17.06.2019

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente
al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera
ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla,
acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»

Reflexión del lunes 11ª semana

La llamada «ley del talión» -ojo por ojo y diente par diente- era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» (de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»).

Pero Jesús va más allá, no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «no hagáis frente al que os agravia... preséntale la otra mejilla... dale también la capa».

Es uno de los aspectos de la doctrina de Jesús que más nos cuesta a sus seguidores. Cuántas veces nos sentimos movidos a devolver mal por mal. Cuando perdonamos, no acabamos de olvidar, dispuestos a echar en cara su falta al que nos ha ofendido y vengarnos de alguna manera.
No se trata, tal vez, de poner la otra mejilla al pie de la letra. Pero sí, de aprender el espíritu de reconciliación, no albergar sentimientos de represalia personal («el que me la hace me la paga»), no devolver mal por mal, sino cortar las escaladas del rencor en nuestro trato con los demás. Jesús nos ha enseñado a amar a todos, también a los que no nos aman.

Esto no es una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana. Ni Jesús ni los cristianos permanecen indiferentes ante estas injusticias, sino que las denuncian. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es como la actitud de no-violencia de Gandhi, que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz.

¿Estoy dispuesto a devolver bien por mal, a acompañar durante dos millas al que me pidió la mitad, a prestar fácilmente mis cosas al que me parece que no lo merece o tal vez no me las pueda devolver? O sea, ¿soy una persona de paz, de reconciliación, no porque no me cueste perdonar, sino por mi decisión de imitar a Cristo?

16.06.2019 SANTISIMA TRINIDAD


Evangelio según San Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

MISTERIO DE BONDAD

A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por profundizar en el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios, Jesús lo llama «Padre» y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos «Dios» es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en el mundo.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como «Hijo» de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el «Espíritu» de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.

15.06.2019. Sábado DE LA 10ª SEMANA T.O

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus votos al Señor”.Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir “sí” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

Reflexión del sábado 15.06.2019

Jesús no sólo desautoriza el perjurio, o sea, el jurar en falso. Prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.

La palabra humana es frágil y pierde credibilidad ante los demás, sobre todo si nos han pillado alguna vez en mentira o en exageraciones. Por eso solemos recurrir al juramento, por lo más sagrado que tengamos, para que esta vez sí nos crean. Jesús nos señala hoy el amor a la verdad como característica de sus seguidores.

Debemos decir las cosas con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás (no necesitaremos añadir «te lo juro» para que nos crean) y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad rompe nuestro equilibrio personal.
Hoy podríamos leer, en algún momento de paz -bastan unos quince minutos-, las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al octavo mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CEC 2464-2513).

14.06.2019. VIERNES DE LA 10ª SEMANA T.O

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.»

Reflexión del viernes X semana t. ordinario

Las antítesis que plantea Jesús entre lo que se decía en el AT y lo que él propone a los suyos, le llevan hoy al tema de la fidelidad conyugal, como ayer lo hacía sobre la caridad fraterna.
«Pero yo os digo». Jesús es más exigente. Busca profundidad, invita a ir a la raíz de las cosas. No sólo falta el que comete el adulterio, sino también quien desea la mujer ajena. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento.

Además, según él, el divorcio va contra el plan de Dios, que quiere un amor fiel en la vida matrimonial. El divorcio es la preparación del adulterio. Se ve cómo el AT está siendo perfeccionado y corregido por Jesús, que quiere restaurar el plan inicial de Dios sobre el amor, con una fidelidad indisoluble. Defiende, de paso, la dignidad de la mujer, porque rechaza la fácil ley que permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa.

Una fidelidad así exige, a veces, renuncias. Las palabras de Jesús parecen muy duras: prescindir de un ojo o de una mano, si son ocasión de escándalo.

Cuando nos examinamos, deberíamos ante todo analizar más que unos hechos externos aislados, nuestras actitudes internas, que son la raíz de lo que hacemos y decimos. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano. Las palabras agrias o los gestos inconvenientes nacen de dentro, y es dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando el rencor o la ambición o el orgullo. Entonces no nos pasaría eso que tenemos que reconocer a menudo: que en cada confesión tenemos que decir lo mismo y cada año, la convocatoria de la Pascua nos encuentra con las mismas pobrezas y situaciones.
Hemos visto que Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio el matrimonio. La fidelidad matrimonial -y, equivalentemente, la fidelidad a la vida religiosa o ministerial- nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando no se siente gusto inmediato en nuestra entrega.

13.06-2019, jueves. Jesucristo Sumo y Eterno sacerdote

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 1-2.9. 14-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
"Padre, ha llegado la hora, glorifica a a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú has dado sobre toda la carne, dé la vida eterna a todos los que le ha dado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo le he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les de dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos".

Reflexión

Identificados con Él por el bautismo, nosotros somos salvados y podemos ayudar a salvar. Lo hacemos cuando ejercemos nuestro propio sacerdocio aceptando la dependencia y solidaridad con los demás, trabajando a su lado, sufriendo y alegrándonos con ellos, diciendo: «Aquí estoy, mándame».
En el envío no estamos solos. Jesús suplica al Padre por la santificación de los suyos en orden a la misión. Ruega para que sean el nuevo pueblo santo, consagrado a Dios. Pide que los guarde en la irradiación de su propia santidad, bajo su protección. Para la Iglesia en su conjunto y para cada miembro, pide que cada uno de los suyos conozca a Dios. Misión de la Iglesia es conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su Hijo.
El Nuevo Testamento reserva el término sacerdote para denominar a Cristo y a todo el pueblo de Dios que es sacerdotal. La mediación de Cristo consiste en interceder en favor de todos los miembros de ese pueblo sacerdotal, quienes, por medio del bautismo, se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.
La fiesta de hoy celebra también el sacerdocio de todos los ministros ordenados que sirven al pueblo de Dios. Lo destacan bien las oraciones de la misa y el prefacio que se propone. Es un día de oración por la santidad de todos los sacerdotes para ayudarles, aun con sus debilidades y caídas, a ser cada día mejores instrumentos en su servicio de mediación entre Dios y la humanidad.


12.06.2019, miércoles 10ª semana

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»

Reflexión 

Jesús no ha venido a abolir el Antiguo Testamento, sino a perfeccionarlo, a llevarlo a su plenitud. Pondrá, sucesivamente, varios ejemplos (referentes a la caridad fraterna, la fidelidad conyugal, la claridad de la verdad). Siempre en la línea de una interiorización vivencial, sin conformarse con el mero cumplimiento exterior.

El AT no está derogado. Está perfeccionado por Jesús y su evangelio.

Los mandamientos de Moisés siguen siendo válidos. La Pascua de Israel ya fue salvación liberadora, aunque tiene su pleno cumplimiento en la Pascua de Cristo y en la nuestra. La Alianza del Sinaí (Juan Pablo II la llamó «la nunca derogada primera Alianza») ya era sacramento de salvación, pero ahora ha recibido su plenitud en el sacrificio pascual de Cristo en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía. Lo mismo podemos decir de los sacrificios y del sacerdocio y del Templo y del Pueblo elegido de Dios: en el NT llegan a su realización definitiva en Cristo y su Iglesia.

Seguimos leyendo con interés el AT, como palabra eficaz de Dios e historia de salvación, como diálogo vivo entre la fidelidad de Dios y la manifiesta infidelidad de su pueblo. En algunos aspectos -el sábado, la circuncisión, el Templo, los sacrificios de corderos- la nueva comunidad de Jesús se ha distanciado de la ley antigua. Pero, en la mayoría de sus elementos, sigue consciente de la gracia salvadora de Dios que ya empezó entonces y continúa ahora: basta recordar cómo seguimos rezando los salmos del AT. Eso sí, conscientes de que Jesús ha llevado a su perfección todo lo que se nos dice en el AT, como lo ha hecho en este sermón de la montaña con el novedoso programa de sus bienaventuranzas. No nos lo ha hecho más fácil, sino más profundo e interior.

11 junio san Bernabé

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,7-13

Id y anunciad que el reino de los cielos está cerca. Sanad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad de su enfermedad a los leprosos y expulsad a los demonios. Gratis habéis recibido este poder: dadlo gratis.
“No llevéis oro ni plata ni cobre ni provisiones para el camino. No llevéis ropa de repuesto ni sandalias ni bastón, pues el obrero tiene derecho a su sustento.
“Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, buscad a alguien digno de confianza y quedaos en su casa hasta que salgáis de allí. Al entrar en la casa, saludad a los que viven en ella. Si la gente de la casa lo merece, la paz de vuestro saludo quedará en ella; si no lo merece, volverá a vosotros.

Reflexión 

La misión es camino. Exige moverse de un lugar a otro, avanzar, superar obstáculos y no dejarse vencer por el cansancio o el rechazo de los seres humanos. Los Apóstoles deben confiar absolutamente en la gracia que poseen y que anuncian. Esta es su mayor fuerza: no apoyarse en ninguna seguridad humana para anunciar el mensaje de Dios, ir desprovistos de todo, confiando sólo en la fuerza del mensaje que llevan y abandonados totalmente a la providencia divina (Mt 10,9-10). 

Jesús les pide además que “cuando lleguen a algún pueblo, averigüen quién hay en él digno de recibirlos y se queden hasta que se vayan” (v. 11). Antes que dar, los evangelizadores deben estar dispuestos a recibir. Su pobreza no está sólo en el no poseer, sino en el depender de lo que los otros les ofrezcan. Aparecen como desprovistos de todo y necesitados de todo, cuando, en realidad, llevan consigo la mayor riqueza: el don del reino. De esta forma enseñan a los demás la actitud fundamental para acoger el don de Dios: la pobreza, la confianza y el abandono.

lunes 10ª  semana. 

Celebramos a Maria madre de la Iglesia

Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-34

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Reflexión 

La Iglesia hace memoria hoy de la Virgen María, bajo la advocación de Madre de la Iglesia. Así la declaraba San Pablo VI al final del Concilio Vaticano II. Sin embargo, ha sido el Papa Francisco quien ha querido que el lunes siguiente a Pentecostés se celebre esta memoria obligatoria en toda la Iglesia. Por eso, en las lecturas de este día María tiene un relieve especial. 
Su presencia es discreta, como es toda su presencia en el evangelio. Se la cita como de pasada, pero tiene contenido suficiente para ayudarnos a reflexionar sobre la presencia de María en la Iglesia y en nuestra vida de cristianos.


El Evangelio de hoy acentúa la condición de María Madre, al recordar las palabras de Jesús en su agonía: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Es curioso que Jesús no dice ahí tienes a Juan. El discípulo amado ha adquirido la condición de hijo y en él nos ha incluido a todos. Esas palabras, “ahí tienes a tu hijo” son sorprendentes. María no tiene otro hijo que Jesús y, sin embargo, es como si Juan se convirtiera por las palabras de Jesús en hijo. Al dirigirse a su madre y decirle “ahí tienes a tu hijo”, es como si la condición de María, como madre, se ampliara y acogiera en Juan a todos los hombres. Y ahí está la Iglesia, asamblea de creyentes,  de la que ella se convierte en Madre. 

El discípulo la recibió en su casa


Juan nos representa a todos y acogiendo a María en su casa cumple el deseo de Jesús. En este mundo donde prevalece la orfandad espiritual es bueno recordar que fuimos entregados a María, como hijos, en la figura de Juan. Contamos con ella. Hoy la invocamos como Madre de la Iglesia queriendo señalar que, como toda buena madre, alienta, cuida y acompaña a los seguidores de su Hijo. 

domingo de Pentecostés 9 junio


Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23



Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. 

LA BENDICIÓN DE JESÚS

Nuestra vida está hecha de múltiples experiencias. Gozos y sinsabores, logros y fracasos, luces y sombras van entretejiendo nuestro vivir diario llenándonos de vida o agobiando nuestro corazón.
Pero con frecuencia no somos capaces de percibir todo lo que hay en nosotros mismos. Lo que captamos con nuestra conciencia es solo una pequeña isla en el mar mucho más amplio y profundo de nuestra vida. A veces, se nos escapa, incluso, lo más esencial y decisivo.
En su precioso libro Experiencia espiritual, K. Rahner nos ha recordado con vigor esa «experiencia» radicalmente diferente que se da siempre en nosotros, aunque pase muchas veces desapercibida: la presencia viva del Espíritu de Dios que trabaja desde dentro nuestro ser.
Una experiencia que queda, casi siempre, como encubierta por otras muchas que ocupan nuestro tiempo y nuestra atención. Una presencia que queda como reprimida y oculta bajo otras impresiones y preocupaciones que se apoderan de nuestro corazón.
Casi siempre nos parece que lo grande y gratuito tiene que ser siempre algo poco frecuente, pero, cuando se trata de Dios, no es así. Ha habido en ciertos sectores del cristianismo una tendencia a considerar esa presencia viva del Espíritu como algo reservado más bien a personas elegidas y selectas. Una experiencia propia de creyentes privilegiados.
Rahner nos ha recordado que el Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón del ser humano pues el Espíritu es sencillamente la comunicación del mismo Dios en lo más íntimo de nuestra existencia. Ese Espíritu de Dios se comunica y regala, incluso, allí donde aparentemente no pasa nada. Allí donde se acepta la vida y se cumple con sencillez la obligación pesada de cada día.
El Espíritu de Dios sigue trabajando silenciosamente en el corazón de la gente normal y sencilla, en contraste con el orgullo y las pretensiones de quienes se sienten en posesión del Espíritu.
La fiesta de Pentecostés es una invitación a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en todos nosotros, no para presentarla como un trofeo que poseemos frente a otros que no han sido elegidos, sino para acoger a ese Dios que está en la fuente de toda vida, por muy pequeña y pobre que nos pueda parecer a nosotros.
El Espíritu de Dios es de todos, porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido ni anhelo que brota del corazón de sus hijos e hijas.

sabado 8 junio

Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 20-25

En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado:
«Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino:
«Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»
Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.

Reflexión del sabado 8 junio


La escena de Pedro preocupado por Juan, que bien pudo ser debida a unos ciertos celos, nos demuestra que la fe va madurando muy poco a poco. Que todos somos débiles, y tendemos a mezclar en nuestra actuación motivos espirituales y otros muy humanos y no tan confesables.



Pero Pedro maduró por obra del Espíritu, y nos dio más tarde magníficos testimonios de su amor a Jesús. Él todavía no sabe que irá a Roma y que allí, después de un apostolado también lleno de valentía y de entrega, confesará con su vida a Cristo ante las autoridades romanas, él que le había negado ante una criada.



Mientras tanto, el evangelio de Juan parece como si no acabara: hay muchas otras cosas de Cristo que no caben en los libros. Ahí estamos nosotros, los que creemos en Jesús dos mil años después, los que no le hemos visto pero le seguimos. Los que estamos desplegando la Pascua en la historia que nos toca vivir. Los que hemos celebrado estas siete semanas, que concluirán con el don mejor del Resucitado, su Espíritu. Nosotros, que estamos intentando vivir en cristiano y anunciar ante el mundo que Cristo Jesús es el que da sentido a toda la historia y a nuestra vida. Y que nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación.



Porque la finalidad de todo el evangelio, como dice Juan en su primera conclusión, es que todos crean «que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre» (Jn 20,31).

Jueves séptima semana de Pascua. 6.06.2019


Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 20-26



En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»


Reflexión del jueves


La unión entre los seguidores de Cristo es una tarea inacabada, una asignatura siempre pendiente, tanto dentro de la Iglesia católica como en sus relaciones con las otras iglesias cristianas.



La consigna del «Ut unum sint», «que sean uno», no la acabamos de obedecer, por nuestra falta de capacidad dialogadora y de humildad.

La Pascua, centrada durante siete semanas en la nueva vida de Cristo y en el don de su Espíritu, debería producir en nosotros el fruto de la unidad. Esta es la petición y el testamento de Cristo en su Ultima Cena, pensando en nosotros, «los que crean en mí por la palabra de ellos».
Deberíamos progresar en la unidad: en nuestro ambiente doméstico, en la comunidad eclesial local, y también en nuestra comprensión y acercamiento a las otras confesiones cristianas, como ya nos encargara el Vaticano II. Si no buscamos nuestro propio interés o victoria, sino que sabemos centrarnos en Cristo y su Espíritu, no deberían ser obstáculo las diferencias de sensibilidad o doctrina entre las varias iglesias o personas.

En la Eucaristía invocamos dos veces al Espíritu. La primera, sobre los dones del pan y del vino, para que él los convierta para nosotros en el Cuerpo y Sangre de Cristo. La segunda invocación es sobre la comunidad: «los que vamos a participar del Cuerpo y Sangre de Cristo». Y lo que se pide que el Espíritu realice sobre la comunidad es: «que congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo», que «formemos un solo cuerpo y un solo espíritu»...
El fruto de la Eucaristía es la unidad. Como lo debe ser de la Pascua que hemos celebrado. Para ser fieles al testamento entrañable del Señor: «que sean uno».

Miércoles séptima semana de Pascua. 5.06.2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»

Reflexión del Miércoles semana 7 pascua

Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envio yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).

También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros.
Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él.
No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo, en el que los laicos, por ejemplo, están más sumergidos, pero también los religiosos y los ministros ordenados.

Eso si: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios-, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.

En la Eucaristía, y siempre que rezamos el Padrenuestro, pedimos a Dios: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Que puede traducirse también «del Maligno».
Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al «que quita el pecado del mundo».

Martes séptima semana de Pascua. 4.06.2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 1-11a

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: - «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»

Reflexión del 4.06.2019

Empieza hoy la llamada «oración sacerdotal» de Jesús en la Ultima Cena. Hasta ahora había hablado a los discípulos. Ahora eleva los ojos al Padre y le dirige la entrañable oración conclusiva de su misión.

«Padre, ha llegado la hora». Durante toda su vida ha ido anunciando esta «hora». Ahora sabemos cuál es: la hora de su entrega pascual en la cruz y de la glorificación que va a recibir del Padre, con la resurrección y la entrada en la vida definitiva, «con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese».

También aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión cumplida.

Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

Es la hora de las despedidas: la de Jesús en la Ultima Cena y la de Pablo en Mileto. La oración de Jesús está impregnada de amor a su Padre, de unión íntima con Él, y a la vez de amor y preocupación por los suyos que quedan en este mundo.
Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre.

Sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. No quiere abandonarnos:
- pide sobre nosotros la ayuda del Padre,
- él mismo nos promete su presencia continuada; el día de la Ascensión nos dirá: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»; como dice el prefacio de la Ascensión, «no se ha ido para desentenderse de este mundo»;
- y además nos da su Espíritu para que en todo momento nos guie y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro.
Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos? ¿tenemos la tentación del desánimo? Entonces ¿para qué hemos estado celebrando durante siete semanas la Pascua de Jesús, que es Pascua de energía, de vida, de alegría, de creatividad, de Espíritu?


3 junio 2019. lunes semana 7 pascua. Lectura del santo evangelio según san Juan 16,29-33

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: - «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.» Les contestó Jesús: - ¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»

Reflexión del lunes 7 pascua

Los apóstoles creen haber llegado a entender a Jesús: «ahora vemos», «creemos que saliste de Dios».
Pero Jesús parece ponerlo en duda: «¿ahora creéis?». En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos.
Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo».
b) ¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.
Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu.

¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias?
El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí».


2 JUNIO 2019.ASCENSIÓN DEL SEÑOR.Final del santo Evangelio según San Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

LA BENDICIÓN DE JESÚS

Son los últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Según el relato de Lucas, Jesús no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere dejar en la tierra «testigos». Esto es lo primero: «Vosotros sois testigos de estas cosas». Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más humano.
Pero Jesús conoce bien a sus discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: «Yo os enviaré el don prometido por mi Padre». No les va a faltar la «fuerza de lo alto». El Espíritu de Dios los defenderá.
Para expresar gráficamente el deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios, y sobre el mundo desciende su bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la Bondad de Dios, mantener viva la esperanza, no rendirnos ante el poder del mal. Este mundo que a veces parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo mira con ternura y compasión.
También hoy es posible, hacer el bien, difundir bondad. Es posible trabajar por un mundo más humano y una convivencia más sana. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica nos puede llevar a buscar con urgencia una sociedad menos corrupta.
Jesús es una bendición y la gente lo tiene que saber. Lo primero es promover una «pastoral de la bondad». Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Bueno y Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer. (Pagola)

1.06.2019   sabado 6ª semana de Pascua


Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 23b-28



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.»


Reflexión SABADO 1 JUNIO


En el evangelio, Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración.
Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».

La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos.
Cuando oramos, asi como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor».

Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz.

Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama.

31.05.2019   FIESTA DE LA VISITACIÓN DE MARIA A ISABEL. Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56



En aquellos días, Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -« ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: -«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


Reflexión 31 mayo


Ella, María, tenía razones poderosas para cuidarse, para permanecer tranquila en Nazaret. Necesitaba tiempo para asimilar su inesperada maternidad. Nadie podía exigirle que, después del susto, no pensara durante un tiempo en sí misma.

Tú tienes también tus problemas. Quizá no son enormes, pero en más de una ocasión te han servido de excusa para no complicarte la vida. Tienes derecho a disfrutar del fin de semana después de cinco días de trabajo intenso. Andas ajustado económicamente como para dar una cuota fija a Cáritas. El médico te ha dicho que tienes que descansar más, que ya no tienes años para andar visitando ancianos solitarios en sus casas. Tus padres insisten en que lo primero es el estudio y luego, si sobra tiempo, puedes empezar a pensar en otras cosas. Lo oyes a menudo por la calle: “Nadie va a resolver mis problemas”.


Ella, no obstante, dejó la aldea de Nazaret y, sin pensarlo dos veces (“con prontitud” dice Lucas), se puso en camino hacia Ain Karim, el pueblo de su pariente Isabel. No se había recuperado del asombro producido por el anuncio del ángel y ya estaba pensando en la manera concreta de echar una mano. Los 160 kilómetros que separan Nazaret de Ain Karim fueron testigos del paso decidido de una muchacha solidaria.


Tú, en más de una ocasión, has sentido algo semejante. No eres tan insensible como para no darte cuenta de que tus hijos necesitan que les dediques más tiempo. Quieren comentarte cómo les va en el colegio y lo bien que lo han pasado con los amigos el fin de semana. Tú sabes que tus padres son algo más que trabajadores a tu servicio y que sería bueno decírselo alguna vez. Alguien te ha dicho que en el tercero hay una pareja de ancianos que apenas reciben visitas. El otro día en la parroquia pidieron voluntarios para repartir los sobres de la campaña contra el hambre. Has descubierto que en el colegio hay una chica a la que nadie invita nunca a dar una vuelta. De acuerdo, tú también tienes tus problemas, andas con el tiempo tasado, se te ha echado encima una semana a tope. Dice Lucas que ella lo hizo “con prontitud”. ¿Cuánto tardas tú en recorrer los tres metros que te separan de tus padres, los dos pisos que hay entre el tuyo y el de los ancianos solitarios?


Ella no entró en casa de Isabel haciéndose la importante, quejándose de la cantidad de cosas que había tenido que dejar en Nazaret para venir a servirle, poniendo cara de sufridora, exigiendo sutilmente reconocimiento. Ella entró saludando; es decir, regalando a manos llenas la gracia y la paz. Desbordó tanta alegría que hasta el pequeño Juan se vio afectado por esas ondas misteriosas de entusiasmo.

Tú, cuando te pones en camino, siempre estás tentado de que tu mano izquierda se entere bien de lo que hace la derecha. A veces -es verdad- no te importa hacer un favor, pero tampoco está de más que te lo agradezcan. Te has sorprendido en más de una ocasión haciendo una lista de los esfuerzos que has tenido que hacer “para estar un ratito contigo, chica”. Cuando piensas en ella sientes que tu entrega tiene que ser gratuita. Si no, ¿qué gracia tiene? ¡Ya hay mucha gente que hace muchas cosas, y a veces duras, para recibir algo a cambio! Comprendes que la tarjeta de visita de una entrega gratuita es siempre la alegría y la sencillez.

Ella se vio inmediatamente correspondida por Isabel. No rechazó la alabanza. Simplemente, con el espíritu alegre, la dirigió al que es la fuente de todo amor, prorrumpió en un canto de agradecimiento a Dios, su salvador.


Tú sabes muy bien que si brota de ti un pequeño gesto de entrega es porque Alguien se te entrega todos los días sin reservas. ¿Has pensado ya en cantar tu Magnificat? ¿Has pensado en orar con María?

30.05.2019   jueves 6ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver.» Comentaron entonces algunos discípulos: - «¿Qué significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?» Y se preguntaban: - «¿Qué significa ese "poco";? No entendemos lo que dice.» Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: - «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.»

Reflexión del jueves 30.05.2019

Este jueves de la semana sexta de Pascua ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha trasladado al próximo domingo.
Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena.

Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor.
Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con lineas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol.
Si supiéramos que «dentro de otro poquito» ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real.
También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona -sea Cristo mismo, o nosotros- tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaria una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver». Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veia la presencia del Padre en su vida: «¿por qué me has abandonado?».

Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espiritu están presentes y activos, aunque no les veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos «desalentarnos», o sea, perder el aliento: «Espiritu» en griego («Pneuma») significa precisamente «Aliento».

29.05.2019, miercoles 6ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará.»

Reflexión del 29.05.2019
El Espíritu Santo, además de ser nuestro defensor y abogado, es también nuestro maestro. En vida de Jesús, sus seguidores muchas veces no captaron bien lo que les decía: qué clase de mesianismo era el suyo, cómo se podía entender la metáfora del templo destruido y reedificado, por qué entraba en su camino redentor la muerte y la resurrección, qué significaba la Eucaristía que prometía. Cristo es la verdad, y la verdad plena. Pero la inteligencia de esa verdad por parte de los suyos se deberá al Espíritu, después de la Pascua y de Pentecostés: «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena».

Es una verdad que brota de esa admirable unión que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: el Espíritu «recibirá de mí», pero a su vez Jesús está unido al Padre, porque «todo lo que tiene el Padre es mío».

Para entender la obra del Espíritu basta recordar la maduración que supuso la Pascua y luego Pentecostés en la fe de Pedro y los suyos. No sólo en su fortaleza de ánimo y en su decisión, sino también en la comprensión de la persona y la doctrina de Jesús. ¿No ha sido todo el libro de los Hechos una prueba de cómo el Espíritu iba conduciendo a aquellas comunidades hacia esa verdad plena, por ejemplo en el aspecto de la universalidad de la salvación cristiana?

El Catecismo de la Iglesia Católica presenta al Espíritu como nuestro pedagogo y maestro.

Cuando se proclama la Palabra de Dios, «el Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración» (1101).

«Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad» (1102). «En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia» (1103).

Martes 28 mayo 2019, sexta semana de pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 5-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.»

Reflexión del 27/5/19

A nosotros nos encantaría poder ver a Jesús, experimentar claramente su presencia en medio de nosotros. Como les hubiera encantado a sus apóstoles no haber oído nada sobre su marcha o su Ascensión. A todos nos gustan las «seguridades», las comprobaciones visibles a corto plazo.

Y sin embargo, en su Ascensión, el Señor no abandonó a su Iglesia. Nos ha prometido una doble presencia que tendría que llenarnos de ánimos:

- la del mismo Cristo, ahora Resucitado, que no ha dejado de estarnos presente («yo estoy con vosotros todos los días»): lo que pasa es que lo que antes era presencia visible, ahora sigue siendo real, pero invisible. Su «ausencia» es «presencia de otra forma», porque él ya está en la existencia escatológica, definitiva, pascual;
- y la presencia de su Espíritu, que actúa de abogado y defensor, de animador de nuestra comunidad, de eficaz protagonista de los sacramentos, de maestro que hace madurar la memoria y la fe de los cristianos.
Si creyéramos en verdad esto -y hacia el final de la Pascua ya sería hora de que nos hubiéramos dejado convencer de la presencia del Resucitado entre nosotros y del protagonismo de su Espíritu- no caeríamos en el desaliento ni la tristeza, ni nos conformaríamos con una vida lánguida y perezosa.
La Eucaristía es una de las formas en que más entrañablemente podemos experimentar la presencia del Señor Resucitado en nuestra vida, nada menos que como alimento para nuestro camino.


LUNES 27 MAYO 2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.»

Reflexión 


El encargo fundamental para los cristianos es que den testimonio de Jesús. El día de la Ascensión les dijo: «seréis mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo».

Pero hay un factor muy importante para que esto sea posible: para esa hora del mal y del odio, les promete la fuerza de su Espíritu, que van a necesitar para poder dar ese testimonio. Al Espíritu -de quien desde ahora hasta Pentecostés las lecturas van a hablar con más frecuencia- le llama«Paráclito», palabra griega («para-cletos»), que significa defensor, abogado (la palabra latina que mejor traduce el «para-cletos» griego es «ad-vocatus»). Le llama también «Espíritu de la Verdad», que va a dar testimonio de Jesús. Con la ayuda de ese Abogado sí que podrán dar también ellos testimonio en este mundo.

Que como seguidores de Jesús iban a tener dificultades lo experimentaron los cristianos ya desde el principio. El libro de los Hechos, que hemos ido leyendo en el Tiempo Pascual, nos ha narrado una sucesión de persecuciones, detenciones, azotes, y hasta la muerte, como la de Esteban.
A lo largo de los dos mil años, ha seguido la misma tónica. Como al Señor le crucificaron, a sus fieles los han crucificado de mil maneras. Si la comunidad de Jesús, fiel al Evangelio de su Maestro, da testimonio de justicia o de amor, o defiende valores que no son los que la sociedad defiende, o denuncia situaciones que se dan contra la dignidad humana o contra la voluntad de Dios, es lógico que sea odiada, porque resulta incómoda. A veces será perseguida hasta la muerte, y otras, desprestigiada, ignorada, impedida en su misión. La palabra griega para decir «testigo, testimonio» es la de «mártir, martiría». Dar testimonio del Evangelio de Jesús comporta muchas veces sufrimiento y martirio. Pero también ahora tenemos la ayuda del Espíritu, el abogado, el defensor. Con su fuerza podemos librar la batalla entre el bien y el mal, y permanecer fieles a Cristo en medio de un mundo que a veces se muestra claramente contrario a su Evangelio, y dar testimonio de Cristo en nuestro ambiente, siendo de palabra y de obra fieles a su estilo de vida y a sus convicciones.
Si celebramos bien la Pascua -y estamos en su sexta semana- ése debe ser uno de los signos de que nos estamos dejando comunicar la vida nueva del Resucitado y de su Espiritu: la valentía en dar testimonio de Jesús.

26 mayo, Sexto domingo de Pascua

Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 23-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:
«Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
REFLEXION
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y acobardados. Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.
Que no se pierda mi Mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto humanizador del Padre: ese “reino de Dios” del que les ha hablado tanto. Si le aman, esto es lo primero que han de cuidar: “el que me ama, guardará mi palabra...el que no me ama, no la guardará”.
Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con nuestras doctrinas?
El Padre os enviará en mi nombre un Defensor. Jesús no quiere que se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los defenderá de riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección.
El Espíritu les “enseñará” a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les “recordará” lo que le han escuchado. Los educará en su estilo de vida.
Después de veinte siglos, ¿qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?
Os doy mi paz. Jesús quiere que vivan con la misma paz que han podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de Jesús.
Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de perder esa paz. Jesús insiste: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
Después de veinte siglos, ¿por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. El Papa Francisco es un regalo de Dios. Todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio. No podemos quedarnos pasivos.



25 mayo, sabado

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra."
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»

Reflexión del 25 mayo

Jesús ha hablado hasta ahora mucho del amor. Ahora aparece la palabra «odio». Anuncia de antemano a sus seguidores que el mundo les odiará.
Va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Como lo ha sido en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».
Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Las palabras de Jesús en la Ultima Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. Como lo ha sido a lo largo de los dos mil años de la historia para la comunidad cristiana.

«Si fuerais del mundo, el mundo os amaría, pero como no sois del mundo por eso el mundo os odia». Según esto, debería ser mala señal que la sociedad nos aceptara demasiado fácilmente: sería señal o de que el mundo se ha convertido y ha cambiado, o de que nosotros no damos testimonio de los valores cristianos, sino que nos hemos amoldado de alguna manera a la manera de pensar del mundo y no le resultamos «incómodos».

Es el peligro que podemos tener: el «mimetismo», la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos? ¿nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida

24 mayo, FIESTA DE MARIA AUXILIADORA: ¡FELICIDADES!

23 mayo 2019, jueves 5º de Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»

Reflexión del jueves 23.05.2019

 Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos».

Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad.

Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.

Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros.

Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores).

Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida.

22 MAYO 2019, Miércoles 5º PASCUA


Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 1-8



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Corno el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, corno el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»


Reflexión del miercoles 5º Pascua


De entre las varias comparaciones que tienen como clave la vid y la viña el pueblo de Israel como una viña plantada por Dios, que se queja amargamente de que la viña en la que había puesto su ilusión no le da frutos; los viñadores malos castigados porque no pagan al dueño-, ésta de la cepa y los sarmientos es la que más íntimamente describe la unión vital de Cristo con sus seguidores.

La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).

Esta unión tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

Pero, por otra parte, también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?


21 MAYO 2019, MARTES 5º PASCUA

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 27-31a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago. Levantaos, vámonos de aquí.»

Reflexión del martes 5ª semana de Pascua

En el clima de despedida de Jesús, hay una preocupación lógica por el futuro. Y Jesús les tranquiliza: «la paz os dejo, mi paz os doy». Eso sí, no es una paz barata, sino una paz que viene de lo alto: «no os la doy yo como la da el mundo».
La consigna de Jesús es clara: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Es verdad que «me voy», pero «vuelvo a vuestro lado: si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».

La paz y la seguridad que Jesús promete a los suyos deriva de la unión íntima que él tiene con el Padre: él ama al Padre, cumple lo que le ha encargado el Padre y ahora vuelve al Padre. Desde esa existencia postpascual es como «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...».

También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.

Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado».

A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua. También Cristo encontró la paz y el sentido pleno de su vida en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, aunque le llevara a la muerte.

Escuchemos la palabra serenante del Señor: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Si estamos celebrando bien la Cincuentena Pascual, deberíamos haber crecido ya notoriamente en la paz que nos comunica el Resucitado, venciendo toda turbación y miedo.

20 MAYO 2019, LUNES 5º PASCUA

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 21-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»

Reflexión del LUNES 5º PASCUA

Jesús nos anuncia al Espíritu Santo como protagonista en nuestra vida de fe. Le llama «Paráclito», o sea, Abogado, Defensor. Le llama Maestro («él os enseñará todo»), y también «Memoria» («os irá recordando todo lo que os he dicho»).
b) Pascua es algo más que alegrarnos por la resurrección de Jesús. El Resucitado nos invita a una comunión vital: nuestra fe y nuestro amor a Jesús nos introduce en un admirable intercambio. Dios mismo hace su morada en nosotros, nos convertimos en templos de Dios y de su Espíritu.

Nos invita también a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica unos números sabrosos (1091-1112) al papel del Espíritu en nuestra vida de fe. Lo llama «pedagogo» de nuestra fe, porque él es quien nos prepara para el encuentro con Cristo y con el Padre, el que suscita nuestra fe y nuestro amor, y el que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia».

La Pascua la estamos celebrando y viviendo bien si se nota que vamos entrando en esta comunión de vida con el Señor y nos dejamos animar por su Espíritu.

Cuando celebramos la Eucaristía y recibimos a Cristo Resucitado como alimento de vida, se produce de un modo admirable esa «interpermanencia» de vida y de amor: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6, 56-57).

En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre.

5º DOMINGO DE PASCUA

Lectura del santo Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando salió judas del cenáculo, dijo Jesús:
–Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIA

Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: «Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo».
Les habla con ternura. Quiere que queden gravados en su corazón sus últimos gestos y palabras. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros». Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un «mandamiento nuevo». ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También los filósofos griegos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: «amaos como yo os he amado». Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: «No os llamo siervos… a vosotros os he llamado amigos». En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: «no he venido a ser servido sino a servir». Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y con gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, Jesús llamó a los doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.

18.05.2019 Sabado de la 4ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice:
- «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
- «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mi, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.»

Reflexión sabado cuarta semana Pascua

La pregunta de Felipe -siempre hay preguntas sencillas de alguien que a Juan le sirven para seguir profundizando en la manifestación de Jesús- conduce a la afirmación más decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí... el Padre permanece en mí y él mismo hace las obras».

Las consecuencias son riquísimas. Al Padre nadie le ha visto: pero el que ha visto a Jesús, ya ha visto al Padre. El que cree y acepta a Cristo, ha creído y aceptado al mismo Dios. Jesús es la puerta, el camino, la luz, y en él tenemos acceso a Dios Padre. También el éxito de nuestra oración queda asegurado: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré».
Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús.

Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto».
Pero nosotros sí creemos en él. Le seguimos como al verdadero Maestro. Le comemos como al verdadero Pan. Nos dejamos guiar por él, que es la verdadera Luz. Y sabemos que estamos en el recto camino para la vida, para llegar a Dios.

17.05.2019 Viernes de la 4ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: - «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: - «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»

Reflexión viernes cuarta semana Pascua


¿qué será de los discípulos después de la marcha de Jesús?
Ante todo les invita a que no tengan miedo: «no perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí». El se va, pero eso les conviene: va a prepararles el camino. Ellos también están destinados a ir a donde va él, a «las muchas estancias que hay en la casa del Padre».
Esta vez la autorevelación de Jesús, que tan polifacética aparece en el evangelio -estas semanas le hemos oído decir que es el pan, la puerta, el pastor, la luz-, se hace con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?», Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «yo soy»: «yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, sino por mí».

Al igual que había dicho que él es la puerta, por la que hay que entrar, ahora dice que es el camino, por el que hay que saber seguir para llegar al Padre y a la vida. Además, las categorías de la verdad y de la vida completan la presentación de la persona de Jesús.

En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que ahora se repite mucho en los cantos con los que cantamos la marcha de la comunidad cristiana («camina, pueblo de Dios», «somos un pueblo que camina»...). Cristo como camino es a la vez compromiso -porque tenemos que seguir tras él- y tranquilidad -«no perdáis la calma»- porque no vamos sin rumbo: él nos señala el camino, él es el camino.

jueves, 16 mayo 2019. Evangelio del día.

Lectura del santo evangelio según san Juan 13,16-20

Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado." Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe recibe al que me ha enviado.»

Reflexión 16 mayo 2019, jueves

A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos.
Esta cena empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás. Es una página entrañable que leemos el Jueves Santo. Aquí escuchamos la consecuencia que Jesús quiere que saquen sus discípulos.
El siervo tiene que imitar lo que hace su amo. El discípulo, lo que ha aprendido de su maestro. Ellos han visto cómo Jesús se ha ceñido la toalla, ha tomado en sus manos la jofaina y ha ido lavándoles los pies uno a uno. Es lo mismo que tienen que hacer ellos: «dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».
También empieza a anunciar cómo uno de ellos, Judas, le va a traicionar. Y repite la idea de que así como el Padre le ha enviado a él, él les envía a ellos a este mundo. El que recibe a los enviados de Cristo, le recibe a él, y por tanto recibe al que le ha enviado, al Padre. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí: «para que creáis que yo soy».

Es fácil admirar el gesto del lavatorio de los pies hecho por Jesús. Y reflexionar sobre cómo ha entendido él la autoridad: «no he venido a ser servido, sino a servir». Pero lo que nos pide la Palabra de Dios no son afirmaciones lógicas y bonitas, sino el seguimiento de Jesús, la imitación de sus actitudes. En este caso, la imitación, en nuestra vida de cada día, de su actitud de servidor de los demás.

En la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás.

Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros.

miercoles 15 mayo 2019. Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 44-50

En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: - «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»

Reflexión 

En la fiesta de la Dedicación del Templo Jesús ha decidido proclamar en medio de la gente el misterio de su persona. Es el enviado de Dios, viene de parte de Dios. Más aún: «el que me ve a mí, ve al que me ha enviado».

Se trata, una vez más, de la gran disyuntiva: «el que me rechaza y no acepta mis palabras, ya tiene quien le juzgue», porque «lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre». Jesús ha venido a salvar: el que no le acepta, él mismo se excluye de la vida.

Esta vez la revelación de su identidad -para la que en otras ocasiones se sirve de las imágenes del pan o del agua o del pastor o de la puerta- la hace con otra muy expresiva: «yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas».

Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» (Jn 1,9) y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, l 2; 9, 5). Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,19).

Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso.

Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz» (I Jn 2,10). La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar.




Evangelio del día 14 mayo. San Matías apostol

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Reflexión 

Si el Evangelio no es una biografía de Jesús, los Hechos de los Apóstoles no son una colección de biografías de aquellos primeros héroes del cristianismo naciente. De algunos apóstoles apenas sabemos más que el nombre. De Matías sabemos solamente su nombre y su elección. 

Y es un apóstol al que se cita siempre en segundo lugar, puesto humilde que se puede comprobar sin más que abrir el misal romano por el canon. Al principio del mismo, en la oración de comunión con los santos, se nombra uno por uno a los apóstoles, pero en esa lista falta precisamente Matías, aunque se nombra a otros doce santos no apóstoles, y se cita a Pablo juntamente con Pedro, siendo también Pablo apóstol posterior, que no perteneció al grupo de los doce. Si queremos hallar una mención de Matías en el canon, tenemos que buscarlo, como escondido y de incógnito, después de Juan Bautista y Esteban Protomártir, entre una lista de santos y santas. Un título más para que nos acordemos de este trabajador evangélico que, al contrario que otros santos, se vio exaltado en vida y se ve humillado después de su muerte.
Cuando se intenta trazar la semblanza histórica de este apóstol singular, hay que limitarse a lo poco que de él nos dicen los Hechos de los Apóstoles

Matías significa: "Regalo de Dios". Igual que a Matías, el Señor nos ha elegido a nosotros también para ser sus amigos, para gozar de su intimidad y anunciar su Evangelio a los demás. 


13 mayo 2019, FIESTA DE SANTA MARÍA MAZZARELLO

Celebramos la vida de una gran mujer, María Mazzarello.
De nadie mejor que de ella podemos aprender la gratitud: sencilla, audaz, emprendedora, humilde…

María Dominga Mazzarello, primogénita de siete hijos, nace en Mornés – Italia, el 9 de mayo de 1837.
En 1872 Don Bosco la escogió para iniciar el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, llamadas Salesianas.

Como Superiora se mostró hábil formadora y maestra de vida espiritual. Tenía el carisma de la alegría serena, irradiando gozo e implicando a otras jóvenes en el empeño de dedicarle la vida al Señor para sevirle en la educación de la mujer especialmente.

Murió a los 44 años, en Nizza- Monferrato el 14 de mayo de 1881, después de cantarle un himno a la Santísima Virgen expiró santamente. Sus tres grandes devociones fueron: la Eucaristía, la Auxiliadora y la juventud más pobre para educarla bien.

Sus restos se veneran en la Basílica de Ma Auxiliadora en Turín. Su fiesta se celebra el 13 de mayo.

DE MARIA MAZZARELLO, CARTA 29 A LAS HERMANAS DE BORGO SAN MARTINO 

Nizza, Diciembre de 1879 

¡Viva María Inmaculada! 

Nos acercamos a la hermosa fiesta de nuestra Madre, María Inmaculada. Sé que desean una carta mía y estoy pronta a obecerlas, animándolas a hacer bien la novena, con todo el fervor posible y con la observancia de la santa Regla. 

Tenemos que empeñarnos, todas, especialmente en estos hermosos días, en la práctica sincera de la verdadera humildad, en aplastar nuestro amor propio y en soportarnos mutuamente y con caridad los defectos. 

 Debemos hacer con fervor nuestras prácticas de piedad, especialmente la santa Comunión, procurando observar con exactitud nuestra santa Regla, practicando mejor nuestros Votos de pobreza, castidad y obediencia. Si lo hacemos así, la Virgen estará contenta de nosotras y nos obtendrá del Señor todas las gracias que necesitamos para hacernos santas.

En estos días recordemos renovar los buenos propósitos que hemos hecho en los santos Ejercicios, recemos mucho por nuestros Superiores, por las necesidades de nuestra querida Congregación y no olvidemos a nuestras queridas hermanas difuntas. 

Ánimo, entonces, trabajen por Jesús y estén tranquilas que todo lo que hagan y sufran será recompensado en el Cielo. 

Estén siempre alegres en el Señor, 

Vuestra Madre, Hna. María Mazzarello

12 mayo, domingo 4º de Pascua


Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 27-30



En aquel tiempo, dijo Jesús:
–Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno.

ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS


Era invierno, Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.
Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: «Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas». ¿Qué significa esta metáfora?
Jesús es muy claro: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirlo depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidor o seguidora de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin embargo, esa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la fe cristiana.
Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirlo cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús. (J.A.Pagola)

11 mayo, sábado 3ª semana de Pascua




Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69



En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oirlo, dijeron: -«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: - «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: - «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: - «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: - «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»


Reflexión sábado tercera semana de Pascua


Leemos hoy el pasaje final del capítulo 6 de san Juan, con las reacciones que produce en sus oyentes el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida.
Para algunos resulta «duro», imposible de admitir. No se sabe qué les ha escandalizado más: el que Jesús -en definitiva, para ellos, un obrero del pueblo de al lado, aunque se haya mostrado buen predicador y haga milagros- afirme con decisión que él es el enviado de Dios y hay que creer en él para tener vida; o bien que afirme que hay que «comer su carne y beber su sangre», con una alusión al sacramento eucarístico que ellos, naturalmente, no podían entender todavía.

Jesús trata de darles pistas para que sepan entender su doble manifestación. Tanto la afirmación de que «ha bajado del cielo», como la de que hay que «comer su carne», sólo tendrán su sentido después de la Pascua: cuando Jesús haya «subido» glorioso al Padre, resucitado por el Espíritu, completando así su camino mesiánico, y cuando haya descendido el mismo Espíritu sobre los discípulos, dándoles los ojos de la fe para entender la donación del Jesús pascual como Pan verdadero. Pero no parece bastar: «desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él».
Menos mal que el grupo de discípulos, cuyo portavoz es -una vez más- Pedro, le permanecen fieles. Tal vez no han entendido del todo sus afirmaciones. Pero creen en él, le creen a él: «¿a quién vamos a acudir? tú tienes palabras de vida eterna».


También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaúm, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo.

Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en él, puede resultar difícil.

Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: «¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».




10 mayo, viernes 3ª semana de Pascua




Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 52-59



En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: - «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: - «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.


Reflexión viernes 10 mayo 2019


En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.
Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: «¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: «¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».
El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).
Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mi», sino «por mi». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.

También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.
Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?

9 mayo, jueves 3ª semana de Pascua


Lectura del santo evangelio según san Juan 6,44-51



En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»


Reflexión jueves 9.05.2019


El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sigue adelante, progresando hacia su plenitud.
La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.
Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes -que no se lee en la selección de la Misa- que refleja bien cuál era la intención de Jesús. Murmuraban y se preguntaban: «¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (v. 42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.
Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae.
Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz.

Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.

8 mayo miércoles 3ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre:'que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
REFLEXIÓN. La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en él, antes de comerle sacramentalmente.

Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida Por eso es muy bueno que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía», comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con él en «La mesa de la Palabra», escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida los de Dios.

El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras».

La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo.

Reflexión7mayo, martes 3ª semana de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 30-35

En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: - «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."» Jesús les replicó: - «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: - «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

Reflexión 7 mayo 2019. En el evangelio, la gente sencilla pide «signos» a Jesús. Y casi como provocándole le dicen que Moisés sí había hecho signos: el maná que proporcionó a los suyos en la travesía del desierto. Así ha construido literariamente la escena el evangelista para dar lugar a continuación al discurso de Jesús sobre el pan verdadero.

Todo el discurso siguiente va a ser como una homilía en torno al tema del pan: el pan que multiplicó Jesús el día anterior, el maná que Dios dio al pueblo en el desierto, y el Pan que Jesús quiere anunciar. La frase crucial es una cita del salmo 77, 24: «les diste pan del cielo» .

Se establece el paralelismo entre Moisés y Jesús, entre el pan que no sacia y el pan que da vida eterna, entre el pan con minúscula y el Pan con mayúscula. A partir de la experiencia de la multiplicación y del recuerdo histórico del maná, Jesús conduce a sus oyentes hacia la inteligencia más profunda del Pan que Dios les quiere dar, que es él mismo, Jesús. Si en el desierto el maná fue la prueba de la cercanía de Dios para con su pueblo, ahora el mismo Dios quiere dar a la humanidad el Pan verdadero, Jesús, en el que hay que creer. Siempre es parecido el camino: de la anécdota de un milagro hay que pasar a la categoría del «yo soy». Aquí, al «yo soy el pan de vida».

Nosotros tenemos la suerte de la fe. E interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir. El Señor, ahora Glorioso y Resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida.
Aquella gente del evangelio, sin saberlo bien, nos han dado la consigna para nuestra oración. Podemos decir como ellos, en nombre propio y de toda la humanidad: «danos siempre de este Pan». Y no sólo en el sentido inmediato del pan humano, sino del Pan verdadero que es Cristo mismo.

Pero los cristianos no nos tendríamos que conformar con saciarnos nosotros de ese Pan. Deberíamos «distribuirlo» a los demás: deberíamos anunciar a Cristo como el que sacia todas las hambres que podamos sentir los humanos. Deberíamos conducir a todos los que podamos, con nuestro ejemplo y testimonio, a la fe en Cristo y a la Eucaristía. 

lunes 6 mayo. Santo Domingo Savio

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,22-29


Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»
Reflexión 6 mayo: la gente busca a Jesús, al día siguiente de la multiplicación de los panes.
Pero Jesús les tiene que echar en cara que la motivación de esta búsqueda es superficial: «me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Se quedan en el hecho, pero no llegan al mensaje. Como la samaritana que apetecía el agua del pozo, cuando Jesús le hablaba de otra agua.

Con sus milagros, Jesús quiere que las personas capten su persona, su misterio, su misión. «Que crean en el que Dios ha enviado».
Es admirable, a lo largo del evangelio, ver cómo Jesús, a pesar de la cortedad de sus oyentes, les va conduciendo con paciencia hacia la verdadera fe: «yo soy la luz», «yo soy la vida», «yo soy el Pastor». Aquí, a partir del pan que han comido con gusto, les ayudará a creer en su afirmación: «yo soy el pan que da la vida eterna».

Como Jesús, con pedagogía y paciencia, fue conduciendo a la gente a la fe en él, a partir de las apetencias meramente humanas -el pan para saciar el hambre, el mesianismo humano y político que buscaba Pedro-, también nosotros deberíamos ayudar a nuestros hermanos, jóvenes y mayores, a llegar a captar cómo Jesús es la respuesta de Dios a todos nuestros deseos y valores.

Buscar a Jesús porque multiplica el pan humano es flojo, pero es un punto de partida. El hombre de hoy, aunque tal vez no conscientemente, busca felicidad, seguridad, vida y verdad. Como la gente de Cafarnaúm, anda bastante desconcertado, buscando y no encontrando respuesta al sentido de su vida.

Hay buena voluntad en mucha gente. Lo que necesitan es que alguien les ayude. A veces tienen una concepción pobre de la fe cristiana, por temor o por un sentido meramente de precepto, o por interés: algunos buscan a Dios por los favores que de él esperan, sin buscarle a él mismo. Si nosotros los cristianos, con nuestra palabra y nuestras obras, les ayudamos y les evangelizamos, pueden llegar a entender que la respuesta se llama Jesús, y del pan humano y caduco podrán pasar a apreciar el Pan que es Cristo y el Pan que nos da Cristo.

4 mayo, sábado 2ª semana de Pascua


Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 16-21



Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafárnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: - «Soy yo, no temáis.» Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Reflexión 4 MAYO

Un misterioso suceso en el lago sigue al milagro de la multiplicación de los panes y a la «huida» de Jesús cuando le querían hacer rey.
De noche los discípulos, avezados al trabajo en el lago, experimentan un momento de pánico por la mar encrespada y, además, por la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas. Hasta que oyen las palabras tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Pero el desenlace sigue siendo misterioso: no se nos dice si Jesús sube a la barca o no, sino que llegan a destino y se impone la serenidad. Como en el caso de las pescas milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo resulta plenamente eficaz.

También la escena del evangelio se reflejará alguna vez, no sólo en nuestra vida personal, sino en la de la comunidad: la barca puede ser símbolo de nuestra vida o también de la comunidad eclesial.

Cuando se hace de noche en todos los sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los ánimos: cuando pasa esto y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros distraídos o porque él nos esconde su presencia- no es extraño que perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo, supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil recobrar la calma.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, el Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la donación- él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia: «soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos.



3 mayo: Fiesta de San Felipe y Santiago (apóstoles)
Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 6-14




En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:

-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»

Felipe le dice:

-«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»

Jesús le replica:

-«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre" ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. »

Reflexión 3MAYO



Tomás y Felipe nos dan la oportunidad de conocer un poco más a Jesús. Ellos le exponen sus dudas al Maestro y Él les da una respuesta que solo desde el corazón podemos entender: La unidad del Padre y el Hijo, “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Y va más allá al decirles, al decirnos, que si no creemos en sus palabras creamos en las obras: “El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”. El Dogma de la Santísima Trinidad (muy presente en este pasaje, pienso que es el Espíritu Santo el que inspira a Jesús y mueve a Jesús) es muy difícil de entender por nosotros, pero basta con escuchar atentamente las palabras de Cristo para abandonarnos a su confianza y creer sin miedo y sin reservas.


Y una vez más Cristo nos anima a pedir con confianza, a orar con la seguridad de que seremos escuchados y atendidos: “…Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” Es una prueba más del amor infinito que nos tiene Dios, de su Misericordia para con nosotros. Podemos no entender, podemos dudar, pero siempre tenemos que tener la certeza de que la mano tendida del Padre nos aguarda. Sé que son cosas difíciles de comprender, por eso os animo a que perseveréis en la Fe, que pidáis Fe a Cristo. La Fe es la roca fuerte en la que cimentar nuestra vida, la palanca que moverá nuestro corazón en el camino hacia a Dios y en nuestras relaciones con los demás. 


2 mayo 2019, jueves 2ª semana de Pascua
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 31-36


El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Reflexión 2 MAYO
Las palabras con las que concluye el diálogo de Jesús con Nicodemo son el resumen de todo el evangelio de Juan:

- Jesús ha venido del cielo, es el enviado de Dios, nos trae sus palabras, que son la verdadera sabiduría y las que dan sentido a la vida: son la mejor prueba del amor que Dios tiene a su Hijo y a nosotros;

- el que acoge a Jesús y su palabra es el que acierta: tendrá la vida eterna que Dios le está ofreciendo a través de su Hijo; el que no le quiera aceptar, él mismo se excluye de la vida.

Nosotros seguramente hemos hecho hace tiempo la opción, en nuestra vida, de acoger a Jesús como el enviado de Dios. Hemos considerado que es él quien da sentido pleno a nuestra existencia, y nos esforzamos por seguir su estilo de vida. Estamos guiándonos, no con los criterios «de la tierra», sino los «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.

Esto supone que nos esforzamos, día tras día, en ir asimilando vitalmente las categorías evangélicas, para no dejarnos llevar de las categorías humanas que se respiran en este mundo, que son «de la tierra» y a veces opuestas a las «de arriba».

Pedro nos ha dicho que Jesús es el Jefe y Salvador, que en él encontramos el perdón de los pecados. El evangelio nos ha repetido que el que cree y sigue a este Jesús posee la vida eterna. Esto nos llena de alegría y a la vez de compromiso.

Si tenemos la posibilidad y la opción de una Eucaristía diaria, ella nos da la mejor ocasión de acudir a la escuela de Jesús, de escuchar su Palabra, de dejarnos iluminar continuamente por los criterios de Dios. Para que nuestra categoría de valores y nuestra manera de pensar y de interpretar a las personas y los hechos de la historia vayan coincidiendo plenamente con la de Dios. Y además, la Eucaristía nos da la fuerza diaria para que podamos realizar esto en la vida.






«Que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración)




MIÉRCOLES, 1 mayo 2019. Fiesta de san José obrero


A finales del siglo XIX y principio de XX, el 1 de mayo se convirtió en una fecha reivindicativa y revolucionaria a favor de la clase obrera. El Papa Pío XII, en 1955, quiso darle una dimensión cristiana, e instituyó la fiesta de San José Obrero, que no sólo fue trabajador artesano humilde, sino el modelo de todo trabajador cristiano, que se afanó durante años, como servidor de la Sagrada Familia, sumergido en una gran intimidad con Dios. De esta manera el Papa proyectaba una luz nueva sobre la dignidad del trabajo, que ofrece el medio de perfeccionar la creación, sirviendo a Dios y a los hombres, imitando a Dios Creador y al Hijo de Dios también artesano como su padre José, y uniendo los sufrimientos y contrariedades del propio trabajo a la cruz de Cristo.



Aunque los evangelios nos dicen muy poco de San José, le califican con cinco títulos, importantes y significativos, que son como cinco pilares que permiten construir una sólida teología josefina: le designan "hijo de David" (Mt 1,20), "esposo de María" (Mt 1,16), "padre de Jesús" (Lc 2,48), "hombre justo" (Mt 1,19), y "el carpintero" (Mt 13,55) que enseñó su mismo oficio a Jesús (Mc 6,3). Hoy sólo cebramos su oficio de carpintero de Nazaret: el sencillo trabajador que tiene que trabajar cada día, para sostener a su familia, con el sudor de su frente en un trabajo bien humilde, y en una vida oculta laboriosa.


El evangelio no recoge ni una sola palabra suya. San José, más que con sus palabras, habla con sus actitudes y gestos. Con su silencio, su obediencia, su trabajo. Fue un obrero auténtico que trabajaba de sol a sol en su modesto taller de carpintería. La palabra griega tékton con que le designa el evangelio, tiene un sentido genérico de "artesano", que puede incluir los oficios de carpintero, herrero, albañil, curtidor, tejedor, alfarero, etc. Sin embargo, ya en Homero y en Jenofonte, tékton se usa en el sentido específico de artesano en carpintería. Y así lo ha entendido la tradición cristiana desde san Justino (siglo II), que nos dice que construía yugos y arados, y en la misma línea escriben Origenes, san Efrén y san Juan Damasceno. Hasta la edad media no aparecen los autores que le dicen herrero (san Isidoro de Sevilla). Pero ninguna prueba decisiva señala con precisión el oficio de José. Algo puede aclararnos el hecho de que en la época de Cristo, en Palestina escaseaba la madera. No había sino los famosos cedros, que eran pocos y propiedad de ricos, palmeras, higueras y otros frutales. En consecuencia muy pocas cosas eran entonces de madera. Concretamente, en Nazaret las casas o eran simples cuevas excavadas en la roca, o edificaciones construidas con cubos de la piedra. En los edificios sólo las puertas eran de madera y muchas casas ni siquiera tenían otra puerta que una gruesa cortina. No debía, pues, ser mucho el trabajo para un carpintero en un pueblo de no más de cincuenta familias. Preparar o reparar aperos de labranza o construir rústicos carros. Los muebles apenas existían en una civilización en que el suelo era la silla más corriente y cualquier piedra redonda la única mesa. La carpintería pues, no era un gran negocio en el Nazaret de entonces. Sólo se le hacían encargos eventuales que consistían en reparar un tejado, en arreglar un carro, o recomponer un yugo o un arado. San José trabajaba humildemente para ganarse la vida y se la ganaba modestamente.



Su casa tiene, como todas las de la gente pobre de Palestina, una sola habitación que es cocina, comedor y dormitorio. Tiene un molino de mano, un hornillo de barro para cocer el pan, un arcón para guardar los vestidos, una mesa, una lámpara de aceite, unas esteras para dormir, y pocas cosas más. Todo pobre, pero limpio y ordenado, que por algo son las manos de María las que cuidan del hogar. Een el exterior, una escalera adosada a la pared que conduce a la azotea. Este es el lugar de descanso de la Sagrada Familia al anochecer, donde en verano goza de la fresca brisa del Mediterráneo, y rezan vueltos hacia Jerusalén (Dn 6,11). El taller de José está en un pequeño patio con su "parra y su higuera" tradicionales (l Re 5,5). José va vestido con una túnica ceñida con un cinturón; calza unas sencillas sandalias, y cubre su cabeza con el kuffiyéh, un velo sujeto con dos vueltas de un cordón negro. Se casó joven, con algún año más que Maria, que tendría unos dieciséis. Maneja con vigor la sierra y la garlopa. Por todas parte hay tablones de sicómoro, arcas, yugos y arados recién terminados. Mientras José trabaja, canta y reza, feliz de ganar con el sudor de su frente el pan para sus dos grandes amores: Jesús y María.

5. El es un trabajador que cumple el mandato de Dios: "Tomó Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y guardara" (Gn 2,15). Para que trabajara, a imagen de Dios trabajador, "creador del cielo y de la tierra". "Mi Padre trabaja siempre".

MARTES, 30 abril 2019. SEGUNDA SEMANA DE PASCUA, Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 5a. 7b-15



En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» Nicodemo le preguntó: - «¿Cómo puede suceder eso?» Le contestó Jesús: - « Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.»


Reflexión


Con afirmaciones cada vez más profundas, Jesús va conduciendo a Nicodemo -y a nosotros- a un conocimiento mejor de lo que significa creer en él. Un conocimiento que nos transmite el que viene de arriba, el enviado de Dios, el que da testimonio del saber profundo de Dios.

Jesús se queja de la poca fe de «los sabios» de Israel representados por Nicodemo. En realidad, la escena está contada por el evangelista como prototípica: Nicodemo habla en cierto modo como portavoz de los judíos («nosotros sabemos...») y es interpelado por Jesús también como representante de todos: «no aceptáis nuestro testimonio... no creéis». Jesús alabó un día a su Padre diciendo: «has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos». Algunos son muy sabios en las cosas de aquí abajo, y unos ignorantes en las de arriba, las que más valen la pena.
Sobre todo se trata de captar a Cristo en toda la hondura de su misterio pascual: no sólo como profeta o taumaturgo, sino como el que ha bajado de Dios y, después de su muerte en la cruz, sube de nuevo al cielo. Los que sepan ver y creer en Jesús levantado en la Cruz y glorificado en la Gloria, tendrán vida eterna.

El diálogo de Jesús con Nicodemo nos hace pensar también a nosotros: ¿somos de las personas que prefieren vivir en la oscuridad o en la penumbra, precisamente por no aceptar las consecuencias de aceptar la luz? ¿no es verdad que también los hombres de hoy, incluidos «los sabios», a veces prefieren -o preferimos- no saber, no captar la profundidad de Cristo, porque eso nos obligaría a cambiar, a «renacer»?

Tal vez muchas personas sencillas, sin gran cultura, sin tantos medios espirituales como nosotros, que no saben mucha teología pero que tienen buen corazón y unos ojos lúcidos de fe, sí están mirando a Cristo Jesús con profundidad, y se dejan influir por él, renaciendo continuamente y creciendo en su vida cristiana.
«Con alegría demos gloria a Dios» 

LUNES, 29 abril 2019. SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

 Hoy es: Santa Catalina de Siena

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30



En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mí yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Hoy la Iglesia celebra a Santa Catalina de Siena, virgen laica de la Orden de Predicadores, doctora de la Iglesia y patrona de Europa. Y al recordar a esta mujer completamente entregada a Jesucristo y a su Iglesia,  reconocemos que desde la experiencia vivida por ella, somos animados a dejarnos iluminar por la Palabra y a tratar de vivir como hijos de la luz.



Los discípulos son luz del mundo y sal de la tierra. Lo son porque han acogido su palabra, a él mismo que es la Palabra salida de la boca de Dios, en la que está la vida que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Sólo se puede iluminar desde la acogida de la Palabra y el deseo de estar en comunión con ella. 

Catalina de Siena se lo dirá a sus sobrinas en Montepulciano en cuyo monasterio dominicano vivían: “todo lo que se hace con santo deseo y amor de Dios es oración” o lo que es lo mismo: todo lo que se desea por el amor de Dios nos mantiene en comunión con El y si esto ocurre, no cabe duda que se acrecentará la comunión fraterna. No se puede separar esta vida de intimidad con Dios de la comunión en la que Cristo nos ha establecido. La entrega de su vida para reunir a los hijos de Dios dispersos genera la perfecta comunión a la que tenemos que aspirar.

La santa de Siena así lo vivió y trabajó hasta consumirse para que la Iglesia, Esposa de Cristo, superara todas las situaciones que empañaban esta calidad de vida y misión. 

II domingo de Pascua, 28 abril 2019

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
–Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
–Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
–Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
–Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
–¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
–¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE
No seas incrédulo, sino creyente.
La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado?  ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación. José Antonio Pagola

VIERNES de pascua, 26 abril.2019
Evangelio según San Juan 21,1-14.

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 


REFLEXIÓN VIERNES DE PASCUA
Es deliciosa la escena del almuerzo con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos.

Noche de trabajo infructuoso: pero con Jesús, pesca milagrosa. Nosotros también podemos tener noches malas y fracasos en nuestro trabajo, decepciones en nuestro camino. Podemos aprender la lección: cuando no estaba Jesús, los pescadores no lograron nada. Siguiendo su palabra, llenaron la barca.
Ese es el Cristo en quien creemos y a quien seguimos: el Resucitado que se nos aparece misteriosamente -en la Eucaristía, no nos prepara pan y pescado, sino que nos da su Cuerpo y su Sangre- hace eficaz nuestra jornada de pesca y nos invita a comer con él y a descansar junto a él. Podemos sentirnos contentos: «dichosos los invitados a la Cena del Señor».
Por una parte, esto nos invita a no perder nunca la esperanza ni dejarnos llevar del desaliento. Nuestras fuerzas serán escasas, pero en su nombre, con la fuerza del Señor, podemos mucho.


Pero, por otra parte, nos hace pensar que si fuéramos los unos para con los otros como Jesús: si ante el que trabaja sin gran fruto y tiene la tentación de echarlo todo a rodar, fuéramos tan humanos y amables como él, si supiéramos improvisar un desayuno fraterno en ambiente de serenidad y amistad para el que viene cansado, si le dirigiéramos una palabra de interés y de ayuda, sería mucho más fácil seguir trabajando como cristianos o como apóstoles, a pesar de los fracasos o de las dificultades.


Jueves de pascua, 25.abril.2019

Evangelio según San Lucas 24,35-48.

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo". Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?". Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. 


REFLEXIÓN JUEVES DE PASCUA
La escena del evangelio es también continuación de la de ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese mismo momento se aparece Jesús, saludándoles con el deseo de la paz.
La duda y el miedo de los discípulos son evidentes. Jesús les tiene que calmar: «¿por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?». Y les convence de su realidad comiendo con ellos.
El fruto de esta aparición es que «les abrió el entendimiento», explicándoles las Escrituras. En el AT ya Moisés, los profetas y los salmos habían anunciado lo que ahora estaba pasando. 

Como a los discípulos de Emaús en el camino, ahora Jesús les hace ver a todo el grupo la unidad del plan salvador de Dios. Las promesas se han cumplido. Y la muerte y resurrección del Mesías son el punto crucial de la historia de la salvación. No nos extraña que Pedro, en sus discursos, utilice la misma argumentación cuando se trata de oyentes que conocen el AT, y que centre su discurso en el acontecimiento pascual del Señor.

También nosotros podemos reconocer a Cristo en la fracción del pan eucarístico, en la Palabra bíblica y en la comunidad reunida. En las circunstancias más adversas y oscuras que se puedan dar -también nosotros muchas veces andamos desconcertados como aquellos discípulos- el Señor se nos hace compañero de camino y nos está cerca. Aunque no le reconozcamos fácilmente. En más de una ocasión nos tendrá que decir: «¿por qué te alarmas? ¿por qué surgen dudas en tu interior?».

Tal vez también necesitemos como la primera comunidad una catequesis especial, y que se nos abra el entendimiento, para captar que en el camino mesiánico de Jesús, y también en el nuestro cristiano, entra la muerte y la resurrección, para la redención de todos. Ojalá cada Eucaristía sea una «aparición» del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hch 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble, podemos influir a nuestro alrededor.



Miércoles de pascua, 24.abril.2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,13-35



Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


Reflexión


Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús.

En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos ayuda alguien en este encuentro? ¿ayudamos nosotros a los demás cuando notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?

El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere ayudar a sus lectores -hoy, a nosotros- a que conectemos la misa con la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿imitamos a los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se apresuran a anunciar la buena nueva?
Si es así, eso cambiará toda nuestra jornada.

MARTES DE PASCUA, 22 ABRIL 2019

Evangelio según San Juan 20,11-18.

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. 



REFLEXIÓN

Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado.
Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que ha sido pecadora, pero que se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.
Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».

En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.

Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.

Magdalena recibe una misión: no puede quedarse ahí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».

LUNES DE PASCUA, 22 ABRIL 2019

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28,8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: "Alegraos." Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán." Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros." Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Reflexión 

No tengáis miedo. Id a decir...
También nosotros nos sentimos animados por esta palabra, que nos invita ante todo a no perder nunca la esperanza. Y además, a seguir dando testimonio del Resucitado en nuestro mundo.
Primero fueron aquellas mujeres. Y como ellas, cuántas otras, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado parecido testimonio de Cristo Jesús en la comunidad cristiana, en la familia, en la escuela, en los hospitales, en las misiones, en tantos campos de la vida social.

Después de las mujeres vinieron Pedro, Juan y los demás apóstoles, y generaciones y generaciones de cristianos a lo largo de dos mil años. Y ahora, nosotros. En medio de un mundo que sigue prefiriendo la versión del robo, u otras igualmente pintorescas, los cristianos recibimos el encargo de anunciar a Cristo Resucitado, único salvador de la humanidad. Ante tantos que sufren desorientación y desencanto, nosotros nos convertimos en testigos de la vida y de la esperanza.

Probablemente, ante las dificultades y la apatía de muchos, también nosotros necesitemos oir la palabra alentadora: «alegraos... no tengáis miedo... seguid anunciando...». Nuestro testimonio será creíble si está convertido en vida, si se nos nota en la cara antes que en las palabras. La Resurrección de Jesús no es sólo una noticia, una verdad a creer o un acontecimiento a recordar: es una fuerza de vida que el Resucitado nos quiere comunicar a cada uno de nosotros.

Uno de los momentos privilegiados de nuestro encuentro con él es la Eucaristía. Cada vez que la celebramos deberíamos salir, como las mujeres del evangelio, llenos de la buena noticia y de la experiencia de comunión con el Señor, dispuestos a comunicar con verdadero aire de alegría a nuestra sociedad, a nuestra familia, a nuestra comunidad religiosa, el mensaje de vida que nos ha encargado el Señor resucitado.

También nosotros, como el salmista creyente y como Jesús en el trance de su muerte, podemos decir el salmo 15 con sentido. Si estamos experimentando momentos de desconcierto o de dolor, digámosle a Dios, al inicio de la Pascua: «con él a mi derecha no vacilaré... me enseñarás el sendero de la vida». Las dificultades de la vida pertenecen a nuestro seguimiento de ese Cristo que llegó a la nueva existencia a través de la pasión y de la muerte. Con él estamos destinados todos a la vida
Por eso escuchamos y creemos la consigna del Resucitado: «alegraos».
«El Señor ha resucitado de entre los muertos: alegrémonos todos, porque reina para siempre» (entrada)

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 


¡FELIZ PASCUA!


Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9



El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
–«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

REFLEXIÓN

No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.

La vida es un don, un regalo de Dios que hay que acoger, cuidar y testimoniar. El evangelista San Juan (10,10) expresa la finalidad de la venida de Jesús: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”.


Sábado santo

El sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales, de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.

Esta nota introductoria del misal explica el espíritu del día. No debemos dar paso a una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado. Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Mt 2,19-21).

Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía elegida para el oficio de lecturas de hoy:

Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo'.

El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una misa votiva y oficio en su honor.



Una nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.

Los salmos elegidos para la liturgia de las horas rezuman confianza y expectación. Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene este versículo: "En paz me acuesto y en seguida me duermo", que se aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en el salmo 15 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: "No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha".





VIERNES SANTO, Celebración de la pasión del Señor. 



La celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde, alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.



El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.

La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por nosotros".



La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de la Edad Media. Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.



El viernes santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.



La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En cada celebración eucarística "la obra de la redención se renueva". En este día la mirada de la Iglesia está fija en el Calvario mismo, en donde Cristo inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.

Miércoles Santo


Primera lectura


Lectura del libro de Isaías 50,4-9a


Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?


Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25



En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: - «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: - «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: - «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: - «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: - «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: - «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó judas, el que lo iba a entregar: - «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: - «Tú lo has dicho.»


Reflexión


Terminando ya la Cuaresma -concluirá mañana, Jueves Santo, por la tarde, antes de la Misa vespertina- y en puertas de celebrar el misterio de la Pascua del Señor, junto a la admiración contemplativa de su entrega podemos aprender su lección: espejarnos en el Siervo de Isaías y sobre todo en Jesús, que cumple en plenitud el anuncio.

¿Somos buenos oyentes de la palabra, tenemos ya de buena mañana «espabilado el oído» para escuchar la voz de Dios? ¿somos discípulos antes de creernos y actuar como maestros?

Y luego, cuando hablamos a los demás, ¿es para «decir una palabra de aliento a los abatidos»? Es lo que hizo Cristo: escuchaba y cumplía la voluntad de su Padre y, a la vez, comunicaba una palabra de cercanía y esperanza a todos los que encontraba por el camino. ¿Sabemos ayudar a los que se hallan cansados y animar a los desesperanzados? ¿Estamos dispuestos a ofrecer nuestra espalda a los golpes cuando así lo requiere nuestro testimonio de discípulos de Cristo? ¿a recibir los insultos que nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio? ¿o sólo buscamos consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo?

También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿quién podrá contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a él.

Lunes Santo 15 abril 2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? .» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: - «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.» Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Reflexión lunes santo

Jesús se encuentra en casa de sus amigos de Betania. Están celebrando su amistad y en medio está Jesús, a quien quieren homenajear. En ese contexto de armonía y amistad emergen dos personajes contrapuestos. Por una parte, María, la que, impelida por el amor a Jesús, no duda en derramar sobre los pies del Maestro un perfume de gran valor contribuyendo también a crear una atmósfera de calidez  en la casa. “Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Un gesto que se puede interpretar como expresión de amor, o se puede contemplar, como hace Judas, para usar la demagogia aludiendo a los pobres. Frente a esa postura de amor y entrega a Jesús, nos topamos con Judas. El evangelista lo describe como personaje interesado no en el seguimiento de Jesús, cuanto en el dinero que puede obtener al ser encargado de la bolsa. Sus palabras por tanto no expresan preocupación por los pobres sino interés personal.
Una vez más, Jesús pone en orden las cosas. Alaba el gesto de amor de María. Acepta esa expresión de amor y recalca algo: los pobres estarán siempre entre nosotros. Se les debe apoyar, ayudar y acompañar. Eso no obsta para aceptar con naturalidad el gesto devoto de María. Relativiza el gasto que Judas magnifica. Curiosamente tampoco recrimina nada a Judas –expresión de su bondad misericordiosa con quien le va a entregar-, le recuerda un hecho fehaciente: “los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis”.
El evangelio nos acerca la figura de Jesús mostrando su serenidad ante lo que le rodea, pero dando el valor justo a lo que ocurre a su alrededor. La mención a los pobres es una forma de hacernos caer en la cuenta de que en nuestras manos está la solidaridad para acompañar y aliviar a esos pobres con quienes Jesús siempre se ha identificado. Hoy nuestra adhesión se ha de manifestar en la solidaridad ante quienes desesperan o esperan nuestro reconocimiento como hijos predilectos de Dios a quienes hay que ayudar.
La Semana Santa es tiempo de reflexión y revisión de nuestras posturas ante las realidades con las que nos toca vivir. Tiempo de profundizar dónde nos situamos ante el dolor y la pobreza. Tiempo para identificarnos con Jesús a través de los misterios que vamos a vivir.

























































Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

DOMINGO DE RAMOS. Evangelio:


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14 - 23, 56

Domingo de pasión o de ramos
El domingo de pasión -más conocido como domingo de ramos- inaugura la semana santa. De acuerdo con la rúbrica, "en este día la Iglesia celebra la entrada de Cristo en Jerusalén para realizar su misterio pascual". Los cuatro evangelistas relatan este acontecimiento y subrayan su importancia. Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de su ciudad. Pero no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): "He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno".

La procesión. La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo. La Iglesia realiza los acontecimientos del primer domingo de ramos: lo que se lee en el evangelio se vive inmediatamente después en la procesión.

La procesión no es simple ostentación, sino algo muy real; en cierto sentido, más real que el mismo acontecimiento original, porque la Iglesia, al celebrar este hecho con fe y devoción, celebra el misterio que se oculta en él. El rey que nosotros aclamamos no es un personaje histórico, sino el que vive y reina por siempre. El significado de la entrada triunfal de Cristo solamente se percibe desde la fe. Jesús entra "para llevar a cabo su obra mesiánica, para sufrir, morir y resucitar".

"¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡hosanna en las alturas!" En cada celebración eucarística repetimos esta aclamación al comenzar la oración eucarística. La venida de Cristo en el misterio eucarístico acontece diariamente. En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, representada en cada asamblea litúrgica, sale a recibir y dar la bienvenida a Cristo de una manera especial.

La procesión nos transmite como una anticipación o pregustación del domingo de pascua. La alegría y el triunfo de pascua rompe así la liturgia más bien sombría del domingo de ramos. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de victoria. "Hoy honramos a Cristo, el rey triunfador, llevando estos ramos". El responsorio que se canta al entrar en la iglesia menciona explícitamente la resurrección: "Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo".

En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, además de conmemorar un hecho pasado y celebrar una realidad presente, anticipa también su cumplimiento final. La Iglesia espera la completa realización del misterio al final de los tiempos. Esta nota escatológica está contenida en la oración que se dice en la bendición de los ramos: "A cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándolo con cantos, concédenos entrar en la Jerusalén del cielo por medio de él". Una de las peticiones de laudes, dirigida a Cristo, contiene también este ansia de la plenitud futura. "Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria, conduce a tu Iglesia a la pascua eterna".

sabado 13.04.2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,45-57

En aquél tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: - «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.» Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: - «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.» Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: - «¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Reflexión

El desenlace del drama ya se acerca. Se ha reunido el Sanedrín. Asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús.
Caifás acierta sin saberlo con el sentido que va a tener la muerte de Jesús: «iba a morir, no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios dispersos». Así se cumplía plenamente lo que anunciaban los profetas sobre la reunificación de los pueblos. La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad. Tenemos razones para mirar con optimismo esta primavera de la Pascua que Dios nos concede porque es más importante lo que él quiere hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la Cuaresma. 

La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones.

¿Estamos dispuestos a una Pascua así'? En nuestra vida personal y en la comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar» una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere resucitar a nosotros? ¿se notará que le hemos dejado restañar heridas y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de vida lo que estaba árido y raquítico?

«Tú concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma, gracias más abundantes» (oración)

v.12 abril 2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 10,31-42

En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: - «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?» Los judíos le contestaron: - «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.» Jesús les replicó: - «¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo: Sois dioses"? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.» Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: - «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.» Y muchos creyeron en él allí.

Reflexión

Contra Jesús reaccionan más violentamente aun que contra Jeremías. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y le quieren eliminar. Es el acoso y derribo.
Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso le quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».

En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serian lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.
Menos mal que «muchos creyeron en él».

Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.

Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».

Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó... yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador... desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte... no se haga mi voluntad sino la tuya... a tus manos encomiendo mi espíritu».
Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.

j.11.04.2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 8,51-59

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.»
Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: "Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?»
Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: "No lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría.»
Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo.»
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Reflexión

Ayer la clave de este diálogo era la libertad. Nos preguntábamos si somos en verdad libres, y de qué esclavitudes tendrá que liberarnos el Resucitado en la Pascua de este año.

Hoy la clave es la vida: los que creen en Jesús, además de ser libres, tienen vida en plenitud y «no conocerán lo que es morir para siempre». Si nuestra fe en Cristo es profunda, si no sólo sabemos cosas de él, si no sólo «creemos en él», sino que «le creemos a él» y le aceptamos como razón de ser de nuestra vida: si somos fieles como Abrahán, si estamos en comunión con Cristo, tendremos vida. Como los sarmientos que se unen a la cepa central. Como los miembros del cuerpo que permanecen unidos a su cabeza. Los que «no sabrán qué es morir» serán «los que guardan mi palabra»: no los que la oyen, sino quienes la escuchan y la meditan y la cumplen.

En vísperas de la Pascua -la fiesta de la vida para Jesús, aunque sea a través de su muerte- también nosotros sentimos la llamada a la vida. La Pascua no debe ser sólo una conmemoración histórica. Sino una sintonía sacramental y profunda con el Cristo que atraviesa la muerte hacia la vida. Así entramos en la nueva alianza del verdadero Abrahán y nos hacemos con él herederos de la vida.

Los que celebramos la Eucaristía con frecuencia oímos con gusto la promesa de Jesús: «el que come mi Cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, memoria sacramental de la primera Pascua de Jesús hace dos mil años, es también anticipo de la Pascua eterna a la que nos está invitando.

«Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración)

miércoles 10.04.2019     Evangelio según San Juan 8,31-42.


Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres". Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?". Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre". Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió. 


Reflexión 

¿Somos en verdad libres interiormente? ¿dejamos que Jesús nos comunique su admirable libertad interior?



El sí que fue libre. Libre ante su familia, ante sus mismos discípulos, ante las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y le querían hacer rey.



Fue libre para anunciar y para denunciar. Siguió su camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estaba en medio del juicio, era mucho más libre Jesús que Pilato. Como lo era Pablo aunque muchas veces le tocara estar encadenado. Como lo fueron los admirables jóvenes del AT en el ambiente pagano y en el horno de fuego. Como lo fueron tantos mártires, que iban a la muerte con el rostro iluminado y una opción gozosa de testimonio por Jesús.



Celebrar la Pascua es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Como para Israel la Pascua fue la liberación de Egipto. ¿Nos sentimos libres, O tenemos que reconocer que hay cadenas que nos atan? ¿nos hemos parado a pensar alguna vez de qué somos esclavos? Jesús nos ha dicho también a nosotros que «quien comete pecado es esclavo». ¿Nos ciega alguna pasión o nos ata alguna costumbre de la que no nos podemos desprender?



¿Estamos experimentando eso de que «la verdad os hará libres»? ¿o nos dejamos manipular por tantas palabras mentirosas y de propaganda? ¿nos sentimos hijos en la familia de Dios? Cuando cumplimos las normas de la vida eclesial, o los mandamientos, o las reglas más cotidianas de la familia O los votos de la comunidad religiosa, ¿lo hacemos desde el amor, desde la libertad de los hijos, o desde la rutina o el miedo o la resignación?



La Pascua de Jesús quiere ser para nosotros un crecimiento en libertad interior. En medio de un mundo que nos ofrece muchos valores, pero también nos tienta con contravalores que nos llevan irremediablemente a la esclavitud, se nos invita a ser libres: «este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos, libres de todo afecto desordenado» (prefacio II de Cuaresma).


9.04.2019 martes V cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan 8,21-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: - «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.» Y los judíos comentaban: - «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?» Y él continuaba: - «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo SOY, moriréis por vuestros pecados.» Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?» Jesús les contestó: - «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.» Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.» Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Reflexión

Se va imponiendo en la lectura la propuesta de los contrarios: abajo-arriba; este mundo-otro mundo. Y ello para clarificar la propuesta de Jesús frente a la vivencia que tienen los enemigos.

Esta semana se va haciendo más compleja para Jesús. Los enemigos pretenden acorralarlo, y Jesús va clarificando para sus oyentes lo que él es de cara al proyecto del Padre: un enviado, pero algo más que un enviado. Empieza a plantearse para sí mismo las consecuencias de su actuar y de su decir.

¿Quién eres tú? Será la pregunta que le hagan ante la confusión y ante el deseo de sacarlo de en medio y _l responderá que es un enviado del Padre, que será levantado y que de todas maneras hará un juicio a sus escuchas.

Jesús ratifica siempre que su deber es hacer lo que agrada a Dios (no morir de modo masoquista, como nos han enseñado). Y que está dispuesto a morir como una consecuencia de la vida y de lo que hace.
A nosotros se nos irá imponiendo, a esta alturas de la cuaresma, también la pregunta: ¿Quién es Jesús ? ¿Que significa para nosotros? Pero también, y de cara a la vida que nos toca vivir, preguntarnos por la calidad de vida que llevamos y por las consecuencias que hemos de pagar. O por las consecuencias que hemos evadido. O por el estilo de vida que hemos asumido, fácil, alejado de compromisos y sin coherencia.

8.04.2019 lunes V cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 12-20

De nuevo les habló Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” Le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio a tu favor: tu testimonio no es válido.” Jesús les contestó: “Aunque doy testimonio a mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adónde voy; en cambio vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según criterios humanos, yo no juzgo a nadie. Y si juzgase, mi juicio sería válido, porque no juzgo yo solo, sino con el Padre que me envió. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy testigo en mi causa y es testigo también el Padre que me envió.” Le preguntaron: “¿Dónde está tu padre?” Jesús contestó: “Vosotros no me conocéis ni a mí ni a mi Padre. Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre.” Estas palabras las pronunció junto al lugar del tesoro, cuando enseñaba en el templo; pero nadie lo detuvo, porque no había llegado su hora.

Reflexión

El evangelio de la mujer pecadora se ha proclamado ya en domingo. Por tanto, esos años el lunes se lee el pasaje siguiente de este mismo capítulo: Cristo como Luz.
La metáfora de la luz se entiende fácilmente: es lo contrario de la oscuridad y de la ceguera, y en sentido simbólico, lo contrario del odio y de la mentira.

En la serie de afirmaciones de Jesús -el repetido «yo soy» del evangelio de Juan- oímos el «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas», que repetirá también después de la curación del ciego de nacimiento. Sus enemigos no le aceptan, con la excusa de que es él quien da testimonio de sí mismo. Pero no pueden detenerle: «todavía no había llegado su hora».

Jesús es también para nosotros la Luz verdadera. Quién más quién menos, todos andamos en penumbras, si no en oscuridad. Porque nos falta el amor, o porque no somos fieles a la verdad, o porque hay demasiadas trampas en nuestra vida. En esta próxima Pascua Jesús nos quiere curar de toda ceguera, nos quiere iluminar profundamente. El Cirio que se encenderá en la Vigilia Pascual y los cirios personales con los que participaremos de su luz, quieren ser símbolo de una luz más profunda que Cristo nos comunica a todos).

Ese Jesús que camina hacia su Pascua -muerte y resurrección- es el que nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte.

Antes de comulgar cada vez se nos presenta a Cristo como «el que quita el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de todo pecado. Jesús, el perdonador. Es el que se nos da en cada Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz.


QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices ?.
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
–El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oirlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
Jesús se incorporó y le preguntó:
–Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
–Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
–Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

TODOS NECESITAMOS PERDÓN

Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la liberación de los cautivos [...] y dar libertad a los oprimidos”. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: "Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo".

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más".

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva". (José Antonio Pagola)


6/04/2019 Lectura del santo evangelio según san Juan 7, 40-53

En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: - «Éste es de verdad el profeta.» Otros decían: -«Éste es el Mesías.» Pero otros decían: - «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?» Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: - «¿Por qué no lo habéis traído?» Los guardias respondieron: - «Jamás ha hablado nadie como ese hombre.» Los fariseos les replicaron; - «¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos.» Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: - «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?» Ellos le replicaron: - «¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.» Y se volvieron cada uno a su casa.

Reflexión

Jesús camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz.
De nuevo es signo de contradicción: unos lo aceptan, otros lo rechazan. Los guardias quedan maravillados de cómo habla. Los dirigentes del pueblo discuten entre ellos, pero no le quieren reconocer, por motivos débiles, contados aqui no sin cierta ironia por Juan: al lado de los grandes signos que hace Jesús, ¿tan importante es de qué pueblo tiene que provenir el Mesías?

Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también «como cordero manso llevado al matadero». Confía en Dios: si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos.

Nuestra actitud hacia Cristo se va haciendo cada vez más contemplativa.
Vamos admirando su decisión radical, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual.

Seguramente notamos también en el mundo de hoy esos «argumentos» tan superficiales por los que los «sabios» rechazan a Jesús o le ignoran, o intentan desprestigiar a sus portavoces, o a la Iglesia en general. Las personas sencillas -los guardias, y ésos a quienes los jefes llaman «chusma»- sí saben ver la verdad donde está, y creen.

Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús.

«Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor» (oración)

5/04/2019   Evangelio según San Juan 7,1-2.10.25-30.


Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió". Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora. 


REFLEXIÓN

«Los judíos trataban de matarlo». Jesús es el prototipo del justo que resulta incómodo y cuyo testimonio se quiere hacer silenciar.



Entre hoy y mañana leemos el capitulo 7 del evangelio de Juan. Sucede en la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos, la fiesta del final de la cosecha, muy concurrida en Jerusalén, que duraba ocho días. La oposición de las clases dirigentes a Jesús se va enconando cada vez más, porque se presentaba como igual a Dios.



Las excusas son a cual más flojas: por ejemplo, que de Jesús saben de dónde viene, de Nazaret, mientras que el Mesías no se sabrá de dónde viene. Otras veces será porque le creen endemoniado. Lo importante es desacreditarle y no tener que aceptar su testimonio. Jesús afirma (grita) valientemente su identidad: «yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no le conocéis; yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado».

«Todavía no había llegado su hora» y, por tanto, todavía no es la hora de la cruz.



También en el mundo de hoy, junto a muchas personas que creen y aceptan a Cristo, hay otras muchas que han optado por ignorarlo, o incluso por perseguir toda idea suya. Sus seguidores corren igual suerte. Una sociedad que va perdiendo valores fundamentales, acusa el impacto del testimonio de los creyentes. Los verdaderos profetas son con frecuencia perseguidos. Los falsos, los que no se preocupan de transmitir lo que Dios dice, sino lo que gusta a la gente, ésos sí que prosperan.



Lo de perseguir al profeta le puede pasar al Papa, si lo que dice no gusta. A unos obispos o a unos misioneros, si su voz se levanta para denunciar injusticias o situaciones que afectan a intereses de poderosos. También nos puede pasar a cada uno de nosotros, si con nuestra vida damos un testimonio de valores diferentes, porque vivimos en sentido inverso de lo que es moda o de lo que dicen las estadísticas sociológicas. O sea, si damos testimonio del evangelio de Jesús, que no coincide con el del mundo.



Tal vez no llegaremos a ser perseguidos y amenazados de muerte, pero sí desacreditados o ridiculizáis o simplemente ignorados. No deberíamos asustarnos demasiado. Todos estamos comprometidos en la batalla entre el bien y el mal. Jesús fue signo de contradicción, como les anunció el anciano Simeón a María y a José. Los cristianos, si somos luz y sal, podemos también resultar molestos en el ambiente en que nos movemos. Lo triste seria que no diéramos ninguna clase de testimonio, que fuéramos insípidos, incapaces de iluminar o interpelar a nadie.



Ante el Triduo Pascual, ya cercano, nuestra opción por Cristo debe movernos también a la aceptación de su cruz y de su testimonio radical, si queremos en verdad celebrar la Pascua con él.

4/4/2019

Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 31-47

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?»

Reflexión 

Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos.
Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Porque hay testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que había de venir las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.

Pero ya se ve en todo el episodio que los judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio: «yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis», «os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros».
Si Moisés excusaba a su pueblo, ahora no podría hacerlo con los que no creen en Jesús: les acusaría claramente.


En la oración universal de la Misa presentamos en presencia de Dios las carencias y los problemas de nuestro mundo. Lo deberíamos hacer con convicción y con amor. Amamos a Dios y su causa, y por eso nos duele la situación de increencia del mundo de hoy. Pero a la vez amamos a nuestros hermanos de todo el mundo y nos preocupamos de su bien. Como Moisés, que sufría por los fallos de su pueblo, pero a la vez lo defendía y se entregaba por su bien.

Pero todavía es más apremiante el ejemplo del mismo Jesús en su camino a la Pascua. A pesar de la oposición de las personas que acabarán llevándole a la muerte, él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad.

Ciertamente nosotros somos de los que sí han acogido a Jesús y han sabido interpretar justamente sus obras. Por eso creemos en él y le seguimos en nuestra vida, a pesar de nuestras debilidades. Además en el camino de esta Cuaresma reavivamos esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándole en su entrega total por el pueblo. El evangelio de Juan resume, al final, su propósito: «estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con él en la vida.

03.04.2019 Miércoles 4ª semana de Cuaresma
Evangelio según San Juan 5,17-30.

El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. 

REFLEXIÓN
Jesús de Nazaret es ese Siervo a quien Dios ha enviado a curar y liberar y devolver la alegría y la luz y la fiesta.

Lo ha mostrado curando al paralítico que esperaba junto a la piscina. El pasaje de hoy es continuación del milagro que leíamos ayer y que provocó una vez más las iras de sus adversarios. Jesús aprovecha para añadir su comentario al hecho, como suele hacer siempre en el evangelio de Juan.

Jesús «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre.

Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio.

¿Creemos de veras que Jesús, el Enviado y el Hijo, puede curarnos y comunicarnos su vida, y hasta resucitarnos, si nos hace falta? El milagro de la curación de un paralítico, ¿lo interpretamos nada más como un signo de su poder y de su buen corazón, o vemos en él el símbolo de lo que el Señor Resucitado quiere hacernos a nosotros este año?

Jesús es el que da la vida. Prepararnos a celebrar la Pascua es decidirnos a incorporar nuestra existencia a la de Cristo y, por tanto, dejar que su Espíritu nos comunique la vida en plenitud. Si esto es así, ¿por qué seguimos lánguidos, débiles y aletargados? Si nos unimos a él, ya no estaremos enfermos espiritualmente. Más aun, también nosotros podremos «obrar» como él y comunicar a otros su vida y su esperanza, y curaremos enfermos y resucitaremos a los desanimados.

Pascua es vida y resurrección y primavera. Para Cristo y para nosotros. ¿Seremos nosotros de esos que «están en el sepulcro y oirán su voz y saldrán a una resurrección de vida»? Cristo no quiere que celebremos la Pascua sólo como una conmemoración -en una primavera como ésta Jesús de Nazaret resucitó-, sino como renovación sacramental, para cada uno y para toda la comunidad, de su acontecimiento de hace más de dos mil años, que no ha terminado todavía.

Dios tiene el deseo de podernos decir, como en la primera lectura a su pueblo: «en el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado». Y de liberarnos, si estamos con cadenas. Y de llevarnos a la luz, si andamos en tinieblas.

Cada vez que comulgamos en la Eucaristía deberíamos recordar gozosamente la promesa de Jesús: «el que come mi carne y bebe mi Sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día; como yo vivo por el Padre, que vive, así el que me coma vivirá por mi» (Jn 6,56-57).

02.02.2019. Martes 4º cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 1-3. 5-16


En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: - «¿Quieres quedar sano?» El enfermo le contestó: - «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.» Jesús le dice: - «Levántate, toma tu camilla y echa a andar.» Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: - «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla.» Él les contestó: - «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar.» Ellos le preguntaron: - «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: - «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.» Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
REFLEXIÓN
Durante tres días vamos a leer el capítulo quinto de Juan.
La piscina de Betesda tenía aguas medicinales. Pero a aquel pobre hombre paralítico nadie le ayudaba a llegar al agua. Cristo le cura directamente. No sin reacciones contrarias por parte de sus enemigos, porque este signo milagroso lo había hecho precisamente en sábado.

El agua, tanto la que anuncia poéticamente el profeta como la del milagro de Jesús, estará muy presente en la Noche de Pascua. De Cristo Resucitado es de quien brota el agua que apaga nuestra sed y fertiliza nuestros campos. Su Pascua es fuente de vida, la acequia de Dios que riega y alegra nuestra ciudad, si le dejamos correr por sus calles. ¿Vamos a dejar que Dios riegue nuestro jardín?

El agua es Cristo mismo. Baste recordar el diálogo con la mujer samaritana junto al pozo, en Juan 4: él es «el agua viva» que quita de verdad la sed. Si el profeta veía brotar agua del Templo de Jerusalén, ahora «el Cordero es el Santuario» (Ap 21,22) y de él nos viene el agua salvadora. 

La curación del paralítico por parte de Jesús es el símbolo de tantas y tantas personas, enfermas y débiles, que encuentran en él su curación y la respuesta a todos sus interrogantes.

El agua es también el Espíritu Santo: «si alguno tiene sed, venga a mi, y beba el que crea en mi: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37-39).

Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un vergel lleno de vida. Si hace falta, él quiere resucitarnos de nuestro sepulcro, como lo hizo con su Hijo. Basta que nos incorporemos seriamente al camino de Jesús. ¿Nos dejaremos curar por esta agua pascual? ¿de qué parálisis nos querrán liberar Cristo y su Espíritu este año?

Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos («no tengo a nadie que me ayude»)?

Lo que dice el salmo se refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos y sobre todo la de la Vigilia Pascual nos quieren comunicar simbólica y realmente esta agua salvadora del Señor.

1.02.2019. Lunes 4º cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan 4,43-54

En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: "Un profeta no es estimado en su propia patria." Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. 
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: "Como no veáis signos y prodigios, no creéis." El funcionario insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño." Jesús le contesta: "Anda, tu hijo está curado." El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: "Hoy a la una lo dejó la fiebre." El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: "Tu hijo está curado." Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Reflexión

Al comenzar los días de la cuarta semana, las lecturas cuaresmales cambian de orientación.
Antes leíamos los tres evangelistas sinópticos, con pasajes del AT formando una unidad temática con la página del evangelio. Ahora vamos a leer, hasta Pascua (y también durante toda la Pascua, hasta Pentecostés), al evangelista Juan, en lectura semicontinuada de algunos de sus capítulos.
Antes había sido nuestro camino de conversión el que había quedado iluminado día tras día por las lecturas. Ahora se nos pone delante como modelo del cambio de Pascua y de nuestra lucha contra el mal el camino de Jesús, con la creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándole a la cruz.

De momento a Jesús le reciben bien en Galilea, aunque él ya es consciente de que «un profeta no es estimado en su propia patria».
En Caná, donde había hecho el primer milagro del agua convertida en vino, hace otro «signo» curando al hijo del funcionario real de Cafarnaún. De nuevo aparece un extranjero con mayor fe que los judíos: «el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino».

La marcha de Jesús hacia la muerte y la resurrección está sembrada de hechos en que comunica a otros la salud, la vida, la alegría.

Ya quedan menos de tres semanas para la Pascua.
Pero no somos nosotros los protagonistas de lo que quiere ser esta Pascua. No somos nosotros los que le dedicamos a Dios este tiempo o nuestros esfuerzos. Es él quien tiene planes. Es él, como hizo con el pueblo de Israel, ayudándole a volver del destierro, y con su Hijo Jesús, cuando le sacó del sepulcro como primogénito de una nueva creación, quien quiere llevar a cabo también con nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva.

Es Dios quien desea que esta próxima Pascua sea una verdadera primavera para nosotros, incorporándonos a su Hijo. Porque «el que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5, l 7).

Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y liberarnos de toda tristeza y esclavitud, y perdonarnos todas nuestras faltas. Si tenemos fe. Si queremos de veras que nos cure (cada uno sabe de qué enfermedad nos tendría que curar) y que nos llene de su vida. A los que en el Bautismo fuimos sumergidos en la nueva existencia de Cristo -ese sacramento fue una nueva creación para cada uno- Jesús nos quiere renovar en esta Pascua.

Cuando nos disponemos a acercarnos a la mesa eucarística decimos siempre una breve oración llena de humildad y confianza: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Es la misma actitud de fe del funcionario de hoy. Y debe ser nuestra actitud en vísperas de la Pascua.

¿Dejaremos a Jesús que «haga milagros» en su patria, entre «los suyos» entre nosotros, que le seguimos de cerca? ¿o pensamos que sólo entre los alejados hace falta que sucedan la conversión y la nueva creación y los cielos nuevos? ¿Podremos cantar con alegría, en la Pascua, también nosotros, y pensando en nosotros mismos: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado» ?

Ciclo C -  Domingos de Cuaresma)Resultado de imagen de domingos cuaresma ciclo A

DOMINGO 4º DE CUARESMA. DOMINGO DE LAETARE "ALEGRÍA"

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
–Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre:
–Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
–Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
–Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
–Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Este le contestó:
–Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
El se indignó y se negaba a entrar pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
–Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo:
–Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.
REFLEXIÓN (J.A Pagola)
CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS

Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.

Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.

El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.

A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio" venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.

Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.

El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.

El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.

Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que el misterio último de la vida es Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.

SEMANA III DE CUARESMA

Sabado 30 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Reflexión

La parábola del fariseo y el publicano expresa magistralmente la postura de las dos personas. Jesús no compara un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de sí mismo.

El fariseo es buena persona, cumple como el primero, ni roba ni mata, ayuna cuando toca hacerlo y paga lo que hay que pagar. Pero no ama a los demás. Está lleno de su propia bondad. Jesús dice que éste no sale del templo perdonado. Mientras que el publicano, que es pecador, pero se presenta humildemente como tal ante el Señor, sí es atendido.

El que se enaltece a sí mismo, será humillado. El que se humilla, será enaltecido por Dios. Lucas nos dice que Jesús «dijo esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás».

¿En cuál de los dos personajes de la parábola de Jesús nos sentimos retratados: en el que está orgulloso de sí mismo o en el pecador que invoca humildemente el perdón de Dios? 

El fariseo, en el fondo, no deja actuar a Dios en su vida. Ya actúa él. ¿Somos de esos que «teniéndose por justos se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás»? Si fuéramos conscientes de que Dios nos perdona a nosotros, tendríamos una actitud distinta para con los demás y no seriamos tan autosuficientes.

Podemos caer en la tentación de ofrecer a Dios actos externos de Cuaresma: el ayuno, la oración, la limosna. Y no darnos cuenta de que lo principal que se nos pide es algo interior: por ejemplo, la misericordia, el amor a los demás. ¿Cuántas veces nos lo ha recordado la palabra de Dios estos días?

«Bendice, alma mia, al Señor y no olvides sus beneficios»

Viernes 29 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: - «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: - «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. " El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: - «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: - «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión

Gracias a la pregunta de este buen letrado sabemos a cuál de las numerosas normas que tenían los judíos -más de seiscientas- le daba más importancia Jesús.
La respuesta es clara y sintética: «amarás al Señor tu Dios... amarás a tu prójimo como a ti mismo: no hay mandamiento mayor que estos».

Los dos mandamientos no se pueden separar. Toda la ley se condensa en una actitud muy positiva: amar. Amar a Dios. Amar a los demás. Esta vez la medida del amor al prójimo es muy cercana y difícil: «como a ti mismo». Porque a nosotros sí que nos queremos y nos toleramos. Pues así quiere Jesús que amemos a los demás.


¿Es actual la tentación de la idolatría? ¿podriamos estar faltando al primero y más importante mandamiento?

También a nosotros nos dice Jesús que «el Señor nuestro Dios es el único Señor» y que hay que amarle «con todo el corazón».
En nuestro caso no serán ídolos de madera o de piedra hechos por nuestras manos. Pero sí pueden ser otros valores que absolutizamos: el dinero, el éxito, el placer, la comodidad, las estructuras, nuestra propia persona.

Cada uno sabrá, en el examen más exigente de la Cuaresma, cuáles son los ídolos en los que está poniendo demasiado interés, olvidándose de Dios.

Haremos bien en escuchar las apasionadas palabras de Dios, asegurándonos que nos quiere curar, que está dispuesto a perdonarnos también este año, que nos sigue amando a pesar de nuestras distracciones.

Y en saber orientar nuestra vida según lo que Jesús nos ha dicho que es lo principal: el amor. Preguntémonos sinceramente si nuestra vida está organizada según este mandamiento: ¿amamos? ¿amamos a Dios y al prójimo? ¿o nos amamos sólo a nosotros mismos?

Tal vez hubiéramos preferido que Jesús contestase a aquel buen hombre diciéndonos que debemos rezar más, o bien ofrecer tales o cuales sacrificios.

Pero le dijo, y nos dice a nosotros, que lo que debemos hacer es amar. Y eso es lo que más nos cuesta en la vida. Se entiende, amar gratuitamente, sin pedir nada a cambio, entregando nuestro tiempo, interesándonos por los demás. Es una consigna que nos ocupa las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

Una vez más hemos de recordar que, antes de ir a comulgar con Cristo, se nos invita a dar la paz a los que tenemos al lado, como representantes de todos los que encontraremos a lo largo del día en nuestra vida. Comulgamos con un Cristo entregado por los demás, para que vayamos aprendiendo a amar: a entregarnos y a ser pan partido para los demás. La Cuaresma consiste en seguir el camino de Cristo a su Pascua: y ese camino es de entrega, de amor total.

«Que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo» (oración)

Jueves 28 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,14-23

En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud Se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: - «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. El, leyendo sus pensamientos, les dijo: - «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.»

Reflexión


A Jesús algunos tampoco le escuchan ni le hacen caso. Para no tener que prestar atención a lo que dice, que es incómodo, buscan excusas. Hoy, una que es realmente poco razonable: que lanza los demonios en connivencia con el mismo Satanás.

La respuesta de Jesús está llena de sentido común: un reino dividido no podrá subsistir. Lo que pasa es que sus adversarios no quieren reconocer lo evidente, que ya ha llegado el Reino prometido. Que ya ha llegado el que es más fuerte que el maligno y está entablando con él una lucha victoriosa. Es que, si reconocen esto, tendrán que aceptar a Jesús como el Mesías de Dios y hacer caso del testimonio que está dando.



Contra los que se quejan Dios en el AT y Jesús en el evangelio, son precisamente los del pueblo elegido, los que oficialmente se consideran los mejores. Pero se ve que eso mismo, de alguna manera, les inmuniza contra lo que diga Jesús y no saben escuchar la voz de Dios.

No hay sinceridad. No quieren ver la luz. Jesús les acusará en otras ocasiones de «pecar contra el Espíritu Santo», o sea, de pecar contra la luz, no queriéndola ver, a pesar de que sea evidente.



¿Estamos nosotros mereciendo de alguna manera esta acusación de Jesús? ¿estamos causándole una desilusión en nuestro camino de este año a la Pascua, que ya está exactamente en su mitad? El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, cantaremos una lamentación que el profeta pone en labios de Dios: «pueblo mío, ¿qué te he hecho?».



¿Tendremos que sentirnos aludidos?

miércoles 27 marzo 2019,

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»

Reflexión

A veces Jesús en el evangelio critica las interpretaciones exageradas que los maestros de su época hacen de la disciplina. Pero hoy la defiende, diciendo que hay que cumplir los mandamientos de Dios. El no ha venido a abolir la ley. En todo caso, a darle plenitud, a perfeccionarla.
Invita a cumplir las normas que Dios ha dado, las grandes y las pequeñas. A cumplirlas y a enseñar a cumplirlas.

La Cuaresma es el tiempo de una vuelta decidida a Dios, o sea, a sus enseñanzas, a sus caminos, los que nos va mostrando cada día con su palabra. Sin seleccionar sólo aquello que nos gusta. Y no quedándonos tampoco en palabras. Cuaresma es tiempo de obras, de cambio de vida.

La ley bien entendida no es esclavitud. Puede ser signo de amor y de libertad interior. La ley -los mandamientos de Dios, las normas de la vida familiar de la comunidad religiosa, o de la Iglesia- se puede cumplir sólo por evitar el castigo, o por un sentido del deber, o por amor. El amor lo transforma todo. También las cosas pequeñas, los detalles. El amor de cada día está hecho de detalles, no tanto de cosas solemnes y heroicas.
Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Es una de las consignas de la Cuaresma: poner más atención a esa palabra, sobre todo en la primera parte de la Eucaristía. Para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios.

En la Cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra. Que se note que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo.


martes 26 marzo 2019,

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Reflexión 

Una vez más el evangelio da un paso adelante: si la primera lectura nos invitaba a pedir perdón a Dios, ahora Jesús nos presenta otra consigna, que sepamos perdonar nosotros a los demás.

La pregunta de Pedro es razonable, según nuestras medidas. Le parece que ya es mucho perdonar siete veces. No es fácil perdonar una vez, pero siete veces es el colmo. Y recibe una respuesta que no se esperaba: hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre.

La parábola de Jesús, como todas las suyas, expresa muy claramente el mensaje que quiere transmitir: una persona a la que le ha sido perdonada una cantidad enorme y luego, a su vez, no es capaz de perdonar una mucho más pequeña.

Se ve que esto del perdón forma parte esencial del programa de Cuaresma, porque ya ha aparecido varias veces en las lecturas. ¿Somos misericordiosos? ¿cuánta paciencia y tolerancia almacenamos en nuestro corazón? ¿tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros diez mil talentos? ¿podría decirse de nosotros que luego no somos capaces de perdonar cuatro duros al que nos los debe? ¿somos capaces de pedir para los pueblos del tercer mundo la condonación de sus deudas exteriores, mientras en nuestro nivel doméstico no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas? Y no se trata precisamente de deudas pecuniarias.
Cuaresma, tiempo de perdón. De reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: la justicia, la pedagogía, la lección que tienen que aprender los demás. Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que le apedreaban, y Jesús a los que le clavaban en la cruz.

El que tenga el corazón más sano que dé el primer paso y perdone, sin poner luego cara de haber perdonado, que a veces ofende más. Sin pasar factura. Alejar de nosotros todo rencor. Perdonar con amor, sintiéndonos nosotros mismos perdonados por Dios.   
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 64-66

24 Marzo 2019. DOMINGO  3º cuaresma


San Lucas 13, 1-9



En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
–Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
–Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

ANTES QUE SEA TARDE



Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.



Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.



Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada, como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.



En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año viene a buscar fruto en ella, y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando terreno inútilmente, lo más razonable es cortarla.



Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si da fruto.



El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".



Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del reino de Dios.



Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.


 Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano II no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia. José Antonio Pagola

23 Marzo 2019. Sabado semana 2ª cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

Reflexión

La parábola del hijo pródigo es de las que mejor conocemos y que siempre nos interpela, sobre todo en la Cuaresma.
Sus personajes se han hecho famosos.
El padre aparece como persona liberal, que da margen de confianza al hijo que se quiere ir y luego le perdona y le acepta de vuelta. Este padre sale dos veces de su casa: la primera para acoger al hijo que vuelve y la segunda para tratar de convencer al hermano mayor de que también entre y participe en la fiesta.

El hijo pequeño, bastante golfo él, es el protagonista de una historia de ida y vuelta, que aprende las duras lecciones que le da la vida, y al fin reacciona bien. Es capaz de volver a la casa paterna.

El hermano mayor es el que Jesús enfoca más expresamente: en él retrata a los «fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos». A ellos les dedica esta parábola y describe su postura en la del hermano mayor.

La parábola de Jesús nos pone ante una alternativa: ¿en cuál de las tres figuras nos vemos reflejados?

¿Actuamos como el padre? El respeta la decisión de su hijo, aunque seguramente no la entiende ni la acepta. Y cuando le ve volver le hace fácil la entrada en casa. ¿Sabemos acoger al que vuelve? ¿le damos un margen de confianza, le facilitamos la rehabilitación? ¿o le recordaremos siempre lo que ha hecho, pasándole factura de su fallo? El padre esgrimió, no la justicia o la necesidad de un castigo pedagógico, sino la misericordia. ¿Qué actitud adoptamos nosotros en nuestra relación con los demás?

¿Actuamos como el hijo pródigo? Tal vez en algún periodo de nuestra vida también nos hemos lanzado a la aventura, no tan extrema como la del joven de la parábola, pero sí aventura al fin y al cabo, desviados del camino que Dios nos pedía que siguiéramos.
Cuando oímos hablar o hablamos del «hijo pródigo», ¿nos acordamos sólo de los demás, de los «pecadores», o nos incluimos a nosotros mismos en esa historia del bien y del mal, que también existen en nuestra vida? ¿Nos hemos puesto ya, en esta Cuaresma, en actitud de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en la bondad de Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora? ¿sabemos pedir perdón? ¿preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta?

¿O bien actuamos como el hermano mayor? Él no acepta que al pequeño se le perdone tan fácilmente. Tal vez tiene razón en querer dar una lección al aventurero. Pero Jesús contrapone su postura con la del padre, mucho más comprensivo. Jesús mismo actuó con los pecadores como lo hace el padre de la parábola, no como el hermano mayor. Éste es figura de una actitud farisaica. ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»?

La Cuaresma debería ser tiempo de abrazos y de reconciliaciones. No sólo porque nos sentimos perdonados por Dios, sino también porque nosotros mismos decidimos conceder la amnistía a alguna persona de la que estamos alejados.

22 Marzo 2019. Viernes semana 2ª cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 21,33-43

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: Tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? 
Le contestaron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos. Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque buscaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta”.

Reflexión

Hoy, viernes, las lecturas nos presentan más explícitamente el destino de cruz y muerte que espera a Jesús al final de su camino.

En el AT se ha buscado una figura entrañable: José, traicionado por sus propios hermanos. La de José es una historia novelada, «edificante», que expresa las infidelidades de Israel y sobre todo del estilo que tiene Dios de sacar bien del mal.

La historia de José se repite en Jesús.

La parábola de los viñadores que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo parece calcada del poema de Isaías 5, con el lamento de la viña estéril. Pero aquí es más trágica: «Matémoslo y nos quedaremos con su herencia». Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien «que hablaba de ellos» y buscaban la manera de deshacerse de Jesús.

También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos.

Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo.
tenemos que recoger el aviso de la esterilidad y la infidelidad de Israel.
Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos (aunque sí podamos sencillamente ignorarlos o despreciarlos).

Pero se nos puede hacer otra pregunta: ¿somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿o le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿somos infieles? ¿o tal vez perezosos, descuidados?

En la Cuaresma, con la mirada puesta en la muerte y resurrección de Jesús, debemos reorientar nuestra existencia. En este año concreto, sin esperar a otro.

21 Marzo 2019. Jueves semana I cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Lucas 16,19-31

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

Reflexión

La Cuaresma nos propone una gracia, un don de Dios. Pero se nos anuncia que es también juicio: al final ¿quién es el que ha acertado y tiene razón en sus opciones de vida? Tendríamos que aprender las lecciones que nos va dando la vida. Cuando hemos seguido el buen camino, somos mucho más felices y nuestra vida es fecunda. Cuando hemos desviado nuestra atención y nos hemos dejado seducir por otros apoyos que no eran la voluntad de Dios, siempre hemos tenido que arrepentirnos después. Y luego nos extrañamos de la falta de frutos en nuestra vida o en nuestro trabajo.
b) También la parábola de Jesús nos interpela. No seremos seguramente de los que se enfrascan tan viciosamente en banquetes y bienes de este mundo como el Epulón. Pero todos tenemos ocasiones en que casi instintivamente buscamos el placer, el bienestar, los apoyos humanos. La escala de valores de Jesús es mucho más exigente que la que se suele aplicar en este mundo. A los que el mundo llama «dichosos», no son precisamente a los que Jesús alaba. Y viceversa. Tenemos que hacer la opción.

No es que Jesús condene las riquezas. Pero no son la finalidad de la vida. Además, están hechas para compartirlas. No podemos poner nuestra confianza en estos valores que el mundo ensalza. No son «los últimos». Más bien a veces nos cierran el corazón y no nos dejan ver la necesidad de los demás. Y cuando nos damos cuenta ya es tarde.

¿Estamos apegados a «cosas»? ¿tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? No se trata sólo de riquezas económicas. Tenemos otros dones, tal vez en abundancia, que otros no tienen, de orden espiritual o cultural: ¿somos capaces de comunicarlos a otros? Hay campañas como la del 0'7, en ayuda de los países pobres, que nos deberían interpelar. Y hay también situaciones más cercanas y domésticas, en nuestra misma familia o comunidad, que piden que seamos más generosos con los demás. Hay muchos Lázaros a nuestra puerta. A lo mejor no necesitan dinero, sino atención y cariño.

20 marzo 2019. Miércoles semana 2ª de cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20,17-28

En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.»
Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Reflexión

En nuestro camino de preparación de la Pascua se nos propone hoy un modelo soberano: Cristo Jesús, que camina decididamente en el cumplimiento de su misión. Va camino de la cruz y de la muerte, el camino de la solidaridad y de la salvación de todos.

«No he venido a ser servido, sino a dar mi vida por los demás».
Es el camino de todos los que le imitan. Ya antes, Jeremías había sido fiel, a pesar de las dificultades, a lo que Dios pedía de él. Y después, millones de cristianos han seguido el camino de su Maestro hasta la cruz y la vida resucitada.

No nos suele gustar el camino de la subida a la cruz. A Jeremías también le hubiera sido mucho más cómodo renunciar a su fuego interior de profeta y callarse, para volver a su pueblo a divertirse con sus amigos. A Jesús le hubiera ido mucho mejor, humanamente, si no hubiera denunciado con tanta claridad a las clases dirigentes de su tiempo.

A un cristiano le puede parecer que en medio de este mundo es mejor contemporizar y seguir las mismas consignas que todos, en busca del bienestar personal. Pero el camino de la Pascua es camino de vida nueva, de renuncia al mal, de imitación de un Cristo que se entrega totalmente, que nos enseña a no buscar los primeros puestos, sino a ser los servidores de los demás, cosa que en este mundo parece ridícula.

Aquellos discípulos de Jesús que en esta ocasión no habían entendido nada, entre ellos Pedro, madurarán después y no sólo darán valiente testimonio de Jesús a pesar de las persecuciones y las cárceles, sino que todos morirán mártires, entregando su vida por el Maestro.

¿Nos está ayudando la Cuaresma de este año en el camino de imitación de Jesús en su camino a la cruz? ¿o todavía pensamos con mentalidad humana, persiguiendo los éxitos fáciles y el «ser servidos», saliéndonos siempre con la nuestra, sin renunciar nunca a nada de lo que nos apetece? ¿organizamos nuestra vida según nuestros gustos o según lo que Dios nos está pidiendo?

19 marzo FIESTA DE SAN JOSÉ

Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a


Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Maria, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
REFLEXIÓN
José es honrado en el evangelio de Mateo con el título singular de "esposo (vir o aner) de María", designación que le es oficialmente reconocida en la genealogía de Jesús (1,16) e, inmediatamente después, en el relato de la concepción virginal (v. 19). También la madre de Jesús, María, es presentada con más frecuencia, sin ambigüedad, como "desposada (mnesteutheises) con José" (v. 18); "desposada con un hombre (emnesteuménes andri)" (Lc 1,27; 2,5); ella es la "mujer (egynaíka)", de la cual quiere, aunque no lo hará, separarse (Mt 1,20.24).
Si los evangelistas insisten contextualmente también en la circunstancia de que María es virgen (Lc 1, 27.34; Mt 1,23.25) y de que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18; Lc 1,35), ello significa que la aparente conflictividad de Ias situaciones es del todo intencional; la concepción y el nacimiento de Jesús de una virgen debían ocurrir en el contexto del matrimonio. Así pues, el matrimonio de María y de José no es un simple expediente "reducido para resolver algunos problemas prácticos; se lo toma en toda su verdad como directamente preestablecido por la voluntad de Dios.
José es el esposo de María; María es la esposa de José; su matrimonio es verdadero; Jesús ha sido concebido de la esposa de José; María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Todas estas afirmaciones encuentran su fundamento en el evangelio; su realidad está ordenada a la encarnación del Verbo. El concilio de Calcedonia (DS 148) y los concilios de Constantinopla (ll: DS 219; III: DS 291) formularán ese misterio en la terminología habitual, pero son los evangelistas los que subrayan en sus relatos los elementos esenciales.
El origen divino de Jesús, Verbo de Dios, es afirmado expresamente con la referencia explícita al Espíritu Santo: "María se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo" (Mt 1,18.20); "el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35), e insistiendo en la virginidad de María (Mt 1,18.23.25, Lc 1,27.34). Pero al mismo tiempo se tienen también debidamente en cuenta las exigencias predispuestas por Dios mismo a través de las promesas hechas a David (cf 2Sam 7,16; Is 7,14) y oportunamente recordadas por los evangelistas (Mt 1; Lc 2,32).
No es, pues, casualidad, que José sea enumerado entre los descendientes de David (Mt 1,16) y señalado repetidamente como "hijo de David" (v. 20), de la "casa de David" (Lc 1,27), de la "casa y familia de David" (2,4). Si los evangelistas no se han preocupado de reivindicar esta designación para María, no hay por qué forzar el texto, sino reconocer simplemente que la condición mesiánica de Jesús pasa a través de José. Jesús es hijo de David porque lo es de José.
La genealogía (Mt 1,1-17) no hay que separarla absolutamente del relato de los orígenes de Jesús (vv. 18-25). La genealogía legaliza el carácter davídico de Jesús; la serie de los "engendró" se detiene en él (v. 16), con un respeto absoluto a la acción del Espíritu Santo, reivindicada para la concepción de Jesús (v. 18); el puente entre José, "hijo de David" (v. 20), y Jesús lo constituye el matrimonio de José, al que se designa expresamente como "esposo de María", de la cual nace justamente Jesús.

Aunque a nosotros nos resulta difícil reconstruir el ambiente de la casa de Nazaret, ciertamente María y José no fueron ajenos al crecimiento de Jesús "en sabiduría, en edad y en gracia" (Lc .2,52). Su influjo se extiende desde el desarrollo físico a la formación religiosa y profesional. Jesús aprende de José incluso el arte de la carpintería, término genérico que indica múltiples actividades materiales: será conocido como "carpintero" (Mc 6,3) e "hijo del carpintero" (Mt 13,55). José y María no sólo enseñan con la experiencia y el ejemplo, sino que aprenden muchas cosas acerca de Jesús y de él mismo. Al menos una vez, el evangelio muestra el diálogo franco entre ellos tres: Jesús adolescente eleva el pensamiento desde el padre terreno a su verdadero Padre, reivindicando la libertad para seguir su misión (Lc 2,49). Su respuesta es estimulante para el camino de fe de José y María, que prestan una ponderada atención, aunque sin comprenderla. Pero seguirán en la brecha.
T. STRAMARE
DICCIONARIO DE MARIOLOGIA. Págs. 988-996

18/03/2019 LUNES II SEMANA DE CUARESMA

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,36-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros."

Reflexión 

Debemos aceptar lo que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Ya el sábado pasado se nos proponía «ser perfectos como el Padre celestial es perfecto», porque ama y perdona a todos. Hoy se nos repite la consigna.

¿De veras tenemos un corazón compasivo? ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor; para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Esto es más difícil que hacer un poco de ayuno o abstinencia.

Ahí tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en línea con los caminos de Dios y con el estilo de Jesús. Es un examen que duele. Tendríamos que salir de esta Cuaresma con mejor corazón, con mayor capacidad de perdón y tolerancia.

Antes de ir a comulgar con Cristo, cada día decimos el Padrenuestro. Hoy será bueno que digamos de verdad lo de «perdónanos como nosotros perdonamos». Pero con todas las consecuencias: porque a veces somos duros de corazón y despiadados en nuestros juicios y en nuestras palabras con el prójimo, y luego muy humildes en nuestra súplica a Dios.



17/03/2019  DOMINGO II DE CUARESMA


Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 28b-36


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
–Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
–Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
ESCUCHAR A JESÚS

Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una "teofanía" o revelación de Dios.

Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente "para orar", no para contemplar una transfiguración.

Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba cambió el aspecto de su rostro ". Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.

En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.

Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".

Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo elegido; escuchadlo". La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.

Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.

Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa. (José Antonio Pagola)


16/03/2019 SABADO Semana 1 de cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Reflexión 16/03/2019

El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos.

El modelo, esta vez, es Dios mismo (otras veces se presenta Jesús como el que ha amado de veras; esta vez nos propone a su Padre). Dios ama a todos. Hace salir el sol sobre malos y buenos. Manda la lluvia a justos e injustos. Porque es Padre de todos. Así tenemos que amar nosotros. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

Hoy tenemos que recoger, en concreto, la difícil consigna de Cristo: amar a los enemigos. Su lenguaje es muy claro y concreto (demasiado para nuestro gusto): «si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?... si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?».

¿Somos de corazón ancho? ¿amamos a todos, o hacemos selección según nuestro gusto o nuestro interés? Según el termómetro que nos propone Jesús, ¿podemos decir que somos hijos de ese Padre que está en el cielo y que ama a todos?

Es arduo el programa. Pero la Pascua a la que nos preparamos es la celebración de un Cristo Jesús que se entregó totalmente por los demás: también a él le costó, pero murió perdonando a los que le habían llevado a la cruz, como perdonó a Pedro, que le había negado. Ser seguidores suyos es asumir su estilo de vida, que es exigente: incluye el ser misericordiosos entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan.

(Tomado de Comentarios de J. ALDAZABAL.ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2. La Cuaresma día tras día)

15/03/2019 viernes Semana 1 de cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,20-26

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto”.

Reflexión 

Es un programa exigente el que Jesús nos propone para la conversión pascual: que nuestra santidad sea más perfecta que la de los fariseos y letrados, que era más bien de apariencias y superficial.

«Oísteis... pero yo os digo». No podemos contentarnos con «no matar», sino que hemos de llegar a «no estar peleado con el hermano» y a no insultarle. La conversión de las actitudes interiores, además de los hechos exteriores: los juicios, las intenciones, las envidias y rencores.

No sólo reconciliarse con Dios, sino también con el hermano. Y, si es el caso, dar prioridad a este entendimiento con el hermano, más incluso que a la ofrenda de sacrificios a Dios en el altar.

Lo que más nos puede costar es precisamente lo que señala Jesús en el evangelio: el amor al prójimo. No estar peleado con él y, si lo estamos, reconciliarnos en esta Cuaresma. ¿Cómo podremos celebrar con Cristo la Pascua, el paso a la nueva vida, si continuamos con los viejos rencores con los hermanos? «Ve primero a reconciliarte con tu hermano». No esperes a que venga él: da tú el primer paso. Cuaresma no sólo es reconciliarse con Dios, sino también con las personas con las que convivimos. En preparación a la Pascua deberíamos tomar más en serio lo que se nos dice antes de la comunión en cada Misa: «daos fraternalmente la paz».

Jueves 14 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,7-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.»

Reflexión 

Jesús nos asegura que nuestra oración nunca deja de ser escuchada por Dios.

Esto nos hace pensar que, aunque a veces no se nos conceda exactamente lo que pedimos tal como nosotros lo pedimos, nuestra oración debe tener otra clase de eficacia. Como decía san Agustín, «si tu oración no es escuchada, es porque no pides como debes o porque pides lo que no debes». Un padre no concede siempre a su hijo todo lo que pide, porque, a veces, ve que no le conviene. Pero sí le escucha siempre y le da «cosas buenas».

Así también Dios para con nosotros. En verdad, nuestra oración no es la primera palabra: es ya respuesta a la oferta de Dios, que se adelanta a desear nuestro bien más que nosotros mismos. Cuando nosotros pedimos algo a Dios, estamos diciéndole algo que ya sabía, estamos pronunciando lo que él aprecia más que nosotros con su corazón de Padre. Nuestra oración es, en ese mismo momento, «eficaz», porque nos hemos puesto en sintonía con Dios y nos identificamos con su voluntad, con su deseo de salvación para todos. De alguna manera, además, nos comprometemos a trabajar en lo mismo que pedimos.

Tenemos un ejemplo en Jesús. Él pidió ser librado de la muerte. Dice la carta a los Hebreos que «fue escuchado». Esto puede parecer sorprendente, porque murió. Sí, pero fue liberado de la muerte... después de haberla experimentado, y así entró en la nueva existencia de Señor Glorioso. A veces es misteriosa la manera como Dios escucha nuestra oración.

MIÉRCOLES 13 MARZO 2019.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,29-32

En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»

Reflexión 

La reina de Sabá vino desde muy lejos, atraída por la fama de sabio del rey Salomón. Los habitantes de Nínive hicieron caso a la primera a la voz del profeta Jonás y se convirtieron.
Jesús se queja de sus contemporáneos porque no han sabido reconocer en él al enviado de Dios. Se cumple lo que dice san Juan en su evangelio: «vino a los suyos y los suyos no le reconocieron». Los habitantes de Nínive y la reina de Sabá tendrán razón en echar en cara a los judíos su poca fe. Ellos, con muchas menos ocasiones, aprovecharon la llamada de Dios.

Nosotros, que estamos mucho más cerca que la reina de Sabá, que escuchamos la palabra de uno mucho más sabio que Salomón y mucho más profeta que Jonás, ¿le hacemos caso? ¿nos hemos puesto ya en camino de conversión? Los que somos «buenos», o nos tenemos por tales, corremos el riesgo de quedarnos demasiado tranquilos y de no sentirnos motivados por la llamada de la Cuaresma: tal vez no estamos convencidos de que somos pecadores y de que necesitamos convertirnos.

Hoy hace una semana que iniciamos la Cuaresma con el rito de la ceniza. ¿Hemos entrado en serio en este camino de preparación a la Pascua? ¿está cambiando algo en nuestras vidas? Conversión significa cambio de mentalidad («metánoia»). ¿Estamos realizando en esta Cuaresma aquellos cambios que más necesita cada uno de nosotros?

La palabra de Dios nos está señalando caminos concretos: un poco más de control de nosotros mismos (ayuno), mayor apertura a Dios (oración) y al prójimo (caridad). ¿Tendrá Jesús motivos para quejarse de nosotros, como lo hizo de los judíos de su tiempo por su obstinación y corazón duro?

Jonás anunció que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada». A nosotros se nos está diciendo que «dentro de cuarenta días será Pascua», la gran ocasión de sumarnos a la gracia de ese Cristo que a través de la muerte entra en una nueva existencia. ¿De veras podremos celebrar Pascua con él? ¿de veras nos creemos la oración del salmo de hoy: «oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme»?

La Cuaresma es la convocatoria a la renovación: «has establecido generosamente este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos, de modo que, libres de todo afecto desordenado, vivamos las realidades temporales como primicias de las realidades eternas» (prefacio II de Cuaresma).


MARTES 12 MARZO 2019.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

Reflexión

Jesús nos enseña a orar. A la palabra que desciende de Dios, eficaz y viva -es siempre Dios el que tiene la primera palabra, el que tiende puentes, el que ofrece su comunión y su alianza-, responde ahora la palabra que sube a él, nuestra oración.

Ante todo Jesús nos dice que evitemos la palabrería cuando rezamos: no se trata de informar a Dios sobre algo que no sabe, ni de convencerle con argumentos de algo que no está seguro de concedernos.

A continuación Jesús nos enseña la oración del Padrenuestro, la «oración del Señor», que se ha convertido en la oración de la Iglesia, de los que se sienten hijos («Padre») y hermanos («nuestro»), la oración que se ha llamado con razón «resumen de todo el evangelio».

El Padrenuestro nos educa a una visión equilibrada de nuestra vida. Se fija ante todo en Dios. Dios es el centro, no nosotros: Padre... santificado sea tu nombre... hágase tu voluntad... venga tu Reino. Luego pide para nosotros: el pan de cada día... el perdón de las ofensas... que no caigamos en la tentación... que nos libre de mal.

Jesús hace, al final, un comentario que destaca la petición más incómoda del Padrenuestro: hemos pedido que Dios nos perdone como nosotros perdonamos. Se ve que, para Cristo, esta historia de nuestra relación con Dios tiene otros protagonistas que tal vez no nos resultan tan agradables: los demás. Jesús nos enseña a tenerlos muy en cuenta: «si perdonáis, también os perdonará... si no perdonáis, tampoco os perdonará».

Uno de los mejores propósitos que podríamos tomar en esta Cuaresma, siguiendo la línea que nos ha presentado Isaías, sería el de abrirnos más a la palabra de Dios que baja sobre nosotros. Es la primera actitud de un cristiano: ponernos a la escucha de Dios, atender a su palabra, admitirla en nuestra vida, «comerla», «comulgar» con esa palabra que es Cristo mismo, en la «primera mesa», que se nos ofrece en cada Eucaristía.

Primera Semana de Cuaresma. 

LUNES 11 MARZO 2019. Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis." Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Reflexión del LUNES I CUARESMA

Esta página casi final del evangelio de Mateo es sorprendente. Jesús mismo pone en labios de los protagonistas de su parábola, tanto buenos como malos, unas palabras de extrañeza: ¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos? Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos: el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras y el juez que evalúa nuestra actuación.

Para la caridad que debemos tener hacia el prójimo Jesús da este motivo: él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino.

Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean.

Es una de las páginas más incómodas de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado. Y nosotros ya no podremos poner cara de extrañados o aducir que no lo sabíamos: ya nos lo ha avisado él.

Desde los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo.

Es un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.

Si la la lectura nos ponía una medida fuerte -amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos-, el evangelio nos lo motiva de un modo todavía más serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo.

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

10 marzo 2019

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
–Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
–Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre.»
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo:
–Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
–Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.»
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
–Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Jesús le contestó:
–Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios.»
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

REFLEXIÓN DOMINGO 1 DE CUARESMA

Descendiendo al río y haciéndose BAUTIZAR,  Jesús realiza un gesto de humildad, una humilde súplica de perdón y de gracia. En otras  palabras: este descendimiento es una muerte simbólica al hombre viejo para alcanzar la  gracia de una vida nueva. Jesús, el Cordero sin pecado, se incorpora a la fila de pecadores  que espera -por así decirlo- ante el confesonario; con este gesto se hace uno de tantos  pecadores que reciben el sacramento de la penitencia. Esto significa que en este preciso  momento comienza su hora, la hora de la cruz. Jesús se hace nuestro representante y  carga sobre sí nuestro yugo.

MISION: En adelante, ya no hay vida privada para El; su vida es obediencia plena a  la voz del Espíritu. Su vida es enteramente misión: representa nuestra vida ante el Padre;  es, pues, en lo más íntimo y profundo de su realidad espiritual, vida «para» nosotros.  Cuando recibimos el bautismo, nos introducimos en su bautismo. El bautismo cristiano  señala el momento en que entramos en su vida, en este «para», que es la esencia de la  humanidad del Hijo de Dios. En consecuencia, ser bautizado exige participar en la  obediencia del Hijo, en la obediencia de aquel que no hace su voluntad, sino la voluntad del  Padre bajo la dirección del Espíritu Santo.

DESIERTO: Pero volvamos al texto: el Espíritu lleva a Jesús al desierto. ¿Qué  sentido tiene esta sorprendente conducción? Reflexionemos un poco sobre qué significa «el  desierto».

1. El desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones  cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de  la libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. Por algo es el  desierto el lugar donde surgió el monoteísmo. En este sentido, es lugar de la gracia. Al  vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador.

Las grandes cosas comienzan siempre en el desierto, en el silencio, en la pobreza. No se  puede participar en la misión de Jesús, en la misión del Evangelio si no se participa en la  experiencia del desierto, sin sufrir su pobreza, su hambre. Aquella bienaventurada hambre  de justicia, de la que nos habla el Señor en el Sermón de la Montaña, no puede nacer  estando el hombre harto de todo. Y no olvidemos que el desierto de Jesús no acaba con  estos cuarenta días. Su último desierto, su desierto extremo, será el del salmo 21: «¡Dios  mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» Y de este desierto brotan las aguas de la  vida del mundo.


2. El desierto es también el lugar de la muerte: allí no hay agua, elemento fundamental de  la vida. Y así, este lugar, de ardiente y cruda luminosidad, se muestra como el extremo  opuesto de la vida, como abismo peligroso y amenazante. En el Antiguo Testamento, la  soledad forma parte de la muerte: el hombre, como persona, vive de amor, vive de relación,  y precisamente en este sentido es imagen del Dios Trinitario, cuyas personas son  relaciones subsistentes, acto puro de la relación del amor. El desierto, por tanto, no es  únicamente la región que destruye la vida biológica; es también el lugar de la tentación, el  lugar donde se pone de manifiesto el poder del diablo, del «homicida desde el principio» (Jn  8,44). 

Al entrar en el desierto, Jesús se pone al alcance de este poder, se enfrenta con este  poder, continúa el gesto de su bautismo, el gesto de la Encarnación; no sólo se sumerge en  las aguas profundas del Jordán, sino que también baja a las profundidades de la miseria  humana, hasta sumergirse en las regiones del amor quebrantado, en aquellas soledades  que invaden de un extremo al otro este mundo herido por el pecado. Un teólogo del siglo V  decía: Jesús bajó a los infiernos cuando se encontró con Caifás. ¡Cuántas veces Jesús  encuentra a Caifás, aun en nuestros días! De ahí podemos tomar pie para meditar qué  significa «seguir a Jesús».

Sábado de la ceniza, 9marzo 2019. Evangelio según San Lucas 5,27-32.


Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?". Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan". 


REFLEXIÓN

Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?



¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿damos un voto de confianza a los demás? ¿ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?



Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo...



Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos».

Viernes después de la ceniza, 8marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,14-15

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.»

Reflexión

Puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. Parece como si no le diera importancia. En efecto, el estilo de vida que Jesús enseña es sobre todo estilo de alegría: se compara a sÍ mismo con el novio, y esto nos recuerda espontáneamente la fiesta y no precisamente el ayuno.
Pero también anuncia Jesús que «se llevarán al novio y entonces ayunarán».

Tampoco nosotros tenemos que conformarnos con un ayuno -o con unas prácticas cuaresmales- meramente externos. SerÍa muy superficial que quedáramos satisfechos por haber cumplido todo lo que está mandado en la Cuaresma -colores de los vestidos litúrgicos, cantos, supresión del aleluya, las pequeñas privaciones de alimentos- y no profundizáramos en lo más importante, de lo que todo los ritos exteriores quieren ser signo y recordatorio.

El ayuno, por ejemplo, debería conducir a una apertura mayor para con los demás. Ayunar para poder dar a los más pobres. Si la falta de caridad continúa, si la injusticia está presente en nuestro modo de actuar con los demás, poco puede agradar a Dios nuestro ayuno y nuestra Cuaresma. ¿Nos podremos quejar, como los judíos del tiempo de Isaías, de que Dios no nos escucha? Será mejor que no lo hagamos, porque oiríamos su contraataque como lo oyeron ellos por boca del profeta.

La lista de «obras de misericordia» que recuerda Isaías tiene plena actualidad para nosotros: el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad, a la justicia, a la ayuda concreta a los más marginados, a la amnistía concedida a los que tenemos «secuestrados». Todavía más en concreto: "no cerrarte a tu propia carne", o sea, a los miembros de nuestra familia, de nuestra comunidad, que son a los que más nos cuesta aceptar, porque están más cerca.

Jueves después de la Ceniza, 7 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» 
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»

Reflexión 

Jesús nos pone ante la alternativa. El camino que propone es el mismo que él va a seguir. Ya desde el inicio de la Cuaresma se nos propone la Pascua completa: la muerte y la nueva vida de Jesús. Ese es el camino que lleva a la salvación.

Jesús va poniendo unas antítesis dialécticas que son en verdad paradójicas: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a si mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará».

La Cuaresma es tiempo de opciones. Nos invita a revisar cada año nuestra dirección en la vida. 

Desde la Pascua anterior seguro que nos ha crecido más el hombre viejo que el nuevo. Tendemos más a desviarnos que a seguir por el recto camino. En el camino de la Pascua no podemos conformarnos con lo que ya somos y cómo vivimos.

El camino que nos propone Jesús -el que siguió él- no es precisamente fácil. Es más bien paradójico: la vida a través de la muerte. Es un camino exigente, que incluye la subida a Jerusalén, la cruz y la negación de sí mismo: saber amar, perdonar, ofrecerse servicialmente a los demás, crucificar nuestra propia voluntad: «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (Ga 5,24). Pero es el camino que vale la pena, el que siguió él. La Pascua está llena de alegría, pero también está muy arriba: es una subida hasta la cruz de Jerusalén. Lo que vale, cuesta. Todo amor supone renuncias.

Miércoles de ceniza, 6 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»

Reflexión

La cuaresma es una llamada vigorosa a la santidad y esto exige por lo menos una vez al año un balance de salud espiritual, una revisión de vida que, llevándonos hasta lo más profundo de nuestro ser, nos lleve hasta Dios.

Si me observo mejor, tendré ganas de cambiar, de cambiarme. Eso es lo que indica la palabra clave de la cuaresma, una de las palabras centrales del evangelio: convertirse. Pero sobre todo no tomar como resolución: "Yo quiero convertirme". Eso nunca ha transformado a nadie. Tomar más bien la resolución de mirar bien a Jesús y de escucharle: él nos dará unas ganas tan enormes de ser mejores que también desearemos con toda el alma arrancarle gracias de conversión.

dar limosna, rezar, ayunar...

¿das de verdad limosna, sí o no? Y esto quiere decir: ¿compartes con los otros y vas a compartir más aún durante esta cuaresma?; ¿rezas o no rezas, y estás dispuesto a rezar más durante esta cuaresma?; ¿aceptarás una vida más ascética para salir de la comodidad... y también para poder compartir un poco más? 

No hay nada que nos impida escoger otros esfuerzos, otros progresos; no faltan sugerencias para ello en el evangelio. Lo que debe animarnos y hasta entusiasmarnos es que una cuaresma tomada así, en serio, puede marcar profundamente nuestra vida.

martes 5 marzo 2019,

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,28-31

En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»

Reflexión 

Ayer el joven rico se marchó triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Hoy Pedro, que sí le ha seguido, se lo recuerda: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El resto ya se sobreentiende (y Mateo lo explícita en su evangelio): ¿qué recibiremos en cambio?

La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien. Ya habla Jesús cuáles eran los lazos de esta nueva familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).

En el fondo de la interpelación de Pedro está su concepto político e interesado del mesianismo, un concepto todavía muy poco maduro. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿pone un amigo precio a un favor? ¿pasó factura Jesús por su entrega en la cruz? Los discípulos buscan puestos de honor, recompensas humanas, soluciones económicas y políticas. Jesús y su Espíritu les irán ayudando a madurar en su fe, hasta que después de la Pascua se entreguen también ellos gratuita y generosamente al servicio de Cristo Jesús y de la comunidad, hasta su muerte.

Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel.

De un modo especial esta experiencia la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo.

Unos y otros saben también que sigue siendo verdad una palabra muy breve pero muy realista que Marcos ha añadido a la lista de las ventajas: «con persecuciones». Jesús promete la vida eterna, después, y ya desde ahora una gran satisfacción. Pero no asegura el éxito y la felicidad y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás.

LUNES 4 MARZO 2019, 8ª semana del t. ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,17-27

En aquel tiempo, cuando salta Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.» A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!» Los discípulos se extrañaron de estas palabras.
Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por todo el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»

Reflexión lunes 4 marzo 2019

Es una escena simpática: un joven inquieto que busca caminos y quiere dar un sentido más pleno a su vida.

Pero el diálogo, que prometía mucho, acaba en un fracaso. Tampoco Jesús consigue todo lo que quiere en su predicación, porque respeta con delicadeza la libertad de las personas. Algunos le siguen a la primera, dejándolo todo. como los apóstoles. Otros se echan atrás. Jesús se debió quedar triste. Había puesto su cariño en aquel joven. Más tarde mirará con tristeza a la higuera estéril, que es Israel. Y a los que han convertido el Templo en cueva de ladrones. El joven se convirtió en símbolo del pueblo elegido de Dios que, llegado el momento, no quiso aceptar el mensaje del Mesías. No tuvo fácil su misión Jesús de Nazaret. Aunque tal vez así nos anima más a nosotros si tampoco tenemos resultados muy halagüeños en nuestra misión educativa o familiar o eclesial.
Es que Jesús no pide «cosas», sino que pide la entrega absoluta. No se trata de «tener» o no tener, sino de «ser» y «seguir» vitalmente: «que cargue con su cruz cada día y me siga», «el que quiera guardar su vida, la perderá». A todos nos cuesta renunciar a lo que estamos apegados: las riquezas o las ideas o la familia o los proyectos o la mentalidad.

Cuando estamos llenos de cosas, menos agilidad para avanzar por el camino. El atleta que quiera correr con una maleta a cuestas conseguirá pocas medallas. Es el ejemplo que nos dio el mismo Jesús: «el cual, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se humilló hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-7).  Era rico y se hizo pobre por nosotros.

DOMINGO VIII T. ORDINARIO

3 MARZO 2019

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
—«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en eltuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto;porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.»
¿Acaso puede un ciego guiar a otros ciegos?

La veracidad ha sido siempre una preocupación importante en la educación. Lo hemos conocido desde niños. Nuestros padres y educadores podían «entender» todas nuestras travesuras, pero nos pedían ser sinceros. Nos querían hacer ver que «decir la verdad» es algo muy importante.

Tenían razón. La verdad es uno de los pilares sobre los que se asienta la conciencia moral y la convivencia. Sin verdad no es posible vivir con dignidad. Sin verdad no es posible una convivencia justa. El ser humano se siente traicionado en una de sus exigencias fundamentales.

Siempre he tenido la sensación de que se condena con fuerza toda clase de atropellos y abusos, pero no siempre se denuncia con la misma energía la mentira con que se intenta enmascararlos. Y, sin embargo, las injusticias se alimentan siempre a sí mismas con la mentira. Sólo falseando la realidad es posible llevar a cabo una guerra injusta como la de Irak.

Sucede muchas veces. Los grupos de poder ponen en marcha múltiples mecanismos para influir en la opinión pública y llevar a la sociedad hacia una determinada posición. Pero, con frecuencia, lo hacen ocultando la verdad y desfigurando los datos, de manera que las gentes llegan a vivir con una visión falseada de la realidad.

Las consecuencias son muy graves. Cuando se oculta la verdad, existe el riesgo de que vayan desapareciendo los contornos del «bien» y del «mal». Ya no se puede distinguir con claridad lo «justo» de lo «injusto». La mentira no deja ver las injusticias. Somos como «ciegos» que tratan de guiar a otros «ciegos».

Cuando, estos días, sigo la información que se nos proporciona sobre la guerra o escucho las declaraciones de los protagonistas, me vienen a la mente esas certeras palabras de Jesús: «Quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para que no delate sus acciones» (Jn 3, 20).

Frente a tantos falseamientos interesados, siempre hay personas que tienen la mirada limpia y ven la realidad tal como es. Son los que están atentos al sufrimiento de los inocentes. Ellos ponen verdad en medio de tanta mentira. Ponen luz en medio de tanto oscurecimiento. (José Antonio Pagola)

Evangelio del sábado 2 marzo 2019

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,13-16

En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Reflexión

De nuevo son los niños los protagonistas de la enseñanza de Jesús, en una escena muy breve pero hermosa y esperanzadora.
Los niños eran muy poco considerados en su época. No valÍa la pena gastar tiempo con ellos. Los apóstoles no tienen paciencia y riñen a los padres que los traen. Pero Jesús, que atendía a todos, sobre todo a los pobres y abandonados de la sociedad, tiene tiempo también para los niños, les abraza y bendice: «Dejad que los niños se acerquen a mí».
Además les pone como modelos para los que quieran entrar en el Reino de Dios: «De los que son como ellos es el Reino de Dios».

¿Qué cualidades de los niños tendríamos que copiar nosotros para merecer estas alabanzas y garantías de Jesús?
Porque se nos dice que para salvarnos tendremos que ser como ellos y «aceptar el Reino de Dios como un niño». Ya había dicho Jesús a Nicodemo (Jn 3) que el que no «vuelva a nacer» no entrará en el reino de los cielos, o sea, que hay que «hacerse de nuevo niño».

Jesús ya sabe que los niños no sólo tienen virtudes: también saben ser caprichosos y egoístas. Pero lo importante para Jesús es que los niños viven en una situación de indefensión, son «insignificantes", necesitan de los demás, no son autosuficientes porque carecen de medios. Son receptivos y abiertos a la vida y a los demás.

De igual modo nosotros, si nos sentimos llenos de nuestras propias riquezas y confiados en nuestras fuerzas, seguro que no recurriremos a Dios ni estaremos convencidos de que necesitamos ser salvados, ni aceptaremos el Reino de Dios. Eso sólo sucederá si somos como niños, inseguros de nosotros, convencidos de la necesidad que tenemos de Dios. No se nos invita, claro está, a un infantilismo espiritual. Pero sí a no ser complicados, a tener confianza en Dios, a sentirnos hijos en su familia y estar disponibles y receptivos a su
Palabra y su gracia.

Evangelio del día 1 MARZO 2019, VIERNES DE LA 7ª SEMANA DEL T.ORDINARIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,1-12

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Reflexión

La enseñanza de Jesús se refiere hoy a la indisolubilidad del matrimonio, tal como la había pensado Dios y como tendrán que aceptar los que quieran ser sus discípulos.

En la antigua ley (Deuteronomio 24) se permitía que el marido repudiara a la mujer en algunas ocasiones. Estas condiciones eran interpretadas por algunas escuelas de maestros muy estrictamente, y por otras con gran amplitud, de modo que resultaba muy fácil obtener el divorcio y crecía por tanto la inseguridad de la familia. Estaba de por medio la dignidad de la mujer, que podía ser rechazada, pero que no podía a su vez divorciarse del hombre.

Jesús se remonta a la voluntad original de Dios al crear al hombre y la mujer. El Génesis es más importante que las interpretaciones del Deuteronomio. Lo que Dios ha pensado es más decisivo que las evoluciones sociales y las interpretaciones de los sabios. Dios pensó que el hombre y la mujer formaran una sola carne: «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», y además los hizo de igual dignidad desde el principio.

El criterio de un cristiano para juzgar sobre las cosas no se puede basar últimamente en las evoluciones sociales o en los datos estadísticos o en las tendencias de una época, sino en la perspectiva de Dios. Respecto al matrimonio, su indisolubilidad no la ha pensado la Iglesia o una escuela de teólogos, sino Dios mismo, desde su proyecto inicial: «Los hizo hombre y mujer, de modo que ya no son dos, sino una sola carne». Nos lo recuerda hoy Jesús.

Lo que pasa es que en el mundo de hoy encontramos especiales dificultades para una fidelidad duradera. Estamos influidos por una sociedad de consumo que gasta y tira y cambia y busca nuevas sensaciones para satisfacer necesidades nuevas que nosotros mismos vamos creando. Vamos perdiendo así la capacidad de un amor total, de una entrega gratuita y estable, de un compromiso de por vida.

28-02-2019
jueves DE LA 7ª SEMANA DEL T. ORDINARIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,41-50

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hacer caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la salva se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaréis? Que no falte entre vosotros la sal, y vivid en paz unos con otros.»

Reflexión


Ojalá en nuestra convivencia -familiar o comunitaria- tengamos en cuenta estas cualidades que Cristo quiere para los suyos:

- que sepamos dar un vaso de agua fresca al que la necesita, y no sólo por motivaciones humanas, sino viendo en el prójimo al mismo Cristo («me disteis de beber»); quien dice un vaso de agua dice una cara amable y una mano tendida y una palabra animadora;

- que tengamos sumo cuidado en no escandalizar -o sea, poner tropiezos en el camino, turbar, quitar la fe, hacer caer- a los más débiles e inocentes; Pablo recomendaba en su primera carta a los Corintios una extrema delicadeza de los «fuertes» en relación a los «débiles» de la comunidad, para no herir su sensibilidad; nuestras palabras inoportunas y nuestros malos ejemplos pueden debilitar la voluntad de los demás y ser ocasión de que caigan; es muy dura esta palabra de Jesús para los que escandalizan a los débiles;

- que sepamos renunciar a algo que nos gusta mucho -Ia mano, el pie, el ojo- si nos damos cuenta de que nos hace mal, que nos lleva a la perdición, o sea, nos «escandaliza»; aquí somos nosotros los que nos escandalizamos a nosotros mismos, porque estamos cogiendo costumbres que se convertirán en vicios y porque nos estamos dejando esclavizar por malas tendencias; el sabio es el que corta por lo sano, sin andar a medias tintas, antes que sea tarde; como el buen jardinero es el que sabe podar a tiempo para purificar y dar más fuerza a la planta. El seguimiento de Cristo exige radicalidad: como cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo, o cuando dijo que el tesoro escondido merecía venderlo todo para llegarlo a poseer, o cuando afirmó que el que quiere ganar la vida la perderá:


- que seamos sal en la comunidad para crear una convivencia agradable, armoniosa, con humor. El que crea un clima de humor, de serenidad, de gracia, quitando hierro en los momentos de tensión, fijándose en las cosas buenas: ése es para los demás como la sal que da gusto a la carne o la preserva de la corrupción.

27-02-2019
MIÉRCOLES DE LA 7ª SEMANA DEL T. ORDINARIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,38-40


En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.»
Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.»
REFLEXIÓN MIÉRCOLES 27.02.2019
Jesús sigue educando a los suyos. Esta vez les enseña que no tienen que ser personas celosas ni caer en la tentación del monopolio de nada.
Ante la acusación de Juan de que hay un exorcista que no es del grupo, o sea, que echa demonios en nombre de Jesús, pero «no es de los nuestros», Jesús reacciona con una magnifica amplitud de miras: «No se lo impidáis... el que no está contra nosotros está a favor nuestro». Y más si, en nombre de Jesús, hace milagros.
Los apóstoles pecaban muchas veces de impaciencia y de celos. Querían arrancar la cizaña del campo. Deseaban que lloviera fuego del cielo porque en un pueblo no les habían querido acoger. Jesús tenía siempre mucha más paciencia y un corazón mucho más generoso.

Es otra de las tentaciones de «los buenos»: acaparar a Dios, monopolizar sus dones y sus bienes, sentir celos de que otros hagan cosas buenas que no se les habían encomendado oficialmente. Que puedan surgir en la comunidad movimientos e ideas que no teníamos controlados.


¿Se nos puede achacar también a nosotros que somos demasiado celosos de nuestros derechos, derechos de monopolio que tal vez nadie nos ha dado? Eso puede pasar entre sacerdotes y laicos, entre mayores y jóvenes, entre hombres y mujeres, entre miembros de una comunidad, entre la comunidad grande y los movimientos o grupos más pequeños.


No somos los únicos buenos. No somos dueños del Espíritu. Deberíamos saber aceptar la parte de razón de los demás, reconocer sus valores, admitir que también otros actúan al menos tan inteligentemente como nosotros y con la misma buena voluntad, y alegrarnos de sus éxitos. Si otros han logrado expulsar demonios, ¿no debería eso llenarnos de alegría?

26-02-2019
MARTES DE LA 7ª SEMANA DEL T. ORDINARIO
Evangelio según San Marcos 9,30-37.

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado". 



REFLEXION Martes
Jesús, ya en la tranquilidad de casa, les da una lección para que vayan corrigiendo sus miras: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y pone a un niño en medio de ellos y dice que el que acoge a un niño le acoge a él. Precisamente a un niño, que en el ambiente social de entonces era más bien marginado de la sociedad y tenido en muy poco.

La lección de la servicialidad la puede dar Cristo porque es el primero que la cumple. Toda su vida está en esa actitud de entrega por los demás: «No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por los demás». Es una actitud que manifestará plásticamente cuando le vean ceñirse la toalla y arrodillarse ante ellos para lavarles los pies. Pero sobre todo cuando en la cruz entregue su vida por la salvación del mundo.
También nosotros podemos tener dificultades en querer entender la lección que Jesús dio a los apóstoles. Tendemos a ocupar los primeros lugares, a buscar nuestros propios intereses, a despreciar a las personas que cuentan poco en la sociedad y de las que no podemos esperar gran cosa. Eso de buscar los primeros puestos no pasa sólo en el mundo de la política. También nos puede pasar en nuestro mundillo familiar o comunitario. A nadie le gusta ser «servidor de todos» o «ser el último de todos».


La salvación del mundo vino a través de la cruz de Cristo. Si nosotros queremos colaborar con él y hacer algo válido en la vida, tendremos que contar en nuestro programa con el sufrimiento y el esfuerzo, con la renuncia y la entrega gratuita. Seguimos a un Salvador humilde, aparentemente fracasado, el Siervo de todos, hasta la Cruz. El discípulo no puede ser más que el maestro.

25-02-2019
LUNES DE LA 7ª SEMANA DEL T. ORDINARIO
Evangelio según San Marcos 9,14-29.

Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron". "Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". "¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración". 

REFLEXIÓN 25.02.2019
Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que  en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás  presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus  males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea  el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo  levantó y el niño se puso en pie» (en griego: «égueiren» y «anéste»). 

Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo  puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la  oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer  gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el  que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es  la lección que nos da hoy Jesús. 
Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho  y la de los discípulos. Por eso, puestos a hacer de «exorcistas» para Iiberar a otros de sus  males, fracasamos estrepitosamente, como aquel día los apóstoles. Seguramente porque  hemos confiado en nuestras propias fuerzas y nos hemos olvidado de apoyarnos en Dios.  Cuando nos sentimos débiles en la fe y sumidos en dudas, porque no conseguimos lo  que queremos en nuestra familia o en nuestras actividades de la comunidad, por ejemplo  las relacionadas con los niños y los jóvenes, será la hora de gritar, como el padre del  muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame». 

En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a  Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo  para librarnos del dominio de Satanás. espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a  sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del  demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo,  guárdalos a lo largo del camino de la vida». 

En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos  invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas-  colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo. 


24.02.2019 DOMINGO VII t. ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra;al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale;al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados;no condenéis, y no seréis condenados;perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con vosotros.»
reflexión DOMINGO 24 febrero 2019
SIN ESPERAR NADA

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás, la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida. Ya tengo bastante con preocuparme de mí y de mis cosas.

Pero eso, ¿es vida? ¿Vivir despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal”?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión…. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior... no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Entre nosotros hay personas que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues apenas tienen nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas salida en la vida.

Aquel gran profeta que fue Hélder Câmara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo».  (José Antonio Pagola)


Sexta semana del t. ordinario

Sábado 23.02.2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-13

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 
Estaban asustados, y no sabía lo que decía. 
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» 
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. 
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» 
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos». 
Le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Ellas?» 
Les contestó él: «Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Ellas ya ha venido, y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito.»

Reflexión del sábado sexto t. ordinario  (23.02.2019)

La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz.
A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores.
La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico:
«Escuchadlo».
El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena.
No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».

¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios? ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia? ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).

viernes 22.02.2019 Evangelio del día CATEDRA DE SAN PEDRO - FIESTA

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Reflexión - CATEDRA DE SAN PEDRO  (https://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/02/02-22_CATEDRA_SANPEDRO_ROMA.htm

Era costumbre antigua, continuada hasta hoy, la de conmemorar la consagración o entronización de los obis pos en su sede. Pero, salvo raras excepciones la conmemoración sólo se extendía a la propia diócesis. Sólo a la de San Pedro se le dio el nombre majestuoso de cátedra, y ésta fue la única que se extendió a todo el mundo cristiano. San Agustín, dirigiéndose a sus diocesanos del Africa, decía: 

"Cuando celebramos el natalicio de la cátedra, veneramos el episcopado de Pedro apóstol". En este texto se ve bien que la fiesta de la cátedra, sin otra distinción, era de la cátedra por excelencia, la de jurisdicción universal, la de Pedro, y, queriendo exponer el mismo santo Doctor el origen de esta denominación, advertía: 

"La hodierna solemnidad recibió de nuestros antepasados el nombre de cátedra, porque, según se dice, el primero de los apóstoles recibiría hoy la cátedra del episcopado". Por esto en los textos de la misa romana actual, como en los antiguos. se recuerdan principalmente los pasajes evangélicos referentes a los privilegios de magisterio y gobierno otorgados por el Señor a su fiel apóstol. "Oh Dios que al entregar las llaves del reino de los cielos a tu santo apóstol Pedro, le concediste potestad de atar y desatar..." se dice en la colecta. 

Después en el tracto, en el ofertorio y en la comunión se reproducen las palabras de Cristo: "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia..." Se sabe que en el siglo IV y hasta el VI se celebraba con solemnidad especial esta fiesta en la capital de la cristiandad y era motivo de atracción de grandes grupos de peregrinos. A ella acudió el año 450, según se desprende de un sermón del tiempo, el emperador Valentiniano III con sus hijas Placidia y Eudoxia. Asistieron a la vigilia litúrgica de la fiesta y al día siguiente fueron recibidos por el Papa y numerosos obispos de Italia.

Por causas no bien explicadas esta solemnidad desaparece de los libros litúrgicos romanos de los siglos VII - X. Cuando reaparece, se ha trasladado al día 18 de enero. La causa de este traslado parece fue el que la antigua fecha caía frecuentemente en la Cuaresma tiempo de ayuno, en que se evitaban esta clase de fiestas. El papa Paulo IV, en 1558, fijó definitivamente la fecha del 18 de enero para la de la Cátedra de San Pedro en Roma, asignando a la data anterior del 22 de febrero otra fiesta de la Cátedra de Pedro en Antioquía.
En cambio en las provincias y particularmente en España, a donde había pasado ya en el siglo V, siguió celebrándose siempre, mientras se conservó la liturgia hispano - mozárabe, con toda solemnidad en la antigua datación del 22 de febrero.

jueves 21.02.2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,27-33


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» 
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Ellas; y otros, uno de los profetas.» 
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» 
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. 
Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» 
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. 
Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

Reflexión del 21.02.2019


Nosotros creemos en Jesús como Mestas y como Hijo de Dios. En la encuesta que el mismo Jesús suscita, nosotros estaríamos claramente entre los que han captado la identidad de su persona y no sólo su carácter de profeta. Nos hemos definido hace tiempo y hemos tomado partido por él.



Pero a continuación podemos preguntarnos con humildad -no vaya a ser que tengamos que oir una riña como la de Pedro- si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacían los apóstoles. Claro que «sabemos» que Jesús es el Hijo de Dios. Entre otras cosas, Marcos nos lo ha dicho desde la primera página. Pero una cosa es saber y otra aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz, con total coherencia.



Día tras día vamos espejándonos en Jesús. Pero no sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. También para nuestra vida de seguidores suyos: «que cargue con su cruz y me siga».



A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante? ¿merecemos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: «Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo».

miércoles 20.02.2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,22-26

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase.
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?»
Empezó a distinguir y dijo: «Veo hombres; me parecen árboles, pero andan.»
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a casa, diciéndole: «No entres siquiera en la aldea.»

Reflexión del Evangelio de hoy 20.02.2019

Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos!

Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad.

Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».

También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?

Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica.


Evangelio del día, MARTES 19 FEBRERO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,14-21

En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca. 
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.» 
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.» 
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?» 
Ellos contestaron: «Doce.» 
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?» 
Le respondieron: «Siete.» 
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?»

Reflexión

A partir de un episodio sin importancia -los discípulos se han olvidado de llevar suficientes panes- Jesús les da una lección sobre la levadura que han de evitar.
Jesús va sacando enseñanzas de las cosas de la vida, aunque sus oyentes esta vez, como tantas otras, no acaban de entenderle. La levadura es un elemento pequeño, sencillo, humilde, pero que puede hacer fermentar en bien o en mal a toda una masa de pan. También puede entenderse en sentido simbólico: una levadura buena o mala, dentro de una comunidad, la puede enriquecer o estropear. Jesús quiere que sus discípulos eviten la levadura de los fariseos y de Herodes.

El aviso va para nosotros, ante todo en nuestra vida personal. Una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, puede estropear toda nuestra conducta. En los fariseos esta levadura mala podía ser la hipocresía o el legalismo, en Herodes el sensualismo o la superficialidad interesada: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos?
Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.

El aviso también afecta a la vida de una comunidad. Pablo, en l Corintios 5,6-8, aplica el simbolismo al mal que existe en Corinto. La comunidad tendría que ser «pan ázimo», o sea, pan sin levadura mala: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?

Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos». Y quiere que expulsen esa levadura (está hablando del caso del incestuoso) y así puedan celebrar la Pascua. «no con levadura vieja, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y de verdad».

LUNES 18 FEBRERO. Evangelio según San Marcos 8,11-13
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla. 

REFLEXIÓN
A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder.

Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. El buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.

¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud.

Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

Domingo VI t. ordinario, 17 febrero 2019

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
El, levantando los ojos hacia sus discípulos, le dijo:
–Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
–Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
–Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
–Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero,¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.
REFLEXIÓN DOMINGO
 Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.
Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. 
El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela.

Quinta semana del t. ordinario

sábado 16 febrero 2019

Lectura del santo Evangelio San Marcos 8,1-10

Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.»
Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para que se queden satisfechos?»
Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete.»
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Reflexión

En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis. Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.

Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.

La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra.
Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo.

Aprendamos de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.

La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos mil años en el mundo.

La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.

viernes 15 febrero 2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,31 37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Reflexión 

 La curación del sordomudo provocó reacciones muy buenas hacia Jesús por parte de los habitantes de Sidón: «Todo lo ha hecho bien, hace oir a los sordos y hablar a los mudos».
Jesús curó al enfermo con unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con sus dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció mirando al cielo: «effetá», «ábrete». El profeta Isaías había anunciado -lo leemos en el Adviento cada año- que el Mesías iba a hacer oír a los sordos y hablar a los mudos. Una vez más, ahora en territorio pagano, Jesús está mostrando que ha llegado el tiempo mesiánico de la salvación y de la victoria contra todo mal.
Además, Jesús trata al sordomudo como una persona: cada encuentro de los enfermos con él es un encuentro distinto, personal. Esos enfermos nunca se olvidarán en su vida de que Jesús les curó.

El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia.
Los gestos sacramentales -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando Jesús. 

El episodio de hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El Señor Jesús, que hizo oir a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».

Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe.

Pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oir. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo.

Jueves 14 FEBRERO 2019
Evangelio según San Marcos 7,24-30.
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: "Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros". Pero ella le respondió: "Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos". Entonces él le dijo: "A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija". Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio. 


REFLEXIÓN JUEVES quinta semana t. ordinario
El episodio sucede en el extranjero, en territorio de Tiro y Sidón, en Fenicia. La mujer que protagoniza esta escena no es judía, lo que le da un sentido muy particular al gesto de Jesús.

La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija, que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y confiada.

A los contemporáneos de Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.

Lo que Jesús dice de que primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad, primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo después pasaba a los paganos.

Para nosotros también es una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que no pertenecen a nuestro círculo.


Miércoles 13 FEBRERO 2019
Evangelio según San Marcos 7,14-23.

Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!". Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. El les dijo: "¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?". Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre". 

REFLEXIÓN
Los fariseos no es que fueran malas personas. Eran piadosos, cumplidores de la ley.
Pero habían caído en un legalismo exagerado e intolerante y, llevados de su devoción y de su deseo de agradar a Dios en todo, daban prioridad a lo externo, al cumplimiento escrupuloso de mil detalles, descuidando a veces lo más importante.

Ayer era la cuestión de si se lavaban las manos o no. Hoy el comentario de Jesús continúa refiriéndose al tema de lo que se puede comer y lo que no, lo que se considera puro o no en cuestión de comidas. La carne de cerdo, por ejemplo, es considerada impura por los judíos y por otras culturas: inicialmente por motivos de higiene y prevención de enfermedades, pero luego también por norma religiosa.

La enseñanza de Jesús, expresada con un lenguaje muy llano y expresivo, es que lo importante no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella. Lo que hace buenas o malas las cosas es lo que brota del corazón del hombre, la buena intención o la malicia interior. Los alimentos o en general las cosas de fuera tienen una importancia mucho más relativa.

El defecto de los fariseos puede ser precisamente el defecto de las personas piadosas, deseosas de perfección, que a veces por escrúpulos y otras por su tendencia a refugiarse en lo concreto, pierden de vista la importancia de las actitudes interiores, que son las que dan sentido a los actos exteriores. 
O sea, puede ser nuestro defecto. Dar, por ejemplo, más importancia a una norma pensada por los hombres que a la caridad o a la misericordia, más a la ley que a la persona.
Esta tensión estaba muy viva cuando Marcos escribía su evangelio. En la comunidad apostólica se discutía fuertemente sobre la apertura de la Iglesia a los paganos y la conveniencia o no de que todos tuvieran que cumplir los más mínimos preceptos de la ley de Moisés. 

MARTES 12 FEBRERO 2019

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,1-13

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte"; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.»

Reflexión

La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer.
Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores.
Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.

Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta.
Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia.
Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra? ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la «letra» y descuidar el «espíritu>? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?

Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7).

Lunes 11 febrero 2019
Evangelio según San Marcos 6,53-56.
Día de la ntra sra de Lourdes. Día del enfermo
Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados. 

REFLEXIÓN
Son continuas las noticias que el evangelio nos da sobre cómo Jesús atendía a todos y nunca dejaba sin su ayuda a los que veía sufrir de enfermedades corporales, psíquicas o espirituales. Curaba y perdonaba, liberando a la persona humana de todos sus males. En verdad «pasó haciendo el bien».

Como se nos dice hoy, «los que lo tocaban se ponían sanos». No es extraño que le busquen y le sigan por todas partes, aunque pretenda despistarles atravesando el lago con rumbo desconocido.

La comunidad eclesial recibió el encargo de Jesús de que, a la vez que anunciaba la Buena Noticia de la salvación, curara a los enfermos. Así lo hicieron los discípulos ya desde sus primeras salidas apostólicas en tiempos de Jesús: predicaban y curaban. La Iglesia hace dos mil años que evangeliza este mundo y le predica la reconciliación con Dios y, como hacia Jesús. todo ello lo manifiesta de un modo concreto también cuidando de los enfermos y los marginados. Esta servicialidad concreta ha hecho siempre creíble su evangelización, que es su misión fundamental.

Un cristiano que quiere seguir a su Maestro no puede descuidar esta faceta: ¿cómo atendemos a los ancianos, a los débiles, a los enfermos, a los que están marginados en la sociedad? Los que participamos con frecuencia en la Eucaristía no podemos olvidar que comulgamos con el Jesús que está al servicio de todos, «mi Cuerpo, entregado por vosotros», y por tanto, también nosotros debemos ser luego, en la vida, «entregados por los demás». De modo particular por aquellos por los que Jesús mostró siempre su preferencia, los pobres, los débiles, los niños, los enfermos.

Sería bueno que leyéramos los números 1503-1505 del Catecismo de la Iglesia que tratan de «Cristo, médico», y los números 1506-1510 sobre «sanad a los enfermos», el encargo que Jesús dio a los suyos para con los enfermos: la asistencia humana, la oración, y de modo particular el sacramento propio de los cristianos enfermos: la Unción.

NTRA SRA DE LOURDES, SALUD DE LOS ENFERMOS, RUEGA POR NOSOTROS.


DOMINGO 10 febrero 2019, V t.ordinario. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
–Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
–Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
–Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
–No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

LA FUERZA DEL EVANGELIO

El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista. Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.
El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios. No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen a al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos «haciendo cosas» desde una Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo? Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús. (Pagola)


IV semana del  tiempo ordinario 

sábado 9 febrero 2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,30-34

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Reflexión

Podemos vernos espejados en esta escena de varias maneras.
A lo largo de nuestras jornadas y temporadas, en nuestro trabajo cosechamos algunos éxitos, seguramente mezclados con fracasos. Que es lo que les pasarla a los apóstoles y al mismo Jesús, a quien no todos le hacían caso. Ojalá tengamos siempre a alguien con quien compartir lo vivido, que sepa escucharnos y con el que podamos hablar de nuestras varias experiencias, para revisar y remotivar lo que vamos haciendo.
Ojalá tengamos también la oportunidad de algún retiro: todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro.

Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro serenante con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El stress no es bueno, aunque sea el espiritual. Los apóstoles estaban llenos de «todo lo que hablan hecho y enseñado». A veces dice el evangelio que «no tenían tiempo ni para comer». Necesitamos paz y serenidad. Cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y la evangelizadora.

A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, la entrega a la misión que tengamos encomendada. A veces esta caridad se antepone al deseo del descanso o del retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración. Se dedica prioritariamente a la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y para los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito.

Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa. No hace ver que le han estropeado el plan. «Se puso a enseñarles con calma». Porque vio que iban desorientados, como ovejas sin pastor. Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

viernes 8 febrero 2019 Evangelio del día


Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,14-29



En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él.» Otros decían: «Es Elías.» Otros: «Es un profeta como los antiguos.»
Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.


Reflexión


De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».

Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.

De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».

Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia!

Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida.

JUEVES 7 febrero 2019 Evangelio del día. 


Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,7-13



En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.


Reflexión


El envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos. está sencillamente contado por Marcos. aunque con matices muy interesantes.

Les había elegido para que estuvieran con él y luego les pudiera enviar a misionar. Ya han convivido con él, le han escuchado, han aprendido: ahora les envía a que prediquen la Buena Nueva, con autoridad para expulsar demonios y con el aviso de que puede ser que en algunos lugares sí les reciban y en otros no. Les hace partícipes de su misión mesiánica. Se hace ayudar. Busca quien colabore en la tarea de la evangelización.

Para ello les recomienda un estilo de austeridad y pobreza -la pobreza «evangélica»-, de modo que no pongan énfasis en los medios humanos, económicos o técnicos, sino en la fuerza de Dios que él les transmite.



Los cristianos -y de un modo particular los ministros ordenados, los religiosos y los laicos más comprometidos en la acción pastoral de una comunidad- somos enviados en medio de este mundo a evangelizar. Dios no se sirve normalmente de ángeles ni de revelaciones directas. Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo.

Como los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar testimonio en la vida. Tal vez no individualmente, cada uno por su cuenta, sino con una cierta organización, de dos en dos, enviados y no tanto autoenviados.



También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a a misión mas ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros.



Deberíamos dar ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús: todos deberían poder ver que no nos dedicamos a acumular «bastones, dinero, sandalias, túnicas». Que nos sentimos más peregrinos que instalados. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo -la Madre Teresa de Calcula necesita millones para su obra de atención a los pobres-, nos apoyamos sobre todo en la gracia de Dios y nuestra fe, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

MIERCOLES 6 febrero 2019 Evangelio del día. evangelio según san Marcos 6,1-6



En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.


Reflexión


A partir de aquí, y durante tres capítulos, Marcos nos va a ir presentando cómo reaccionan ante la persona de Jesús sus propios discípulos. Antes habían sido los fariseos y luego el pueblo en general: ahora, los más allegados.

De nuevo se ve que Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret. Sí, admiran sus palabras y no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas. Pero no aciertan a dar el salto: si es el carpintero, «el hijo de María» y aquí tiene a sus hermanos, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? «Y desconfiaban de él». No llegaron a dar el paso a la fe: «Jesús se extrañó de su falta de fe». Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político le hubieran aceptado.

Se cumple una vez más lo de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.



Lo de llamar «hermanos» a Santiago, José, Judas y Simón, nos dicen los expertos que en las lenguas semitas puede significar otros grados de parentesco, por ejemplo primos. De dos de ellos nos dirá más adelante Marcos (15,40) quién era su madre, que también se llamaba María.



Equivalentemente, nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. ¿Puede hacer «milagros» porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y no hacer ninguno? ¿no es verdad que algunas veces otras personas más alejadas de la fe nos podrían ganar en generosidad y en entrega?



La excesiva familiaridad y la rutina son enemigas del aprecio y del amor. Nos impiden reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de su presencia: en los acontecimientos, en la naturaleza, en los ejemplos de las personas que viven con nosotros, a veces muy sencillas e insignificantes según el mundo, pero ricas en dones espirituales y verdaderos «profetas» de Dios.

Martes 5 febrero 2019 Evangelio del día


Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43



En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: - Mi niña está en las últimas, ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, se había puesto peor.

Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.

Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de gente, preguntando: - ¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaron: - Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “Quién me ha tocado?”. El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.

La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.

El le dijo: - Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud...”


Reflexión 


En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.
El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la cogió de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña».
La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar.
En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».

Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte.
Lo hace a través de la Iglesia y sus sacramentos. El Catecismo de la Iglesia, inspirándose en esta escena evangélica, presenta los sacramentos «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante»: el Bautismo o la Reconciliación o la Unción de enfermos son fuerzas que emanan para nosotros del Señor Resucitado que está presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto.
Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure.

lunes 4 febrero 2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 5,1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.»
Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.»
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.»
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Reflexión

Es pintoresco y sorprendente el episodio que hoy nos cuenta Marcos, con el endemoniado de Gerasa. Se acumulan los detalles que simbolizan el poder del mal: en tierra extranjera, un enfermo poseído por el demonio, que habita entre tumbas, y el destino de la legión de demonios a los cerdos, los animales inmundos por excelencia para los judíos.

Seguramente quiere subrayar que Jesús es el dominador del mal o del maligno. En su primer encuentro con paganos -abandona la tierra propia y se aventura al extranjero en una actitud misionera- Jesús libera al hombre de sus males corporales y anímicos. Parece menos importante el curioso final de la piara de cerdos y la consiguiente petición de los campesinos de que abandone sus tierras este profeta que hace cosas tan extrañas.

Probablemente el pueblo atribuyó a Jesús, o mejor a los demonios expulsados por Jesús, la pérdida de la piara de cerdos que tal vez habría sucedido por otras causas en coincidencia con la visita de Jesús. El evangelio recogería esta versión popular.

Después del encuentro con Jesús, el energúmeno de Gerasa quedó «sentado, vestido y en su juicio».

Todos necesitamos ser liberados de la legión de malas tendencias que experimentamos: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo.

Jesús quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si le dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿decimos con seriedad la petición: «líbranos del mal»? ¿o tal vez preferimos no entrar en profundidades y le pedimos a Jesús que pase de largo en nuestra vida?

En Gerasa los demonios le obedecieron, como le obedecían las fuerzas de la naturaleza. Pero los habitantes del país, por intereses económicos, le pidieron que se marchara. El único que puede resistirse a Cristo es siempre la persona humana, con su libertad. ¿Nos resistimos nosotros, o nos dejamos liberar de nuestros demonios?

3 febrero 2019

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
–¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
–Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió:
–Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Reflexión  domingo IV t. ordinario: PRIVADOS DE ESPÍRITU PROFÉTICO

Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.

También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.

Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasadoEl rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.

A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su importancia.Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley.

Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con DiosEs una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.

Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. vonBalthasar: A finales del siglo segundo "cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo".

Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar "lo religioso" frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y "se alejará" para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.  José Antonio Pagola

Tercera Semana del Tiempo Ordinario - Año Impar 

2 febrero, fiesta de la Presentación del Señor 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Reflexión

Aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.
Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad.

Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él.

Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.

La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".

Significado de la fiesta. La fiesta de la Presentación celebra una llegada y un encuentro; la llegada del anhelado Salvador, núcleo de la vida religiosa del pueblo, y la bienvenida concedida a él por dos representantes dignos de la raza elegida, Simeón y Ana. Por su provecta edad, estos dos personajes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza. En realidad, ellos representan la esperanza y el anhelo de la raza humana.

Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia. Esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para esta fiesta. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva".

Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.

viernes 1 febrero 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Reflexión

El evangelio de hoy nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.
No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.
Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.
Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu.
No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal.

miércoles 30 de Enero 2019 Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,1-20

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.» Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.» Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»

Reflexión

Cuán verdadera es la comparación de la semilla relacionado con los comienzos de la vida de la Palabra en el corazón. 

La semilla viene de lo alto, no nace de la tierra, y la palabra de Dios viene de afuera, no es el producto espontáneo de la inmanencia religiosa. Pero, cuando entra en este terreno, la Palabra se convierte también, análogamente a la semilla, en una sola cosa con la tierra, no es un cuerpo extraño. A partir de la tierra, por tanto de su inserción en el corazón de la vida, brota lentamente con comienzos apenas visibles. 

A veces quisiéramos ver inmediatamente en las conversiones quién sabe cuáles resultados: en cambio, hay que contentarse con mirar con la lente el comienzo, después, con el ojo de la fe, y aunque apenas se vea, se debe percibir que se está desarrollando, y que hay que defender este botón muy tierno de las piedras, de los espinos, de todas las fuerzas contrarias. La acción pastoral no crea la semilla: ella viene de Dios y la respuesta viene del hombre, de la tierra.

El pastor o el agricultor es el que con atención elige la semilla, quita pacientemente lo que la obstaculiza, pro- mueve lo que la favorece. El agricultor no es el dueño de esta semilla, como tampoco es el que la hace crecer (porque es sólo Dios quien hace crecer); él no puede forzar la libertad, sino solamente facilitar la acción de Dios. No nos corresponde suscitar la respuesta favorable que viene de la libertad, puesto que Dios mismo se confía a la libertad humana, esto es, al terreno del corazón, aceptando incluso la respuesta negativa, el fracaso. (...)
La gente ve algo clamoroso y pregunta: ¿En dónde está este Reino de Dios? Aún hoy la gente corre fácilmente al lugar en donde se habla de una aparición, de una revelación; probablemente tiene necesidad de cosas visibles, algo sensacionales; le cuesta dificultad aceptar que el Reino esté en las cosas sencillas, pequeñas, cotidianas, insignificantes. Jesús viene como para esconderse en la profundidad de la tierra y la gente pregunta: ¿En dónde está esta semilla? ¿en dónde está este reino?

Es, pues, urgente abrir los ojos y entender que el reino está aquí, aunque no tenga la apariencia y la prepotencia que creemos tenga que tener el misterio de Dios.
Vislumbramos ya el escándalo de la cruz: ¡la gente que encuentra dificultad para comprender la pequeña semilla, tendrá más dificultad para aceptar que el reino venga por medio de la cruz! Dios se encarna en la humildad del Hijo y en la sencillez de la vida cotidiana, y no es reconocido.
(Carlo Mª Martini,sj)

martes 29 de Enero 2019

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35)

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó: «¿Quienes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.»

Reflexión 

Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.

Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.

En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.

Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.

Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.

LUNES SEMANA 3ª TIEMPO ORDINARIO

Santo Tomás de Aquino (28 de Enero). Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,22-30

En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.»
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. 
Reflexión lunes semana 3ª t. ordinario
Si sus familiares decían que «no estaba en sus cabales», peor es la acusación de los letrados que vienen desde Jerusalén (los de la capital siempre saben mucho más): «tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

Brillante absurdo, que Jesús tarda apenas un momento en ridiculizar. ¿Cómo puede nadie luchar contra si mismo? ¿cómo puede ser uno endemoniado y a la vez exorcista, expulsados de demonios?

Lo que está en juego es la lucha entre el espíritu del mal y el del bien. La victoria de Jesús, arrojando al demonio de los posesos, debe ser interpretada como la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no están dispuestos a reconocerlo. Por eso merecen el durísimo ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino.

Nosotros no somos ciertamente de los que niegan a Jesús, o le tildan de loco o de fanático o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que le seguimos y vamos celebrando sus sacramentos y meditando su Palabra iluminadora. Nosotros sí sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es el más fuerte y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal.

Pero también podríamos preguntarnos si alguna vez nos obstinamos en no ver todo lo que tendríamos que ver, en el evangelio o en los signos de los tiempos que vivimos. No será por maldad o por ceguera voluntaria, pero sí puede ser por pereza o por un deseo casi instintivo de no comprometernos demasiado si llegamos a ver todo lo que Cristo nos está diciendo y pidiendo.

Tampoco estaría mal que nos examináramos un momento para preguntarnos si nos parecemos algo a esos letrados del evangelio: ¿no tenemos una cierta tendencia a juzgar drásticamente a los que no piensan como nosotros, en la vida de familia, o en la comunidad, o en la Iglesia? No llegaremos a creer que están fuera de sus cabales o poseídos por el demonio, pero sí es posible que les cataloguemos como pobres personas, sin querer apreciar ningún valor en ellos, aunque lo tengan.
Una última dirección en nuestra acogida de este evangelio. Somos invitados a luchar contra el mal. En esta lucha a veces vence el Malo, como en el Génesis sobre Adán y Eva. Pero ya entonces sonó la promesa de la enemistad con otro más fuerte. El Más Fuerte ya ha venido, es Cristo Jesús. A nosotros, sus seguidores, se nos invita a no quedarnos indiferentes y perezosos, sino a resistir y trabajar contra todo mal que hay en nosotros y en el mundo.


III Domingo del tiempo ordinario. 2019 - (Ciclo C)

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,1-4; 4,14- 21


Ilustre Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
PROFETA

En una aldea perdida de Galilea, llamada Nazaret, los vecinos del pueblo se reúnen en la sinagoga una mañana de sábado para escuchar la Palabra de Dios. Después de algunos años vividos buscando a Dios en el desierto, Jesús vuelve al pueblo en el que había crecido.

La escena es de gran importancia para conocer a Jesús y entender bien su misión. Según el relato de Lucas, en esta aldea casi desconocida por todos, va a hacer Jesús su presentación como Profeta de Dios y va a exponer su programa aplicándose a sí mismo un texto del profeta Isaías.

Después de leer el texto, Jesús lo comenta con una sola frase: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Según Lucas, la gente "tenía los ojos clavados en él". La atención de todos pasa del texto leído a la persona de Jesús. ¿Qué es lo que nosotros podemos descubrir hoy si fijamos nuestros ojos en él?

Jesús actúa movido por el Espíritu de Dios. La vida entera de Jesús está impulsada, conducida y orientada por el aliento, la fuerza y el amor de Dios. Creer en la divinidad de Jesús no es confesar teóricamente una fórmula dogmática elaborada por los concilios. Es ir descubriendo de manera concreta en sus palabras y sus gestos, en su ternura y en su fuego, el Misterio último de la vida que los creyentes llamamos "Dios".

Jesús es Profeta de Dios. No ha sido ungido con aceite de oliva como se ungía a los reyes para transmitirles el poder de gobierno o a los sumos sacerdotes para investirlos de poder sacro. Ha sido "ungido" por el Espíritu de Dios. No viene a gobernar ni a regir. Es profeta de Dios dedicado a liberar la vida. Solo le podremos seguir si aprendemos a vivir con su espíritu profético.

Jesús es Buena Noticia para los pobres. Su actuación es Buena Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno; los humillados y olvidados por todos. Nos empezamos parecer a Jesús cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por los pobres como algo bueno.

Jesús vive dedicado a liberar. Entregado a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes. La gente lo siente como liberador de sufrimientos, opresiones y abusos; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza. Entonces creemos en él como Salvador que nos encamina hacia la Vida  definitiva.  (José Antonio Pagola)

San Timoteo y San Tito .  (26 de Enero)  Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,26-34

“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado”.

Reflexión

El evangelio de hoy es bien corto y un tanto paradójico. Sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer.

Ciertamente no lo tiene fácil el nuevo Profeta. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale».

Entre estos familiares críticos, no nos cabe en la cabeza que pudiera estar también su madre, María, la que, según Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
También en el mundo de hoy podemos observar toda una gama diferente de reacciones ante Cristo. Más o menos como entonces. Desde el entusiasmo superficial hasta la oposición radical y displicente.

Pero, más que las opiniones de los demás, nos debe interesar cuál es nuestra postura personal ante Cristo: ¿le seguimos de verdad, o sólo decimos que le seguimos, porque llevamos su nombre y estamos bautizados en él? Seguirle es aceptar lo que él dice: no sólo lo que va de acuerdo con nuestra línea, sino también lo que va en contra de las apetencias de este mundo o de nuestros gustos.
Si es el Maestro y Profeta que Dios nos ha enviado, tenemos que tomarle en serio a él,

Conversión de San Pablo (25 de Enero) Evangelio del día

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 16,15-18

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos."

Reflexión

Hoy, celebramos la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión  del Señor resucitado. Con la petición de predicar a todo el mundo va unida que la fe y el bautismo son necesarios para entrar en la comunión con Dios: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 17,18). La misión es muy grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tenemos la responsabilidad de vivir y transmitir la buena noticia que es Jesucristo.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como  san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” en servidores de Jesucristo.

 


JUEVES DE LA SEMANA 2ª DEL TIEMPO ORDINARIO
San Francisco de Sales (24 de Enero). Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,7-12

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Reflexión 

Después de las cinco escenas conflictivas con los fariseos, el pasaje de hoy es una página más pacífica, un resumen de lo que hasta aquí había realizado Jesús en Galilea.
Por una parte su actuación ha estado llena de éxitos, porque Jesús ha curado a los enfermos, liberado del maligno a los posesos, y además predica como ninguno: aparece como el profeta y el liberador del mal y del dolor. Nada extraño lo que leemos hoy: «Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo».
Pero a la vez se ve rodeado de rencillas y controversias por parte de sus enemigos, los fariseos y los letrados, que más tarde acabarán con él. De momento Jesús quiere -aunque no lo consigue- que los favorecidos por sus curaciones no las propalen demasiado, para evitar malas interpretaciones de su identidad mesiánica.

Jesús, ahora el Señor Resucitado, sigue estándonos cerca, aunque no le veamos. Nos quiere curar y liberar y evangelizar a nosotros. Lo hace de muchas maneras y de un modo particular por medio de los sacramentos de la Iglesia.

En la Eucaristía es él quien sigue hablándonos, comunicándonos su Buena Noticia, siempre viva y nueva, que ilumina nuestro camino. Se nos da él mismo como alimento para nuestra lucha contra el mal. Es maestro y médico y alimento para cada uno de nosotros.


¿Cuál es nuestra reacción personal: la de la gente interesada, la de los curiosos espectadores, o la de los que se asustan de su figura y pretenden hacerle callar porque resulta incómodo su mensaje? Además, ¿intentamos ayudar a otros a que sepan quién es Jesús y lo acepten en sus vidas?


MIÉRCOLES II SEMANA T. ORDINARIO
San Ildefonso de Toledo (23 de Enero)

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,1-6

En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. 
Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.»
Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?»
Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.»
Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.

Reflexión (miercoles 23 de Enero)

De nuevo Jesús quiere manifestar su idea de que la ley del sábado está al servicio del hombre y no al revés.
Delante de sus enemigos que espían todas sus actuaciones, cura al hombre del brazo paralítico. Lo hace provocativamente en la sinagoga y en sábado.

Pero antes pone a prueba a los presentes: ¿se puede curar a un hombre en sábado? Y ante el silencio de todos, dice Marcos que Jesús les dirigió «una mirada de ira», «dolido de su obstinación».
Algunos, al encontrarse con frases de este tipo en el evangelio, tienden a hablar de la «santa ira» de Jesús. Pero aquí no aparece lo de «santa». Sencillamente, Jesús se enfada, se indigna y se pone triste. Porque estas personas, encerradas en su interpretación estricta y exagerada de una ley, son capaces de quedarse mano sobre mano y no ayudar al que lo necesita, con la excusa de que es sábado. ¿Cómo puede querer eso Dios?
Al verse puestos en evidencia, los fariseos «se pusieran a planear el modo de acabar con él».

¿Es la ley el valor supremo? ¿o lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Hoy aplica el principio a un caso concreto, contra la interpretación que hacían algunos, más preocupados por una ley minuciosa que del bien de las personas, sobre todo de las que sufren. Cuando Marcos escribe este evangelio, tal vez está en plena discusión en la comunidad primitiva la cuestión de los judaizantes, con su empeño en conservar unas leyes meticulosas de la ley de Moisés.

La ley, sí El legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto.