueblo elegido son, a veces, los que menos saben agradecer los favores de Dios, mientras que hay extranjeros que tienen un corazón más abierto a la fe.
b) Nosotros empezamos nuestra celebración eucarística con una súplica parecida a la de los leprosos: "Señor, ten piedad". Y hacemos bien, porque somos débiles y pecadores, y sufrimos diversas clases de lepra. La oración de súplica nos sale bastante espontánea.

Pero ¿sabemos también rezar y cantar dando gracias? Los varios himnos de alabanza en la misa -el Gloria, el Santo- y tantos salmos de alegría y acción de gracias, ¿nos salen desde dentro, reconociendo los signos de amor con que Dios nos ha enriquecido? ¿sólo sabemos pedir, o también admirar y agradecer?

Hay personas que nos parecen alejadas y que nos dan lecciones, porque saben reconocer la cercanía de Dios, mientras que nosotros, tal vez por la familiaridad y la rutina de los sacramentos -por ejemplo del perdón que Dios nos concede en la Reconciliación- no sabemos asombrarnos y alegrarnos de la curación que Jesús nos concede.
Debemos cultivar en nosotros un corazón que sepa agradecer, a las personas que nos rodean y que seguramente nos llenan de sus favores, y sobre todo a Dios.


11.11.2019 Lunes, evangelio según san Lucas 17,7-10

En aquel tiempo, dijo el Señor: Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa" ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú" ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."

Reflexión del

Jesús no está hablando aquí de las relaciones laborales ni alabando un trato caprichoso.
Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, que parecen exigir el premio, sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
b) Tenemos que servir a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos.
Y lo que decimos en nuestra relación con Dios, también se podría aplicar a nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos. Que no recordemos continuamente a la familia o a la comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos cuesta.

Sino gratuitamente, como lo hacen los padres en su entrega total a su familia. Como lo hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores hechos. Con la reacción que describe Jesús: "hemos hecho lo que teníamos que hacer: somos unos pobres siervos". ¡Cuántas veces nos ha enseñado Jesús que trabajemos gratuitamente, por amor! Eso sí, seguros de que Dios no se dejará ganar en generosidad: "alegraos y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo" (Lc 6,23), "porque con la medida con que midáis se os medirá" (Lc 6,38).

Si al final de la jornada nos sentimos cansados por el trabajo realizado, seguro que también estaremos satisfechos, porque nada produce más alegría que lo que se ha logrado con sacrificio. Pero sin darnos importancia ni ir diciendo a todo el mundo lo cansados que estamos. Entre otras cosas, porque también los otros trabajan. Y además, si hemos recibido gratis de Dios, es justo que demos gratis, sin quejarnos demasiado si nadie nos alaba ni nos aplaude. Dios seguro que sí nos está aplaudiendo, si hemos dado con amor.



11.11.2019 Lunes
evangelio según san Lucas 17,1-6
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás.»
Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.»
Reflexión del
Los apóstoles, un poco asustados de un estilo tan exigente de vida, le piden a Jesús que aumente su fe.

En los tres aspectos podemos aplicar el pensamiento de Jesús a nuestra vida.

Podemos ser ocasión de escándalo para los demás, con nuestra conducta. No somos islas. Influimos en bien o en mal en los que conviven con nosotros. Si hay personas débiles, que a duras penas tienen ánimos para ser fieles, y nos ven a nosotros claudicar, contribuimos a que también ellas caigan. Si no acudo a la oración de la comunidad, también otros se sentirán dispensados y no irán. Al revés, si participo, a otros les estoy dando ánimos para que no falten. Y quien dice de la oración, dice de la conducta moral: si una familia está dando testimonio de vivir en cristiano, contra corriente de la mayoría, está influyendo en los ánimos de los demás. Mientras que, si cede a los criterios de este mundo, también a otros se les debilitarán los argumentos y fallarán.
La corrección fraterna, que es un buen acto de caridad si se realiza con delicadeza y amor, tiene que conjugarse con el saber perdonar y con el tener un corazón generoso. A todos nos cuesta perdonar. Se nos da mucho mejor lo de juzgar, condenar y echar en cara. Jesús nos dice que tenemos que saber perdonar, aunque se repita el motivo siete veces en un día.

Desde luego, para cumplir esto, tendremos que decirle al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe". Tendremos que rezar fuerte y apoyarnos en la gracia de Dios. Porque con criterios meramente humanos no tendremos fuerzas para evitar todo escándalo y para cumplir lo del perdón al hermano.
Cuando, preparándonos a comulgar, rezamos en el Padrenuestro lo de "perdónanos como nosotros perdonamos", nos parece imposible. Pero con la fuerza de la Eucaristía sí podrá suceder que a lo largo del día perdonemos al hermano. Que será algo tan sorprendente, al menos, como lo de la morera transplantada al mar.


10-11-2019. Domingo 32 del T.Ordinario

Evangelio según San Lucas 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron:
Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
–En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir., son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.» No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.





















































A Dios no se le mueren sus hijos – J.A. Pagola


Para él todos están vivos.
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente “nueva”. Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la “vida eterna”. Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que “el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman”.
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una “novedad” que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida “preparada” por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: “Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado” (salmo 25,1-2).


9.11.2019 Fiesta de la dedicación basílica de Letran


evangelio según san Juan 2,13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Reflexión del 9.11.2019

Jesús, nos habla  en el evangelio de hoy,  del templo de su cuerpo. En Jesús, con toda propiedad y con más intensidad que en ningún otro lugar, habita Dios, es Dios. Dios cometió la locura amorosa de acercarse al hombre, de venir a esta tierra en la persona de su Hijo, para que su presencia nos fuese más cercana, más humana. Y Jesús no se conformó con eso, para que su presencia fuese todavía más cercana y continua, se hizo pan y se hizo vino: “Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre”, para ser nuestro alimento y presencia constante y sacramental entre nosotros.
Para nosotros, Dios está en todas las partes, está en todo lo creado. Es Él, y no el choque de los astros, quien ha hecho todo lo que vemos y todo el universo. Pero la fiesta de hoy nos recuerda tres lugares donde podemos encontrarle: en nuestras iglesias, que son la Casa de Dios, en nuestro corazón y en el corazón de toda persona, y en Jesucristo.
En la fiesta de la Dedicación de la iglesia de San Juan de Letrán, de Roma, nos podemos preguntar por nuestra relación con Dios. ¿Nos hablamos, le escuchamos? ¿Le tenemos como un amigo con el que nos relacionamos como tal amigo? ¿Le dejamos gustosos que influya en nuestra vida? O ¿apenas cuenta en nuestro vivir de cada día?