Domingo de la Ascensión 28 mayo 2017, 7º de pascua


Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
–No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole:
–Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
–No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
–Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Salmo 46

R/ Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, 
aclamad a Dios con gritos de júbilo; 
porque el Señor es sublime y terrible, 
emperador de toda la tierra.
Dios asciende entre aclamaciones, 
el Señor, al son de trompetas; 
tocad para Dios, tocad, 
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo; 
tocad con maestría. 
Dios reina sobre las naciones, 
Dios se sienta en su trono sagrado.

Segunda lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23

Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todo.

Evangelio

según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

MEDITACION
a) El contexto del Evangelio de Mateo
* El Evangelio de Mateo, escrito hacia el año 85, se dirige a una comunidad de judíos convertidos que vivían en Siria-Palestina. Estaban pasando una profunda crisis de identidad en relación a su pasado. Después de haber aceptado a Jesús como el Mesías esperado, continuaban acudiendo a la sinagoga y observando la ley y las antiguas tradiciones. Mantenían además una cierta afinidad con los fariseos y, tras la revuelta de los judíos de Palestina contra Roma (año 65 al 72), ellos y los fariseos eran los dos únicos grupos judíos que habían sobrevivido a la represión romana.
Poco a poco, creció la tensión entre ellos y comenzaron a excomulgarse mutuamente. Los cristianos no podían ya acudir a la sinagoga y quedaron desconectados de su propio pasado. Cada grupo comenzó a organizarse a su propio modo: los fariseos en la sinagoga; los cristianos en la Iglesia.

* Mateo escribe su Evangelio para ayudar a estas comunidades a superar la crisis y a encontrar una respuesta a sus problemas. Su Evangelio es fundamentalmente un Evangelio de revelación que pretende mostrar que Jesús es el verdadero Mesías, el nuevo Moisés, en el que culmina toda la historia del Antiguo Testamento con sus promesas. Es también el Evangelio de la consolación para todos aquéllos que se sentían excluidos y perseguidos por sus propios hermanos judíos. Mateo quiere consolarles y ayudarles a superar el trauma de la ruptura. Es el Evangelio de la nueva práctica, ya que indica el camino por el que se llega a una nueva justicia, mayor que la de los fariseos. Es el Evangelio de la apertura, pues indica que la Buena Noticia de Dios que Jesús nos trae no puede permanecer escondida, sino que debe ser puesta sobre el candelero, para que ilumine la vida de todos los pueblos.

b) Comentario del texto de Mateo 28,16-20
* Mateo 28,16: Volviendo a Galilea: Todo comenzó en Galilea. Fue allí donde los discípulos oyeron la primera llamada  y allí Jesús prometió reunirlos de nuevo, después de la resurrección. En Lucas, Jesús prohíbe a los suyos que salgan de Jerusalén. En Mateo, la orden consiste en salir de Jerusalén y retornar a Galilea. Cada evangelista tiene su modo particular de presentar la persona de Jesús y su proyecto. Para Lucas, tras la resurrección de Jesús, el anuncio de la Buena Noticia debe comenzar en Jerusalén para poder llegar desde allí a todos los confines de la tierra (Hch 1,8). Para Mateo, el anuncio comienza en la Galilea de los paganos (Mt 4,15) para prefigurar así el paso de los judíos hacia los paganos. 

Los discípulos debían ir hacia la montaña que Jesús les había mostrado. La montaña evoca el Monte Sinai, donde se había llevado a cabo la primera Alianza y donde Moisés recibió las tablas de la Ley de Dios. Evoca la montaña de Dios, donde el profeta Elías se retiró para redescubrir el sentido de su misión (1Re 19,1-18). Evoca también la montaña de la Transfiguración, donde Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, aparecieron junto a Jesús, confirmando así que Él era el Mesías prometido.

* Mateo 28,17: Algunos dudaban: los primeros cristianos tuvieron mucha dificultad a la hora de creer en la Resurrección. Los evangelistas insisten en contarnos que dudaron mucho y que fueron incrédulos frente a la Resurrección. La fe en la Resurrección fue fruto de un proceso lento y difícil. No es fácil caer en la cuenta de la Presencia de Dios en la vida. Él, su Amor no se retira nunca de su criatura humana. Encarnado en Jesús se mostró visiblemente, lo pudieron tocar. Cuando murió pudieron experimentar de un modo nuevo al Mismo Jesús, su Amor que los volvía a recuperar personalmente, a la comunidad en la fraternidad, … tantos detalles imposibles de explicar. Él está siempre. Está de otro modo pero es Él. Y con Él se puede vivir la vida como la habían vivido con El en Galilea.

* Mateo 28,18: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: La forma pasiva del verbo indica que Jesús recibió su autoridad del Padre. Pero ¿en qué consiste esta autoridad? En el Apocalipsis, el Cordero (Jesús resucitado) recibe de la mano de Dios el libro con los siete sellos (Ap 5,7) y se convierte en el Señor de la historia, el que debe asumir la ejecución del proyecto de Dios, descrito en el libro sellado, y como tal debe ser adorado por todas las criaturas. Con su autoridad y con su poder vence al Dragón, que es el poder del mal y captura a la Bestia y al falso profeta, símbolos del Imperio romano. En el Credo de la Misa decimos que Jesús subió al cielo y se sienta a la derecha de Dios Padre, convirtiéndose así en el Juez de vivos y muertos.
* Mateo 28,19-20a: Las últimas palabras de Jesús: tres órdenes a los discípulos: Revestido de la suprema autoridad, Jesús trasmite tres órdenes a los discípulos y a todos nosotros: (i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes; (ii); bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (iii) y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.

i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes: Ser discípulo no significa lo mismo que ser alumno. Un discípulo se relaciona con un maestro. Un alumno se relaciona con un profesor. El discípulo vive junto al maestro 24 horas al día; el alumno recibe lecciones del profesor durante algunas horas, y vuelve a su casa. El discipulado supone comunidad. Ser alumno supone solamente estar en un aula para las clases. En aquel tiempo, el discipulado se solía expresar con la frase Seguir al maestro.  Para los primeros cristianos, Seguir a Jesús significaba tres cosas relacionadas entre sí:
Imitar el ejemplo del Maestro: Jesús era el modelo que se debía imitar y recrear en la vida del discípulo y de la discípula (Jn 13,13-15). La convivencia diaria permitía una continua revisión. En esta Escuela de Jesús se enseñaba solo una materia: ¡el Reino! Y este Reino se reconocía en la vida y en la práctica de Jesús.    
Participar en el destino del Maestro: El que quería seguir a Jesús, debía comprometerse con Él incluso en la persecución. Debía estar por tanto dispuesto a cargar con la cruz y a morir con Él.
Poseer en sí mismo la vida de Jesús: Después de la Pascua, se añade una tercera dimensión: "Vivo, pero no soy yo quien vivo, sino Cristo que vive en mí" (Gal 2,20). Los primeros cristianos intentaron identificarse profundamente con Jesús. Se trata de la dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu.
ii) Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: La Trinidad es a la vez la fuente, el destino y el camino. Dios es Padre, nosotros somos todos hermanos y hermanas entre nosotros. Todo el que ha sido bautizado en el nombre del Hijo que es Jesús, se compromete a imitar Jesús y a seguirlo hasta la cruz para poder resucitar con Él. Se compromete a interiorizar la fraternidad y el seguimiento de Jesús, dejándose llevar por el Espíritu que permanece vivo en la comunidad.

iii) Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado: Para nosotros Jesús es la Nueva Ley de Dios, proclamada desde lo alto de la montaña. Jesús ha sido elegido por el Padre como el nuevo Moisés, cuya palabra es Ley para nosotros.  La observancia de la nueva Ley del amor se equilibra con la gratuidad de la presencia de Jesús en medio de nosotros, hasta el final de los tiempos.

* Mateo 28,20b: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo:  Él estará con sus discípulos, con todos nosotros, hasta el final de los tiempos. Aquí se manifiesta la autoridad de Jesús. Él controla el tiempo y la historia. Él es el primero y el último (Ap 1,17). Esta certeza es un apoyo para las personas, alimenta su fe, sostiene la esperanza y genera amor y donación de sí mismos.

4. ALGUNAS PREGUNTAS:

- Algunos discípulos dudaron de la resurrección, les costaba entrar en el dinamismo nuevo de la Presencia del Resucitado en el día a día. ¿Cómo la vives tu?

- ¿Cómo respondes el mandato misionero de Jesús?

- Discípulo/as o alumnos/as ¿dónde nos situamos respecto a Jesús?

- ¿Cómo avanzar en ser mejores discípulos/as de Jesús?



SABADO 27 MAYO, SEXTA SEMANA DE PASCUA

de los Hechos de los apóstoles 18,23-28

Pasado algún tiempo en Antioquía, emprendió Pablo otro viaje y recorrió Galacia y Frigia, animando a los discípulos. Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en la Escritura. Lo habían instruido en el camino del Señor, y era muy entusiasta; aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud. Apolo se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran bien. Su presencia, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Salmo 46

R. Dios es el rey del mundo.

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso. R.

Evangelio Juan 16, 23b-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.»

Para vivir esta Palabra. 


En el evangelio, Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración.

Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».

La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos.

Cuando oramos, asi como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor».

Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz.

Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama.

Viernes 26 mayo 6ª semana de pascua

Evangelio del día:  Juan 16,20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Para vivir esta Palabra

La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a la primera comunidad. Precisamente hemos estado leyendo la historia de esta comunidad en el libro de los Hechos: una historia invadida de dinámica energía. Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegria para sus seguidores. Es hermosa la comparación que pone, la de la mujer que da a luz: «cuando va a dar a luz, siente tristeza, pero cuando da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre».

Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.

Si la alegría es un fruto característico de la Pascua que estamos celebrando, podemos preguntarnos cómo estamos de alegría interior en nuestra vida. ¿Es una asignatura aprobada o suspendida en nuestra comunidad? ¿de veras creemos nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor? ¿es ése el motor que nos mueve en nuestra vida cristiana? ¿o vivimos resignados, indolentes, desalentados, apáticos? ¿se nota que hace seis semanas que estamos celebrando y viviendo la Pascua?

También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio.

Nosotros queremos alegría a corto plazo. O alegría sin esfuerzo. Y nada válido se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, y muchas veces sin dolor y cruz.
Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos terminando la vivencia de la Pascua, que «se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría».


jueves 25 mayo 6ª semana de pascua

 Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver.» Comentaron entonces algunos discípulos: - «¿Qué significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?» Y se preguntaban: - «¿Qué significa ese "poco";? No entendemos lo que dice.» Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: - «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.»

Para vivir este Evangelio


Juan 16,16-20
a) Este jueves de la semana sexta de Pascua ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha trasladado al próximo domingo.
Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena.

Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor.
Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con lineas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

b) Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol.

Si supiéramos que «dentro de otro poquito» ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real.

También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona -sea Cristo mismo, o nosotros- tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaria una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver». Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veia la presencia del Padre en su vida: «¿por qué me has abandonado?».

Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espiritu están presentes y activos, aunque no les veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos «desalentarnos», o sea, perder el aliento: «Espiritu» en griego («Pneuma») significa precisamente «Aliento».


miércoles 24 Mayo 2017

Solemnidad de María Auxiliadora ¡feliz día!

DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS   (4, 4-7)



Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre)
Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN          (2, 1-11)

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
-No tienen vino.
Jesús le contestó: -Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.
Su madre dijo a los sirvientes:
-Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.

Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.

Entonces les mandó:
-Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.

Ellos se lo llevaron. el mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
- Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.

 Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.

Para vivir esta Palabra

"En su acto de fe y en su plegaria, María aparece como representante de la humanidad en apuros y del judaísmo en su esperanza mesiánica; ella es la figura de la humanidad y de Israel que aguardan una liberación, misteriosa para la humanidad, mesiánica pero demasiado humana todavía para Israel".

El vino nuevo de Caná y su simbolismo. 
El elemento vino tiene un acento singular en el episodio de Caná. Se le menciona cinco veces (vv. 3.9.10). Es mejor que el que empezó a faltar (v. 10). Y es extraordinariamente abundante. En efecto, las seis tinajas colocadas allí para las abluciones de los comensales tenían una capacidad de dos o tres metretas cada una (v. 6); puesto que la metreta equivalía a 38-40 litros, cada tinaja podía contener entre 80 y 120 litros; en total, entre cinco y siete hectolitros.

Además, Juan se encarga de indicar que las tinajas estaban llenas "hasta los bordes" (v. 7): una nueva señal de la cantidad tan abundante del vino regalado por Jesús.

Efectivamente, es ésta una característica que Juan reconoce en los dones de Cristo, como la plenitud de gracia (Jn I,16), el agua de que habla Jesús a la samaritana (4,13-14), los panes de la multiplicación (6,10-13), la vida (10,10).

Pero Juan no declara expresamente cuál era el significado simbólico del vino de Caná (cf, por el contrario, Jn 2,21: "Pero él hablaba del templo que es su cuerpo"; 7,39: "Eso lo dijo refiriéndose al Espíritu que habrían de recibir los que creyeran en él"). No obstante si nos fijamos en las tradiciones del AT, recogidas y actualizadas por el judaísmo, podremos señalar con razones válidas el simbolismo probable de este vino.

En el AT los profetas enseñaban que los tiempos de la restauración postexilica se verían alegrados por un vino sumamente copioso (Am 9,13; Jer 31,12; J1 2,19.24), de finísima calidad (Os 14,8; 1s 25,6; Zac 9,17) y dado gratuitamente (Is 55,1). Además, algunas veces este tema se combina con el de las bodas (Os 2,21-24; Is 62,59). Y también la Sabiduría prepara su mesa con su vino (Prov 9,2.4); ese vino es prácticamente la ley de Moisés.


La tradición judía continúa y desarrolla este mismo género de simbolismo. 

La doctrina rabínica, por su parte, declara que el vino del siglo presente no es más que una pregustación del vino del siglo futuro. Esta misma literatura abunda además en pasajes en los que se toma al vino como uno de los símbolos preferidos de la Torá, sobre la base especialmente de Prov 9,5: "Bebed el vino que he preparado".

Jesús, el verdadero esposo de las bodas (v. 10). J/ESPOSO: Después de que el maestresala probó el agua convertida en vino, llamó al esposo y le dijo: "Tú has guardado el buen vino hasta ahora" (v. 10). De estas palabras del maestresala se deduce que hay otro esposo —el verdadero— que preside las bodas: ¡Jesús! Efectivamente, es él el que ha conservado el vino bueno hasta ahora. San Agustín comentaba: "El esposo de aquellas bodas era figura del Señor".

En Caná, si Cristo es el esposo, ¿quién será la esposa? Es, en primer lugar, María. Como mujer (v. 4), ella sintetiza al antiguo Israel que ha llegado ya a los tiempos de su redención definitiva; y en cuanto madre de Jesús (vv. 1.3.5.12), representa el comienzo de la iglesia, que cuenta ya con sus primeros miembros en los discípulos presentes en el banquete.


Don Bosco fue el gran impulsor de la devoción y el cariño a María Auxiliadora. Él no comenzó a utilizar el título de “Auxiliadora” hasta que ya habían pasado algunos años de su trabajo. Al principio, prefería llamar a la Virgen como “Inmaculada”.
Un acontecimiento fundamental fue la construcción de la Basílica de María Auxiliadora, en Turín. El 9 de junio de 1868 se consagró la Basílica. La historia de este templo es una sucesión de favores de la Virgen María. Don Bosco empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”.
Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que la Virgen concede a quienes la invocan con ese título, que esta devoción ha llegado a ser una de las más populares. San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”.

En 1872 fundo junto con María Mazzarello, en Mornese,  las Hijas de María Auxiliadora, el monumento vivo de gratitud a María.

Martes 23 mayo 2017, SEXTA semana de pascua

Evangelio del día

san Juan 16, 5-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.»

Para vivir esta Palabra


a) Jesús, en sus palabras de despedida, aparece a punto de «rendir viaje», volviendo al Padre. El que había «bajado» de Dios (eso es lo que el evangelio de Juan repite en los doce primeros capítulos) se dispone ahora a «subir», a «pasar de este mundo al Padre» (como anuncia Juan desde el capítulo 13, en el inicio de la Ultima Cena). Esta vuelta al Padre es la que da sentido a su misión y a su misma Persona.
La tristeza de los discípulos es lógica. Pero Jesús les da la clave para que la superen: su marcha, a través de la muerte, es la que va a hacer posible su nueva manera de presencia, y el envío de su Espíritu, el Paráclito, o sea, el Abogado y Defensor. El mejor don del Resucitado a los suyos es su Espíritu. Por eso «os conviene que yo me vaya». La actuación del Espíritu va a ser muy dinámica.
Va a revisar el proceso que se ha hecho contra Jesús. Los judíos habían condenado a Jesús como malhechor y como blasfemo. La sentencia era firme y se ejecutó. Pero ahora va a haber como una apelación a un tribunal superior. Dios, al resucitar a Jesús de entre los muertos, inicia el nuevo proceso. Y es, según Jesús, el Espíritu, el Abogado, el que va a desenmascarar y argüir la falacia del primer proceso. El que quedará ahora desautorizado y condenado es el mundo, mientras que Jesús no sólo será absuelto, sino rehabilitado y glorificado delante de toda la humanidad.

Es un proceso que todavía está en pie. Que sólo llegará a término al final de los tiempos, cuando, según el Apocalipsis, sea definitiva la victoria del Cordero y se consuma el hundimiento del Maligno con sus fuerzas.

b) A nosotros nos encantaría poder ver a Jesús, experimentar claramente su presencia en medio de nosotros. Como les hubiera encantado a sus apóstoles no haber oído nada sobre su marcha o su Ascensión. A todos nos gustan las «seguridades», las comprobaciones visibles a corto plazo.
Y sin embargo, en su Ascensión, el Señor no abandonó a su Iglesia. Nos ha prometido una doble presencia que tendría que llenarnos de ánimos:
- la del mismo Cristo, ahora Resucitado, que no ha dejado de estarnos presente («yo estoy con vosotros todos los días»): lo que pasa es que lo que antes era presencia visible, ahora sigue siendo real, pero invisible. Su «ausencia» es «presencia de otra forma», porque él ya está en la existencia escatológica, definitiva, pascual;
- y la presencia de su Espíritu, que actúa de abogado y defensor, de animador de nuestra comunidad, de eficaz protagonista de los sacramentos, de maestro que hace madurar la memoria y la fe de los cristianos.
Si creyéramos en verdad esto -y hacia el final de la Pascua ya sería hora de que nos hubiéramos dejado convencer de la presencia del Resucitado entre nosotros y del protagonismo de su Espíritu- no caeríamos en el desaliento ni la tristeza, ni nos conformaríamos con una vida lánguida y perezosa.

La Eucaristía es una de las formas en que más entrañablemente podemos experimentar la presencia del Señor Resucitado en nuestra vida, nada menos que como alimento para nuestro camino. Y es el Espíritu el que hace posible que el pan y el vino se conviertan para nosotros en el Cuerpo y Sangre del Señor, y que nosotros, al participar de la comunión, podamos también irnos transformando en el Cuerpo eclesial de Cristo, unido, sin divisiones, lleno de su misma vida. La Eucaristía es el mejor cauce para que la Pascua produzca en nosotros sus frutos.


Lunes 22 mayo 2017, SEXTA semana de pascua

Hechos de los apóstoles 16,11-15

En aquellos días, zarpamos de Troas rumbo a Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, colonia romana, capital del distrito de Macedonia. Allí nos detuvimos unos días. El sábado salimos de la ciudad y fuimos por la orilla del río a un sitio donde pensábamos que se reunían para orar; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó: - «Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa.» Y nos obligó a aceptar.

Salmo

Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b R. El Señor ama a su pueblo.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas,
con vítores a Dios en la boca;
es un honor para todos sus fieles. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.»

Para vivir este evangelio

Juan 15,26 -16,4
a) Ya el sábado pasado escuchábamos cómo Jesús, en su cena de despedida, avisaba a los suyos que serían odiados por el mundo, porque el mundo ama a los suyos, y los discípulos de Jesús, en principio, aunque «están en» el mundo, no «son del» mundo. Ahora les sigue anunciando dificultades: les excomulgarán de las sinagogas, y «llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios». Este sufrimiento de los cristianos se ve como una continuación del mismo de Cristo, a quien tampoco le aceptó el mundo. A ellos también les perseguirán: «el siervo no puede ser más que el señor». Lo que no quiere Jesús es que cuando llegue esa hora «se tambalee vuestra fe», sino que «os acordéis de que yo os lo había dicho».

El encargo fundamental para los cristianos es que den testimonio de Jesús. El día de la Ascensión les dijo: «seréis mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo».
Pero hay un factor muy importante para que esto sea posible: para esa hora del mal y del odio, les promete la fuerza de su Espíritu, que van a necesitar para poder dar ese testimonio. Al Espíritu -de quien desde ahora hasta Pentecostés las lecturas van a hablar con más frecuencia- le llama«Paráclito», palabra griega («para-cletos»), que significa defensor, abogado (la palabra latina que mejor traduce el «para-cletos» griego es «ad-vocatus»). Le llama también «Espíritu de la Verdad», que va a dar testimonio de Jesús. Con la ayuda de ese Abogado sí que podrán dar también ellos testimonio en este mundo.
b) Que como seguidores de Jesús iban a tener dificultades lo experimentaron los cristianos ya desde el principio. El libro de los Hechos, que hemos ido leyendo en el Tiempo Pascual, nos ha narrado una sucesión de persecuciones, detenciones, azotes, y hasta la muerte, como la de Esteban.

A lo largo de los dos mil años, ha seguido la misma tónica. Como al Señor le crucificaron, a sus fieles los han crucificado de mil maneras. Si la comunidad de Jesús, fiel al Evangelio de su Maestro, da testimonio de justicia o de amor, o defiende valores que no son los que la sociedad defiende, o denuncia situaciones que se dan contra la dignidad humana o contra la voluntad de Dios, es lógico que sea odiada, porque resulta incómoda. A veces será perseguida hasta la muerte, y otras, desprestigiada, ignorada, impedida en su misión. La palabra griega para decir «testigo, testimonio» es la de «mártir, martiría». Dar testimonio del Evangelio de Jesús comporta muchas veces sufrimiento y martirio. Pero también ahora tenemos la ayuda del Espíritu, el abogado, el defensor. Con su fuerza podemos librar la batalla entre el bien y el mal, y permanecer fieles a Cristo en medio de un mundo que a veces se muestra claramente contrario a su Evangelio, y dar testimonio de Cristo en nuestro ambiente, siendo de palabra y de obra fieles a su estilo de vida y a sus convicciones.
Si celebramos bien la Pascua -y estamos en su sexta semana- ése debe ser uno de los signos de que nos estamos dejando comunicar la vida nueva del Resucitado y de su Espiritu: la valentía en dar testimonio de Jesús.

Domingo 21 mayo 2017, SEXTA semana de pascua

Evangelio del día

san Juan 14,15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

DOMINGO 6º DE PASCUA /A
EL ESPÍRITU DE LA VERDAD.  NO ESTAMOS HUÉRFANOS

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no lo tendrán con él. ¿Quién podrá llenar su vacío? Hasta ahora ha sido él quien ha cuidado de ellos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, les ha ido descubriendo la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto humanizador.
Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él mismo pedirá al Padre que no los abandone, que les dé “otro defensor” para que “esté siempre con ellos”. Jesús lo llama “el Espíritu de la verdad”. ¿Qué se esconde en estas palabras de Jesús?

Este “Espíritu de la verdad” no hay que confundirlo con una doctrina. Esta verdad no hay que buscarla en los libros de los teólogos ni en los documentos de la jerarquía. Es algo mucho más profundo. Jesús dice que “vive con nosotros y está en nosotros”. Es aliento, fuerza, luz, amor... que nos llega del misterio último de Dios. Lo hemos de acoger con corazón sencillo y confiado.
Este “Espíritu de la verdad” no nos convierte en “propietarios” de la verdad. No viene para que impongamos a otros nuestra fe ni para que controlemos su ortodoxia. Viene para no dejarnos huérfanos de Jesús, y nos invita a abrirnos a su verdad, escuchando, acogiendo y viviendo su Evangelio.

Este “Espíritu de la verdad” no nos hace tampoco “guardianes” de la verdad, sino testigos. Nuestro quehacer no es disputar, combatir ni derrotar adversarios, sino vivir la verdad del Evangelio y “amar a Jesús guardando sus mandatos”.
Este “Espíritu de la verdad” está en el interior de cada uno de nosotros defendiéndonos de todo lo que nos puede apartar de Jesús. Nos invita abrirnos con sencillez al misterio de un Dios, Amigo de la vida. Quien busca a este Dios con honradez y verdad no está lejos de él. Jesús dijo en cierta ocasión: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Es cierto.

Este “Espíritu de la verdad” nos invita a vivir en la verdad de Jesús en medio de una sociedad donde con frecuencia a la mentira se le llama estrategia; a la explotación, negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia; a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad...
¿Qué sentido puede tener la Iglesia de Jesús si dejamos que se pierda en nuestras comunidades el “Espíritu de la verdad”? ¿Quién podrá salvarla del autoengaño, las desviaciones y la mediocridad generalizada? ¿Quién anunciará la Buena Noticia de Jesús en una sociedad tan necesitada de aliento y esperanza?

NO ESTAMOS HUÉRFANOS

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.

En la Iglesia de Jesús necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Necesitamos comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva. Podemos hacer que sea más de Jesús, que viva más unida a él. ¿Cómo?

Juan recrea en su evangelio la despedida de Jesús en la última cena. Los discípulos intuyen que dentro de muy poco les será arrebatado. ¿Qué será de ellos sin Jesús? ¿A quién le seguirán? ¿Dónde alimentarán su esperanza? Jesús les habla con ternura especial. Antes de dejarlos quiere hacerles ver cómo podrán vivir unidos a él, incluso después de su muerte.

Antes que nada, ha de quedar grabado en su corazón algo que no han de olvidar jamás: «No os dejaré huérfanos. Volveré». No han de sentirse nunca solos. Jesús les habla de una presencia nueva que los envolverá y les hará vivir, pues los alcanzará en lo más íntimo de su ser. No los olvidará. Vendrá y estará con ellos.

Jesús no podrá ya ser visto con la luz de este mundo, pero podrá ser captado por sus seguidores con los ojos de la fe. ¿No hemos de cuidar y reavivar mucho más esta presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros? ¿Cómo vamos a trabajar por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica si no le sentimos a él junto a nosotros?

Jesús les habla de una experiencia nueva que hasta ahora no han conocido sus discípulos, mientras lo seguían por los caminos de Galilea: «Sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo». Esta es la experiencia básica que sostiene nuestra fe. En el fondo de nuestro corazón cristiano sabemos que Jesús está con el Padre y nosotros estamos con él. Esto lo cambia todo.

Esta experiencia está alimentada por el amor: «Al que me ama... yo también lo amaré y me revelaré a él».

¿Es posible seguir a Jesús tomando la cruz cada día sin amarlo y sin sentirnos amados entrañablemente por él?

¿Es posible evitar la decadencia del cristianismo sin reavivar este amor?

¿Qué fuerza podrá mover a la Iglesia si lo dejamos apagar?

¿Quién podrá llenar el vacío de Jesús?

¿Quién podrá sustituir su presencia viva en medio de nosotros?

Sábado 20 mayo 2017, quinta semana de pascua

Hechos de los apóstoles 16, 1-10

En aquellos días, Pablo fue a Derbe y luego a Listra. Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de un griego y de una judía creyente. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso llevárselo y lo circuncidó, por consideración a los judíos de la región, pues todos sabían que su padre era griego.
Al pasar por las ciudades, comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, para que las observasen. Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.
Como el Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia y Galacia. Al llegar a la frontera de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Troas.
Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos.»
Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio.

Salmo 99

R. Aclama al Señor, tierra entera

Aclama al Señor,
tierra entera, servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.

Evangelio del día

según san Juan 15, 18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra."
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»

Para vivir esta Palabra

Jesús ha hablado hasta ahora mucho del amor. Ahora aparece la palabra «odio». Anuncia de antemano a sus seguidores que el mundo les odiará.

Va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Como lo ha sido en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».
Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Las palabras de Jesús en la Ultima Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. Como lo ha sido a lo largo de los dos mil años de la historia para la comunidad cristiana.

«Si fuerais del mundo, el mundo os amaría, pero como no sois del mundo por eso el mundo os odia». Según esto, debería ser mala señal que la sociedad nos aceptara demasiado fácilmente: sería señal o de que el mundo se ha convertido y ha cambiado, o de que nosotros no damos testimonio de los valores cristianos, sino que nos hemos amoldado de alguna manera a la manera de pensar del mundo y no le resultamos «incómodos».

Es el peligro que podemos tener: el «mimetismo», la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos? ¿nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida


Viernes 19 mayo 2017, quinta semana de pascua

Hechos de los apóstoles 15,22-31

En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.»
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la Iglesia y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.

Salmo

Sal 56, 8-9. 10-12 R. Te daré gracias ante los pueblos, Señor.

Mi corazón está firme,
Dios mío, mi corazón está firme.
Voy a cantar v a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora. R
Te daré gracias ante los pueblos,
Señor; tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad,
que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad,
que alcanza a las nubes.
Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 12-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Para vivir esta Palabra

«Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado». La palabra de Jesús no necesita muchas explicaciones. El fruto de la Pascua que aquí se nos propone es el amor fraterno. Un amor que ciertamente no es fácil. Como no lo fue el amor de Jesús a los suyos, por los que, después de haber entregado sus mejores energías, ofrece su vida. Es el amor concreto, sacrificado, del que se entrega: el de Cristo, el de los padres que se sacrifican por los hijos, el dei amigo que ayuda al amigo aunque sea con incomodidad propia, el de tantas personas que saben buscar el bien de los demás por encima del propio, aunque sea con esfuerzo y renuncia.

En la vida comunitaria -y todos estamos de alguna manera sumergidos en relaciones con los demás- es éste el aspecto que más nos cuesta imitar de Cristo Jesús. Saber amar como lo ha hecho él, saliendo de nosotros mismos y amando no de palabra, sino de obra, con la comprensión, con la ayuda oportuna, con la palabra amable, con la tolerancia, con la donación gratuita de nosotros mismos.

Cuando vamos a comulgar, cada vez somos invitados a preparar nuestro encuentro con el Señor con un gesto de comunión fraterna: «daos fraternalmente la paz». No podemos decir «amén» a Cristo si no estamos dispuestos a decir «amén» al hermano que tenemos cerca, con el que vivimos, aunque tenga temperamento distinto o incluso insoportable. No podemos comulgar con Cristo si no estamos dispuestos a crecer en fraternidad con los demás.

El Cristo a quien comemos en la Eucaristía es el «Cuerpo entregado por», «la Sangre derramada por». La actitud de amor a los demás es consustancial con el sacramento que celebramos y recibimos.

Jueves 18 mayo 2017, quinta semana de pascua

de los Hechos de los apóstoles 15, 7-21

En aquellos días, después de una fuerte discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los presbíteros:
-«Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué provocáis a Dios ahora , imponiendo a esos discípulos una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús. »
Toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y Pablo, que les contaron los signos y prodigios que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión, diciendo:
- «Escuchadme, hermanos: Simón ha contado la primera intervención de Dios para escogerse un pueblo entre los gentiles. Esto responde a lo que dijeron los profetas:
"Después volveré para levantar de nuevo la choza caída de David; levantaré sus ruinas y la pondré en pie, para que los demás hombres busquen al Señor, y todos los gentiles que llevarán mi nombre: lo dice el Señor, que lo anunció desde antiguo."
Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría ni con la fornicación y que no coman sangre ni animales estrangulados. Porque durante muchas generaciones, en la sinagoga de cada ciudad, han leído a Moisés todos los sábados y lo han explicado.»

Salmo 95

R. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor,
toda la tierra; cantad al Señor,
bendecid su nombre. R.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.
Decid a los pueblos:
«El Señor es rey,
él afianzó el orbe,
y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» R.

Evangelio del día

Juan 15, 9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»

Para vivir esta Palabra

Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos».

Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad.
Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.

Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros.

Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores).

Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida.


Martes 16 mayo, quinta semana de Pascua

Hechos de los apóstoles 15, 1-6

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. La Iglesia los proveyó para el viaje; atravesaron Fenicia y Samaria, contando a los hermanos cómo se convertían los gentiles y alegrándolos mucho con la noticia. Al llegar a Jerusalén, la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.
Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, intervinieron, diciendo:
- «Hay que circuncidarlos y exigirles que guarden la ley de Moisés.»
Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.

Salmo 121

R. Vamos alegres a la casa del Señor

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestro pies tus umbrales, Jerusalén. R.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.

Evangelio del día

según san Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Corno el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, corno el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Para vivir esta Palabra

La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).

Esta unión tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

Pero, por otra parte, también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?

En un capítulo anterior, el evangelista Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de hoy, pero referida a la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras.


Martes 16 mayo, quinta semana de Pascua

Martes 16 mayo, quinta semana de Pascua

del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 19-28

En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe; después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Salmo 144

R. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado

Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás. R.

Evangelio del día

según san Juan 14, 27-31a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago. Levantaos, vámonos de aquí.»

Para vivir esta Palabra

En el clima de despedida de Jesús, hay una preocupación lógica por el futuro. Y Jesús les tranquiliza: «la paz os dejo, mi paz os doy». Eso sí, no es una paz barata, sino una paz que viene de lo alto: «no os la doy yo como la da el mundo».

La consigna de Jesús es clara: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Es verdad que «me voy», pero «vuelvo a vuestro lado: si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».
La paz y la seguridad que Jesús promete a los suyos deriva de la unión íntima que él tiene con el Padre: él ama al Padre, cumple lo que le ha encargado el Padre y ahora vuelve al Padre. Desde esa existencia postpascual es como «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...».
También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.

Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado».

A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua. También Cristo encontró la paz y el sentido pleno de su vida en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, aunque le llevara a la muerte.
Escuchemos la palabra serenante del Señor: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Si estamos celebrando bien la Cincuentena Pascual, deberíamos haber crecido ya notoriamente en la paz que nos comunica el Resucitado, venciendo toda turbación y miedo.

5º domingo de Pascua, 14 mayo 2017

Hechos de los apóstoles 6,1-7:

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas.
Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.»
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Salmo 32

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2,4-9

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.» Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular,» en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 14,1-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»
EL CAMINO

Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de ellos?

Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos:”Que no se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. No lo han de olvidar nunca.


“Yo soy el camino”. El problema de no pocos no es que viven extraviados o descaminados. Sencillamente, viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.

Y, ¿qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? Si se acerca a Jesús, lo que encontrará no es una religión, sino un camino. A veces, avanzará con fe; otras veces, encontrará dificultades; incluso podrá retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.

“Yo soy la verdad”. Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. No todo se reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de la realidad

Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede abrir a su Bondad.

“Yo soy la vida”. Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde el mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de vida nueva.

Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.”



José Antonio Pagola

13 mayo, fiesta de santa María Mazzarello y 100 aniversario apariciones de María en Fátima


Monición inicial: Al recordar hoy los cien años de la aparición de la Virgen en Fátima, celebramos también a nuestra Madre Cofundadora Sor María Dominga Mazzarello, quien fue modelo de amor radical a María Santísima como Inmaculada, Dolorosa, Auxiliadora: “¡Seamos imagen de María!” era una de sus grandes convicciones y así lo vivió e inculcó en todas las Hijas de María Auxiliadora para que fueran hermanas, madres, amigas de la niñez y juventud, especialmente los más necesitados. Vivamos esta Eucaristía con Madre Mazzarello, para que, como ella, nuestra vida esté siempre enraizada con María en Jesús.

Monición a las lecturas: Madre Mazzarello, teniendo siempre a María Santísima como su Madre y su Modelo, hizo la opción de la humildad, dejando toda ambición terrena, despreciando las grandezas efímeras, para amar con todo su corazón, su mente y su alma a Jesús entregándose totalmente a los demás con cariño y alegría.

LITURGIA DE LA PALABRA (Leccionario Salesiano)

Primera Lectura: Eclesiástico 3, 17-24 (p.117)
Salmo Responsorial: 131 (p.117)
Segunda Lectura: Primera de Corintios 1, 26-31 (p.111)
Aleluya: p.112

Evangelio: Lc 10, 21-28 (p. 113)

Procesión de ofrendas

Rosario: La Virgen en Fátima nos pidió rezar el rosario como arma que nos ayuda, que nos fortalece. Madre Mazzarello siempre llevó el rosario con ella y desgranó con amor cada avemaría. Recibe Señor este rosario y que tu Madre sea siempre nuestra guía.
Pan y vino: Madre Mazzarello fue radicalmente eucarística, participar en la misa diaria era ley de amor en su vida, porque en Jesús encontraba la luz y la fuerza para vivir cada día con entrega y alegría. Recibe Señor este pan y este vino, nuestro alimento, fortaleza y gozo.

Viernes 12 mayo, 4ª semana Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 26-33

En aquellos días, habiendo llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: - «Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que lo habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. Nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy."»

Salmo 2

R. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo.»
Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho:
«Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.» R/.
«Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.» R/.
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando. R/.

Evangelio del día

según san Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: - «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: - «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»

Para vivir esta Palabra

Juan 14,1-6
En el discurso de la Ultima Cena, Jesús anima a los suyos pensando ya en lo que pasará después de la Pascua. Se está presintiendo la despedida: ¿qué será de los discípulos después de la marcha de Jesús?

Ante todo les invita a que no tengan miedo: «no perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí». El se va, pero eso les conviene: va a prepararles el camino. Ellos también están destinados a ir a donde va él, a «las muchas estancias que hay en la casa del Padre».

Esta vez la autorevelación de Jesús, que tan polifacética aparece en el evangelio -estas semanas le hemos oído decir que es el pan, la puerta, el pastor, la luz-, se hace con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?», Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «yo soy»: «yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, sino por mí».

Al igual que había dicho que él es la puerta, por la que hay que entrar, ahora dice que es el camino, por el que hay que saber seguir para llegar al Padre y a la vida. Además, las categorías de la verdad y de la vida completan la presentación de la persona de Jesús.

En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que ahora se repite mucho en los cantos con los que cantamos la marcha de la comunidad cristiana («camina, pueblo de Dios», «somos un pueblo que camina»...). Cristo como camino es a la vez compromiso -porque tenemos que seguir tras él- y tranquilidad -«no perdáis la calma»- porque no vamos sin rumbo: él nos señala el camino, él es el camino.

Nosotros somos personas que hace tiempo hemos optado por seguirle a él en nuestra vida. No sólo por haber sido bautizados, sino porque conscientemente una y otra vez hemos reafirmado nuestra fe y nuestro seguimiento de él. Pero el símil del camino nos puede ayudar a preguntarnos: ¿de veras seguimos con fidelidad rectilínea el camino central, que es Jesús? ¿o a veces nos gusta probar otros caminos y atajos que nos pueden parecer más atractivos a corto plazo, más fáciles y agradables?

La meditación de hoy debe ser claramente cristocéntrica. Al «yo soy» de Jesús le debe responder nuestra fe y nuestra opción siempre renovada y sin equívocos. Conscientes de que fuera de él no hay verdad ni vida, porque él es el único camino. Eso, que podría quedarse en palabras muy solemnes, debería notarse en los mil pequeños detalles de cada día, porque intentamos continuamente seguir su estilo de vida en nuestro trato con los demás, en nuestra vivencia de la historia, en nuestra manera de juzgar los acontecimientos. Cristo es el que va delante de nosotros. Seguir sus huellas es seguir su camino.

La Eucaristía es nuestro «alimento para el camino»: eso es lo que significa la palabra «viático», que solemos aplicar a los moribundos, pero los que de veras necesitamos fuerzas para seguir caminando somos nosotros. Celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Cristo y recibiendo su Cuerpo y su Sangre, supone que durante la jornada caminamos gozosamente tras él, dejando que nos «enseñe sus caminos».



jueves 11 MAYO, 4ª semana de Pascua


Hechos de los apóstoles 13,13-25:



En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la vela en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Juan los dejó y se volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Acabada la lectura de la Ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si queréis exhortar al pueblo, hablad.»
Pablo se puso en pie y, haciendo seña de que se callaran, dijo: «Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso; unos cuarenta años los alimentó en el desierto, aniquiló siete naciones en el país de Canaán y les dio en posesión su territorio, unos cuatrocientos cincuenta años. Luego les dio jueces hasta el profeta Samuel. Pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Lo depuso y nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias."»


Salmo 88 R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor



Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R/.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso. R/.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.» R/.


Evangelio según san Juan 13,16-20



Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado." Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe recibe al que me ha enviado.»


Para vivir esta Palabra



A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos.



Esta cena empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás. Es una página entrañable que leemos el Jueves Santo. Aquí escuchamos la consecuencia que Jesús quiere que saquen sus discípulos.



El siervo tiene que imitar lo que hace su amo. El discípulo, lo que ha aprendido de su maestro. Ellos han visto cómo Jesús se ha ceñido la toalla, ha tomado en sus manos la jofaina y ha ido lavándoles los pies uno a uno. Es lo mismo que tienen que hacer ellos: «dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».



También empieza a anunciar cómo uno de ellos, Judas, le va a traicionar. Y repite la idea de que así como el Padre le ha enviado a él, él les envía a ellos a este mundo. El que recibe a los enviados de Cristo, le recibe a él, y por tanto recibe al que le ha enviado, al Padre. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí: «para que creáis que yo soy».



Es fácil admirar el gesto del lavatorio de los pies hecho por Jesús. Y reflexionar sobre cómo ha entendido él la autoridad: «no he venido a ser servido, sino a servir». Pero lo que nos pide la Palabra de Dios no son afirmaciones lógicas y bonitas, sino el seguimiento de Jesús, la imitación de sus actitudes. En este caso, la imitación, en nuestra vida de cada día, de su actitud de servidor de los demás.



En la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás.



Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica».

MIÉRCOLES 10 MAYO 2017, 4ª semana de Pascua

Hechos de los apóstoles 12, 24-13, 5

En aquellos días, la palabra de Dios cundía y se propagaba. Cuando cumplieron su misión, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Moreno, Lucio el Círeneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y Saulo. Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: - «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado.» Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, llevando como asistente a Juan.

Salmo

Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe. R/.

Evangelio según san Juan 12, 44-50

En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: - «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»

Para vivir esta Palabra

Juan 12, 44-50
En la fiesta de la Dedicación del Templo Jesús ha decidido proclamar en medio de la gente el misterio de su persona. Es el enviado de Dios, viene de parte de Dios. Más aún: «el que me ve a mí, ve al que me ha enviado».

Se trata, una vez más, de la gran disyuntiva: «el que me rechaza y no acepta mis palabras, ya tiene quien le juzgue», porque «lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre». Jesús ha venido a salvar: el que no le acepta, él mismo se excluye de la vida.

Esta vez la revelación de su identidad -para la que en otras ocasiones se sirve de las imágenes del pan o del agua o del pastor o de la puerta- la hace con otra muy expresiva: «yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas».

Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» (Jn 1,9) y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, l 2; 9, 5). Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,19).

Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso.

Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz» (I Jn 2,10). La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar.

Durante la Cincuentena Pascual, después de haber entonado solemnemente en la Vigilia la aclamación «Luz de Cristo», encendemos en nuestras celebraciones el Cirio Pascual, cerca del libro de la Palabra. Quiere ser un símbolo de que a Cristo Resucitado lo seguimos porque es la auténtica luz del mundo, y que queremos vivir según esa luz, sin tinieblas en nuestra vida.
Y además, siendo luz para los demás, porque ya nos dijo Jesús: «vosotros sois la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5, 1416).


MARTES 9 MAYO 2017, 4ª semana de Pascua


Hechos de los apóstoles 11,19-26

En aquellos días, los que se hablan dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquia, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquia, se pusieron a hablar también a los helenistas, anunciándoles la Buena Noticia del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor. Más tarde, salió para Tarso, en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Durante un año fueron huéspedes de aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos.

Salmo 86 R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! R/.
«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes han nacido allí.»
Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.» R/.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.» R/.

Evangelio d san Juan 10, 22-30

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: - «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.» Jesús les respondió: - «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»

Para vivir esta Palabra


El mundo sigue necesitando personas como Bernabé, que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza, que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras, dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. 

Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores. Personas que suman y facilitan. 

Juan 10, 22-30
En el evangelio, la revelación de Jesús llega a mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo soy».

Lo que pasa es que algunos de sus oyentes no quieren creer en él. Y precisamente es la fe en Jesús lo que decide si uno va a tener o no la vida eterna. Los verbos se suceden: escuchar, conocer, creer, seguir. Si alguien se pierde, será porque él quiere. Porque Jesús, que se vuelve a presentar como el Buen Pastor, sí que conoce a sus ovejas, y las defiende, y da la vida por ellas, y no quiere que ninguna se pierda (basta recordar la escena de su detención en el huerto de los olivos: «si me buscáis a mí, dejad a estos que se vayan»). Y les dará la vida eterna. La que él mismo recibe del Padre.

El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos? ¿que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan hermosamente Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna».

En la Eucaristía escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida.

Lunes 8 de mayo de 2017, 4ª semana de Pascua

Hechos de los apóstoles 11,1-18

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon: «Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.»
Pedro entonces se puso a exponerles los hechos por su orden: «Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: Algo que bajaba, una especie de toldo grande, cogido de los cuatro picos, que se descolgaba del cielo hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles y pájaros. Luego oí una voz que me decía: "Anda, Pedro, mata y come." Yo respondí: "Ni pensarlo, Señor; jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro." La voz del cielo habló de nuevo: "Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano." Esto se repitió tres veces, y de un tirón lo subieron todo al cielo. En aquel preciso momento se presentaron, en la casa donde estábamos, tres hombres que venían de Cesarea con un recado para mí. El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía: "Manda recado a Jafa e invita a Simón Pedro a que venga; lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia." En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; me acordé de lo que había dicho el Señor: "Juan bautizó con agua, Pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?»
Con esto se calmaron y alabaron a Dios diciendo: «También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.»

Salmo

Sal 41,2-3;42,3.4 R/. Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R/.
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Para vivir esta Palabra

Jesús, Buen Pastor, es el espejo en que tendríamos que mirarnos todos porque todos tenemos a alguien a quien cuidar, de alguna manera todos somos «pastores» con relación a otros: en casa, en la parroquia, en la comunidad religiosa, en la familia amplia, en cualquier agrupación cristiana o humana.

Es bueno que hoy hagamos examen de conciencia, pensando ante todo si en verdad somos nosotros mismos ovejas de Cristo: si le conocemos, obedecemos su voz y le seguimos. Pero también, en cuanto estamos revestidos de mayor o menor autoridad para con los demás, mirando a las cualidades que Jesús describe y cumple: ¿somos buenos pastores? ¿nos preocupamos de los demás? ¿buscamos su interés, o el nuestro? ¿nos sacrificamos por aquellos de los que somos encargados, hasta dar la vida por ellos? ¿les dedicamos gratuitamente nuestro tiempo? En medio de un mundo en que las personas viven aisladas, encerradas en sí mismas, ¿nos conocemos mutuamente? ¿conocemos a las personas que encontramos, que viven con nosotros, en la familia o en el grupo? ¿o vivimos en la incomunicación y el aislamiento, ignorando o permaneciendo indiferentes ante la persona de los demás?

Cristo es nuestro Pastor. En la Eucaristía nos da su Palabra -se nos da él mismo como la Palabra que ilumina y alimenta- y sobre todo nos da su Cuerpo y su Sangre para que tengamos fuerzas a lo largo de la jornada. Mostrémosle nuestro agradecimiento. Pidámosle que nos ayude a ser buenos seguidores suyos, imitando también su entrega al servicio de los demás.



Domingo 7 mayo 2017, 4º domingo de Pascua


de los Hechos de los apóstoles 2,14a.36-41:

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»
Pedro les contestó: «Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: «Escapad de esta generación perversa.»
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Salmo 22

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Segunda lectura

de la primera carta del apóstol san Pedro 2,20-25

Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muerto al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.

Evangelio del día

según san Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.
Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»


"NUEVA RELACIÓN CON JESÚS
En las comunidades cristianas necesitamos vivir una experiencia nueva de Jesús reavivando nuestra relación con él. Ponerlo decididamente en el centro de nuestra vida. Pasar de un Jesús confesado de manera rutinaria a un Jesús acogido vitalmente. El evangelio de Juan hace algunas sugerencias importantes al hablar de la relación de las ovejas con su Pastor.
Lo primero es “escuchar su voz” en toda su frescura y originalidad. No con fundirla con el respeto a las tradiciones ni con la novedad de las modas. No dejarnos distraer ni aturdir por otras voces extrañas que, aunque se escuchen en el interior de la Iglesia, no comunican su Buena Noticia.
Es importante sentirnos llamados por Jesús “por nuestro nombre”. Dejarnos atraer por él personalmente. Descubrir poco a poco, y cada vez con más alegría, que nadie responde como él a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades últimas.
Es decisivo “seguir“ a Jesús. La fe cristiana no consiste en creer cosas sobre Jesús, sino en creerle a él: vivir confiando en su persona. Inspirarnos en su estilo de vida para orientar nuestra propia existencia con lucidez y responsabilidad.
Es vital caminar teniendo a Jesús “delante de nosotros”. No hacer el recorrido de nuestra vida en solitario. Experimentar en algún momento, aunque sea de manera torpe, que es posible vivir la vida desde su raíz: desde ese Dios que se nos ofrece en Jesús, más humano, más amigo, más cercano y salvador que todas nuestras teorías.
Esta relación viva con Jesús no nace en nosotros de manera automática. Se va despertando en nuestro interior de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. Por lo general, crece rodeada de dudas, interrogantes y resistencias. Pero, no sé cómo, llega un momento en el que el contacto con Jesús empieza a marcar decisivamente nuestra vida.
Estoy convencido de que el futuro de la fe entre nosotros se está decidiendo, en buena parte, en la conciencia de quienes en estos momentos nos sentimos cristianos. Ahora mismo, la fe se está reavivando o se va extinguiendo en nuestras parroquias y comunidades, en el corazón de los sacerdotes y fieles que las formamos.
La increencia empieza a penetrar en nosotros desde el mismo momento en que nuestra relación con Jesús pierde fuerza, o queda adormecida por la rutina, la indiferencia y la despreocupación. Por eso, el Papa Francisco ha reconocido que “necesitamos crear espacios motivadores y sanadores... lugares donde regenerar la fe en Jesús”. Hemos de escuchar su llamada."    (José AntonioPagola) 



sabado 6 MAYO 2017, 3ª SEMANA DE PASCUA. Sto Domingo Savio


de los Hechos de los apóstoles 9, 31-42

En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo. Pedro recorría el país y bajó a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacia ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: -«Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y haz la cama.» Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarán, y se convirtieron al Señor. Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacia infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba. Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jafa sin tardar. Pedro se fue con ellos. Al llegar a Jafa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y, dirigiéndose a la muerta, dijo: - «Tabita, levántate.» Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva. Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.

Salmo

Sal 115 ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.
Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oirlo, dijeron: -«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: - «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: - «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: - «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: - «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Para vivir esta Palabra


En el evangelio leemos hoy el pasaje final del capítulo 6 de san Juan, con las reacciones que produce en sus oyentes el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida.
Para algunos resulta «duro», imposible de admitir. No se sabe qué les ha escandalizado más: el que Jesús -en definitiva, para ellos, un obrero del pueblo de al lado, aunque se haya mostrado buen predicador y haga milagros- afirme con decisión que él es el enviado de Dios y hay que creer en él para tener vida; o bien que afirme que hay que «comer su carne y beber su sangre», con una alusión al sacramento eucarístico que ellos, naturalmente, no podían entender todavía.

Jesús trata de darles pistas para que sepan entender su doble manifestación. Tanto la afirmación de que «ha bajado del cielo», como la de que hay que «comer su carne», sólo tendrán su sentido después de la Pascua: cuando Jesús haya «subido» glorioso al Padre, resucitado por el Espíritu, completando así su camino mesiánico, y cuando haya descendido el mismo Espíritu sobre los discípulos, dándoles los ojos de la fe para entender la donación del Jesús pascual como Pan verdadero. Pero no parece bastar: «desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él».

Menos mal que el grupo de discípulos, cuyo portavoz es -una vez más- Pedro, le permanecen fieles. Tal vez no han entendido del todo sus afirmaciones. Pero creen en él, le creen a él: «¿a quién vamos a acudir? tú tienes palabras de vida eterna».

También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaúm, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo.

Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en él, puede resultar difícil.

Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: «¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».



VIERNES, 5 MAYO 2017, 3ª SEMANA DE PASCUA


de los Hechos de los apóstoles 9, 1-20

En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres. En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: - «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Preguntó él: - «¿Quién eres, Señor?» Respondió la voz: - «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.» Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión: - «Ananías.» Respondió él: - «Aquí estoy, Señor.» El Señor le dijo: - «Ve a la calle Mayor, a casa de judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.» Ananías contestó: - «Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le dijo: - «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre.» Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: - «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.» Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.

Salmo 116: R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio,

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

Evangelio del día

san Juan 6, 52-59

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: - «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: - «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Para vivir esta Palabra


En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.

Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: «¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: «¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».

El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).

Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mi», sino «por mi». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.

También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.

Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?

Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.



JUEVES 4 MAYO 2017, 3ª SEMANA DE PASCUA


de los Hechos de los apóstoles 8, 26-40



En aquellos días, el ángel del Señor le dijo a Felipe: - «Ponte en camino hacia el Sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto.» Se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido en peregrinación a Jerusalén. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: - «Acércate y pégate a la carroza.» Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: - «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Contestó: - «-Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?» Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste-' «Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de los vivos.» El eunuco le preguntó a Felipe: - «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?» Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: - «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.


Salmo


Sal 65, 8-9. 16-17. 20 R. Aclamad al Señor, tierra entera



Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies. R/.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R/.

Bendito sea Dios,
que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor. R/.


Evangelio del día


Lectura del santo evangelio según san Juan 6,44-51



En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»


Para vivir esta Palabra



La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.

Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes -que no se lee en la selección de la Misa- que refleja bien cuál era la intención de Jesús. Murmuraban y se preguntaban: «¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (v. 42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.
Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae.

Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz.

Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.


MIÉRCOLES 3 MAYO, SANTOS FELIPE Y SANTIAGO EL MENOR APOSTOLES

de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-8

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.
Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí.

Salmo 18

R. A toda la tierra alcanza su pregón

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen,
sin que pronuncien, s
in que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón,
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.

Evangelio del día

san Juan 14, 6-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:
-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice:
-«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
-«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre" ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. »

Para vivir esta Palabra


 Felipe era natural de Betsaida de Galilea, la ciudad de Pedro y Andrés, a quienes tal vez le unían lazos de amistad. Al volver Jesucristo a Galilea con los tres primeros discípulos, Andrés, Pedro y Juan, después del breve ministerio que siguió a su bautismo en la región del Jordán, se encuentra con Felipe y le dice: "Ven y sígueme" (Jn. 1, 43); era la invitación que los rabinos dirigían a quienes querían constituir sus discípulos. Felipe responde con generosidad digna de admiración y, no contento con su respuesta personal, proporciona al maestro un nuevo discípulo. Encontrándose con Natanael le dice: "Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José, de Nazaret”. A las palabras de extrañeza o admiración de Natanael, "¿Puede de Nazaret salir cosa buena?", responde sin vacilar: "Ven y verás".

 En otras tres ocasiones aparece Felipe apóstol en escena. En la multiplicación de los panes Jesucristo debió entrever en Felipe un deje de compasión hacia la multitud que había seguido al Maestro al desierto y le pregunta: "¿Felipe, cómo vamos a dar de comer a tanta gente?". El, echando una mirada sobre las turbas, exclama: "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un pedazo". Seguramente no sospechaba lo que iba a hacer el Señor (Jn. 6, 5-7). Aparece, en otra ocasión, como mediador de aquellos prosélitos que se encontraban en Jerusalén con motivo de la Pascua. Habían éstos presenciado la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y querían verle de cerca. Tal vez Felipe, como podría insinuar su nombre, tenía algunos conocimientos de la lengua griega y por ello se dirigieron a él. Felipe, a su vez, lo dice a Andrés y ambos lo comunicaron al Señor (Jn. 12, 20).
 La última intervención de Felipe que recogen los evangelistas tuvo lugar durante la última cena. Tomás había preguntado el lugar adonde iba a ir Jesús y el camino que llevaba a él; el Señor había contestado: "Nadie viene al Padre sino por mí". Anhelando entonces Felipe un conocimiento más profundo del Padre que le hiciese comprender mejor aquel discurso largo y misterioso a veces de Jesús, interviene diciendo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Él le contesta que esa aparición visible del Padre la tenían en Él: "Quien me ve a mí ve al Padre" (Jn. 13, 8-11).

 Según la tradición, Felipe predicó en Frigia. Se dice que convirtió muchas almas, que hizo muchos milagros, que destruyó una monstruosa víbora que adoraban los habitantes de la región. Se refiere, finalmente, que los magistrados, viendo los progresos que hacía el cristianismo, le prendieron, azotaron y amarraron a una cruz muriendo el día 1 de mayo del año 54 según Baronio. Parte de sus reliquias fueron llevadas a Constantinopla y otra parte se venera en la iglesia de los Santos Apóstoles, de Roma.

 Santiago nació en Caná de Galilea, cerca de Nazaret. Su padre se llamaba Alfeo. Su madre, María, estaba emparentada (probablemente prima hermana) con la Santísima Virgen, de modo que Santiago era primo del Señor. Los evangelistas no nos refieren intervención alguna particular de este apóstol; únicamente lo enumeran en las listas de los Doce (Mt. 10, 2-4; Mc. 3, 13-19; Lc. 6, 14-16). San Pablo refiere que Jesucristo resucitado, le distinguió con una aparición personal (1 Cor. 15, 7).
 Los Hechos de los Apóstoles y la carta a los Gálatas ponen de relieve que Santiago ocupaba un puesto preeminente en la iglesia de Jerusalén. La primera vez que San Pablo subió a Jerusalén después de su conversión dice que fue para visitar a San Pedro y añade que no vio a ninguno de los otros apóstoles, sino a Santiago (Gal. 1, 18-19). Después de su liberación milagrosa de la cárcel por el ángel, San Pedro se presenta en casa de la madre de Juan Marcos, refiere cómo fue librado de la prisión y les dio este encargo: "Haced saber esto a Santiago y a los hermanos" (Act. 12, 17). Refiriendo el último viaje de San Pablo a Jerusalén escribe San Lucas que los hermanos le recibieron con mucha alegría y que al día siguiente fueron con San Pablo a visitar a Santiago, a cuya casa concurrieron todos los presbíteros (Act. 21, 15-18). En su Carta a los gálatas San Pablo le llama, juntamente con Pedro y Juan, "columnas de la Iglesia" (2, 9).
 En el concilio de Jerusalén tuvo una acertada intervención. Santiago defendía, lo mismo que los apóstoles San Pedro y San Pablo, que los gentiles estaban exentos del cumplimiento de la Ley mosaica. Sin embargo, conocedor como ninguno de la situación y circunstancias de los judíos convertidos, propuso que se impusiese a los gentiles el abstenerse de comer las carnes inmoladas a los ídolos, las no sangradas, la sangre misma y abstenerse de la fornicación, que, si bien está prohibida por la misma ley natural, no era considerada como cosa grave por los gentiles. El parecer de Santiago fue aceptado por el concilio. Ello contribuiría a la unión de todos los cristianos, judíos y gentiles.
 Los escritores eclesiásticos nos dan preciosas y edificantes referencias sobre el apóstol Santiago. Se dice que fue nombrado obispo de Jerusalén por los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Según Eusebio, San Juan Crisóstomo y otros fue el Señor mismo quien le había designado para tal misión. La presencia de Santiago en la Ciudad Santa fue una bendición especialmente para los judíos; su profundo amor y observancia de la ley, su asiduidad en ir al Templo a orar, su gran parecido con los santos del Antiguo Testamento les cautivó y facilitó el camino para la fe en Jesucristo al ver que podían conservar su veneración por Moisés y adorar en el Templo al Dios de Israel.

 Una tradición atestiguada por Hegesipo y recogida por Eusebio dice que judíos y cristianos le designaban con el apelativo "el justo", que llevó una vida sin mancha y austerísima, absteniéndose de vino y licores, y que su vestido era de lino. Se refiere también que se postraba con tal frecuencia para orar al Señor que en sus rodillas se habían formado gruesos callos. Sus miembros estaban como muertos, dice San Juan Crisóstomo. A todo ello añadió una bondad admirable y con todo ello supo mantener la unión entre los cristianos de Jerusalén.

Martes 2 mayo, tercera semana de pacua.

Hechos de los apóstoles 7, 51-59

En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas; -«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.» Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: -«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: - «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: - «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.

Salmo

Sal 30. 3cd-4. 6ab y 7b y 8a. 17 y 21 ab R. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 30-35

En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: - «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."» Jesús les replicó: - «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: - «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

Para vivir esta Palabra


En el evangelio, la gente sencilla pide «signos» a Jesús. Y casi como provocándole le dicen que Moisés sí había hecho signos: el maná que proporcionó a los suyos en la travesía del desierto. Así ha construido literariamente la escena el evangelista para dar lugar a continuación al discurso de Jesús sobre el pan verdadero.

Todo el discurso siguiente va a ser como una homilía en torno al tema del pan: el pan que multiplicó Jesús el día anterior, el maná que Dios dio al pueblo en el desierto, y el Pan que Jesús quiere anunciar. La frase crucial es una cita del salmo 77, 24: «les diste pan del cielo» (lo que cantábamos antes en latín en la Bendición con el Santísimo: «panem de coelo praestitisti eis»).

Se establece el paralelismo entre Moisés y Jesús, entre el pan que no sacia y el pan que da vida eterna, entre el pan con minúscula y el Pan con mayúscula. A partir de la experiencia de la multiplicación y del recuerdo histórico del maná, Jesús conduce a sus oyentes hacia la inteligencia más profunda del Pan que Dios les quiere dar, que es él mismo, Jesús. Si en el desierto el maná fue la prueba de la cercanía de Dios para con su pueblo, ahora el mismo Dios quiere dar a la humanidad el Pan verdadero, Jesús, en el que hay que creer. Siempre es parecido el camino: de la anécdota de un milagro hay que pasar a la categoría del «yo soy». Aquí, al «yo soy el pan de vida».

Nosotros tenemos la suerte de la fe. E interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir. El Señor, ahora Glorioso y Resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida.

Aquella gente del evangelio, sin saberlo bien, nos han dado la consigna para nuestra oración. Podemos decir como ellos, en nombre propio y de toda la humanidad: «danos siempre de este Pan». Y no sólo en el sentido inmediato del pan humano, sino del Pan verdadero que es Cristo mismo.

Pero los cristianos no nos tendríamos que conformar con saciarnos nosotros de ese Pan. Deberíamos «distribuirlo» a los demás: deberíamos anunciar a Cristo como el que sacia todas las hambres que podamos sentir los humanos. Deberíamos conducir a todos los que podamos, con nuestro ejemplo y testimonio, a la fe en Cristo y a la Eucaristía. El pan que baja del cielo y da vida al mundo.

LUNES 1 MAYO, 3ª SEMANA DE PASCUA

Comienza el mes dedicado a María

Hechos de los apóstoles 6, 8-15

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Indujeron a unos que asegurasen: - «Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y con-tra Dios.» Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Sanedrin, presentando testigos falsos que decían: -«Este individuo no para de hablar contra el templo y la Ley. Le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés.» Todos los miembros del Sanedrin miraron a Esteban, y su rostro les pareció el de un ángel.

Salmo 118

R. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.

Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí,
tu siervo medita tus leyes;
tus preceptos son mi delicia,
tus decretos son mis consejeros. R/.
Te expliqué mi camino, y me escuchaste:
enséñame tus leyes;
instrúyeme en el camino de tus decretos,
y meditaré tus maravillas. R/.
Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu voluntad;
escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos. R/.

Evangelio del día: san Juan 6,22-29

Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.» 

Para vivir esta Palabra


En el evangelio hemos visto cómo la gente busca a Jesús, al día siguiente de la multiplicación de los panes.

Pero Jesús les tiene que echar en cara que la motivación de esta búsqueda es superficial: «me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Se quedan en el hecho, pero no llegan al mensaje. Como la samaritana que apetecía el agua del pozo, cuando Jesús le hablaba de otra agua.

Con sus milagros, Jesús quiere que las personas capten su persona, su misterio, su misión. «Que crean en el que Dios ha enviado».

Es admirable, a lo largo del evangelio, ver cómo Jesús, a pesar de la cortedad de sus oyentes, les va conduciendo con paciencia hacia la verdadera fe: «yo soy la luz», «yo soy la vida», «yo soy el Pastor». Aquí, a partir del pan que han comido con gusto, les ayudará a creer en su afirmación: «yo soy el pan que da la vida eterna».

Como Jesús, con pedagogía y paciencia, fue conduciendo a la gente a la fe en él, a partir de las apetencias meramente humanas -el pan para saciar el hambre, el mesianismo humano y político que buscaba Pedro-, también nosotros deberíamos ayudar a nuestros hermanos, jóvenes y mayores, a llegar a captar cómo Jesús es la respuesta de Dios a todos nuestros deseos y valores.

Buscar a Jesús porque multiplica el pan humano es flojo, pero es un punto de partida. El hombre de hoy, aunque tal vez no conscientemente, busca felicidad, seguridad, vida y verdad. Como la gente de Cafarnaúm, anda bastante desconcertado, buscando y no encontrando respuesta al sentido de su vida.

Hay buena voluntad en mucha gente. Lo que necesitan es que alguien les ayude. A veces tienen una concepción pobre de la fe cristiana, por temor o por un sentido meramente de precepto, o por interés: algunos buscan a Dios por los favores que de él esperan, sin buscarle a él mismo. Si nosotros los cristianos, con nuestra palabra y nuestras obras, les ayudamos y les evangelizamos, pueden llegar a entender que la respuesta se llama Jesús, y del pan humano y caduco podrán pasar a apreciar el Pan que es Cristo y el Pan que nos da Cristo.

Nosotros, los que celebramos con frecuencia la Eucaristía, ya sabemos distinguir bien entre el pan humano y el Pan eucarístico que es la Carne salvadora de Cristo. Esta conciencia nos debe llevar a una jornada vivida mucho más decididamente en el seguimiento de ese Cristo Jesús que es a la vez nuestro alimento y nuestro Maestro de vida.

30 abril, tercer domingo de Pascua

Hechos de los apóstoles 2,14.22-33:

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabia que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción," hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»

Salmo 15

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1,17-21

Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Para vivir esta Palabra: Emaús

Cuando Jesús, el Viviente, no es reconocido en la comunidad cristiana, todo en ella va mal: la comunidad se divide y dispersa, la misión resulta infructuosa, el miedo se apodera de todos. Sin embargo, cuando su presencia es reconocida y acogida, la comunidad se reúne y entra en comunión, la misión tiene éxito, la intrepidez y la audacia se apodera de los discípulos.

Los 2 de Emaús van decepcionados, pero aún así son capaces de entablar una proximidad y conversación con el desconocido que también iba de camino.  

Era una costumbre de protección mutua. Yendo juntos, los caminantes se reforzaban ante posibles bandidos o peligros. 
Aceptan la compañía del desconocido. Era una práctica normal al ir de camino. Parece buena gente y empiezan a hablar. Se desahogan con quien parece les escucha sorprendidos. 

El caminante también conoce las Escrituras y oyéndoles les hace caer en la cuenta de detalles que ellos no habían caído. 

Llegan a su aldea, anochece, el caminante va más allá pero le invitan a quedarse. No es prudente caminar de noche. La hospitalidad es un valor en los pueblos orientales. Tiene que quedarse. El peregrino acepta y lo invitan a bendecir la mesa. 
Lo hace, seguramente con bendiciones conocidas y también oídas de labios de Jesús ¡es casualidad o es él!

Cenan con él, mirándolo, pero es otro, no es Jesús, no se le parece. Pero su hablar de las Escrituras, su amabilidad, su cercanía, su manera de bendecir, y seguramente la conversación que tuvieron mientras cenaban.... ¡qué misterio!

Ellos se habrán apartado un poco y habrán comentado entre ellos. ¿Qué está pasando? ¿Está aquí, es El en el peregrino?

Cuando vuelven para ofrecerle el lugar para dormir, el peregrino ya ha salido, se pierde en la noche, prefirió seguir su camino y los deja a ellos con una gran experiencia ¡era Jesús! ¡Es la Presencia de Dios, ha hecho el camino con nosotros! ¡Nos ha acogido tal como somos y estábamos, y nosotros a Él! Estabamos en Paz y contentos. Hemos compartido lo que somos y tenemos. Queríamos haberle dado más y Él es quien nos ha devuelto la vida y la alegría, la Paz! 

En la vida descubren la Vida. Ahora tienen la certeza de que es el Señor de la Vida. Y vuelven a caminar también ellos de noche a reunirse con la comunidad que horas antes habían abandonado para siempre porque todo había terminado. 

Ahora ellos tampoco temerán la noche, caminar de noche, estar dispuestos a arriesgar y dar la vida por comunicar este nuevo modo de vida: acogiendo al "extraño", compartiendo lo que somos y tenemos, practicando la hospitalidad, bendiciendo, ... Él está con nosotros.

Los discípulos vivieron, a partir de este momento, desde la lógica de la Resurrección. Su experiencia fue tan intensa, tan profunda, que ya no podían prescindir de ella. Dejaron su iniciativa y se dejaron llevar. Quisieron obedecer antes a Dios que a los hombres. Perdieron el miedo. Confesaron su fe ante los tribunales. 

La misión de la Iglesia, en la que todos participamos, no se identifica con nuestras iniciativas, con nuestra imaginación organizativa, con nuestros programas. De poco o nada sirve una actividad pastoral, en la que el trabajo se superpone a la experiencia del Señor resucitado. 

El Señor está en medio de nosotros y podemos reconocerlo.  El Señor lo puede todo. Unidos a Él todo es posible. Alejados de Él, no podemos dar fruto.

El mensaje de este domingo, nos invita:

a "re-conocer" en medio de nosotros la presencia del Señor;
a cederle todo el protagonismo en la misión y convertirnos nosotros, en humildes servidores de su Palabra y de sus iniciativas;
a avivar nuestra sensibilidad de resurrección y descubrir "el más allá que existe" detrás y en todo "el más acá";
a "mirar" con otros ojos, con ojos de Pascua, todo lo que nos sucede y no dejarnos abatir por las dificultades; el Tentador pretende borrar todos los rastros que nos llevan al Resucitado.

¡Benditas experiencias de resurrección, que nos hacen recuperar el optimismo de la vida y nos devuelven a ponernos en contacto con la fuente de amor, la compasión y el compartir como hermanos también con el extranjero o extraño! Un mundo de proximidad muy humana está en marcha por la resurrección de Jesús que camina con cada ser humano aunque ni él mismo lo sepa. Harán falta otros que tengan en la memoria a Jesucristo, su andar terreno para seguir reconociéndolo.


sábado 29 Abril 2017
Sábado de la segunda semana de Pascua


Libro de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7. 
En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos.
Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: "No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas.
Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea.
De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra".
La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía.
Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos.
Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.


Salmo 33(32),1-2.4-5.18-19. 
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas.

Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.




Evangelio según San Juan 6,16-21. 
Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar
y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos.
El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo.
El les dijo: "Soy yo, no teman".
Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban. 

Para vivir esta Palabra

Un misterioso suceso en el lago sigue al milagro de la multiplicación de los panes y a la «huida» de Jesús cuando le querían hacer rey.

De noche los discípulos, avezados al trabajo en el lago, experimentan un momento de pánico por la mar encrespada y, además, por la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas. Hasta que oyen las palabras tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Pero el desenlace sigue siendo misterioso: no se nos dice si Jesús sube a la barca o no, sino que llegan a destino y se impone la serenidad. Como en el caso de las pescas milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo resulta plenamente eficaz.

También la escena del evangelio se reflejará alguna vez, no sólo en nuestra vida personal, sino en la de la comunidad: la barca puede ser símbolo de nuestra vida o también de la comunidad eclesial.

Cuando se hace de noche en todos los sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los ánimos: cuando pasa esto y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros distraídos o porque él nos esconde su presencia- no es extraño que perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo, supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil recobrar la calma.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, el Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la donación- él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia: «soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos.


Viernes 28 abril, II semana de pascua

Evangelio del día

 Juan 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: -«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer, Felipe le contestó: - «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: - «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: - «Decid a la gente que se siente en el suelo.» Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: - «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Para vivir esta Palabra


a) A partir de hoy, y durante ocho días, escuchamos el capítulo 6 del evangelio de Juan, el discurso del Pan de Vida.
Los evangelistas cuentan repetidas veces el milagro de la multiplicación de los panes. El relato de Juan es importante y programático para entender la persona de Jesús, y en concreto el lugar que el binomio Fe y Eucaristía ocupan en la comunidad cristiana.

La escena cuenta con detalles expresivos: la iniciativa del mismo Jesús conmovido por la fidelidad de la gente, a pesar del no excesivo entusiasmo de sus apóstoles por la idea; su protagonismo, más subrayado en Juan que en los relatos de los otros evangelistas; la cercanía del día de Pascua, matiz simbólico recordado por Juan; la simpática aportación de los cinco panes y los dos peces por parte de un joven; la reacción humana y «política» de la gente que quiere a Jesús como rey, entendiendo mal su mesianismo, Ia terminología «eucarística» del relato, aunque evidentemente no sea una Eucaristía: el milagro va a ser interpretado -como leeremos los próximos días- como un «signo» revelador de la persona de Jesús, y en último término referido claramente a la Eucaristía que celebra la comunidad cristiana.

b) En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo, su Cuerpo y su Sangre.
También ahora la Eucaristía se puede entender como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin, que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la humanidad.

Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria, apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra iluminadora y como Pan de vida.



Jueves 27 ABRIL, 2ª semana de Pascua.

del libro de los Hechos de los apóstoles 5,27-33

En aquellos días, los guardias condujeron a los apóstoles a presencia del Sanedrín, y el sumo sacerdote les interrogó: -«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Pedro y los apóstoles replicaron: - «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos.

Salmo 33

 R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. R/.

Evangelio 

según san Juan 3, 31-36

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Para vivir esta Palabra

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres

En el relato de los Hechos de los Apóstoles, se nos cuenta cómo los doce, que tras Pentecostés, habían perdido el miedo y se habían lanzado a la calle a predicar la doctrina de Jesús, y no se escondían para acusar a los judíos de la muerte del Maestro; son llevados ante el Consejo que, con anterioridad, les prohibió enseñar en nombre de Jesús, para ser juzgados o, por lo menos, amonestados por su actitud.
Ellos replicaron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres", y aun más, insistieron en que "ellos" habían matado a Jesús, colgándolo de un madero, y que Dios lo resucitó y lo exaltó para otorgar a Israel la conversión, con el perdón de los pecados.
Esta respuesta exasperó a los judíos y decidieron acabar con ellos, pero no fue así.
Llama la atención como, tras recibir el Espíritu Santo, los Apóstoles, hombres miedosos, que se encontraban recluidos por miedo a los judíos, son capaces de olvidarse de sus miedos y salir a pregonar a los cuatro vientos las maravillas del Reino de Dios, y la obra tan impresionante del que fue su enviado, Jesús.
En este relato no se quiere hacer una llamada a la desobediencia de las leyes humanas, pero sí que tengamos prioridades y, por lo tanto, la obediencia a Dios, en alguna ocasión, puede estar por encima de la obediencia a los poderes terrenos.
Al igual que los Apóstoles, tras Pentecostés, no debemos tener miedo y ser fieles a Dios, siguiendo los ejemplos de Jesús, como insistía San Juan Pablo II: "No tengáis miedo de abrir de par en para las puertas a Cristo".
Como dice el salmista en el salmo 33: "Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él".

El que viene de lo alto está por encima de todos

San Juan nos relata la conversación entre Jesús y Nicodemo que, entre otras cosas, le insiste que el que viene del cielo está por encima de todo pues es el enviado por Dios, que procede de Él y que, como ha conocido al Padre, da testimonio veraz.
El que Dios envió habla palabras de Dios. Como el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos, el que cree en el Hijo alcanza la vida eterna, y el que no crea en el Hijo, no verá la vida, sino la ira de Dios.
La fe pues, el creer en el Hijo de Dios, es un don que se nos otorga, que en muchas ocasiones no procede de una investigación lógica y racional, pues la fe recae en un espíritu abierto a lo, muchas veces, incomprensible y sorprendente.
Dios nos ilumina con la fe, y ésta nos hace creer en Aquel que Él envió, y aceptar que Jesús hace lo que ha visto a su Padre y nos transmite la voluntad de Dios y, nosotros, debemos asumir que es totalmente un reflejo del Padre.
No nos empeñemos en querer racionalizar la fe, muchas cosas pueden tener una explicación lógica, pero otras no la alcanzamos y debemos confiar en los designios de Dios.
¿Nos avergonzamos de confesarnos seguidores de Jesús? ¿Nos asusta lo que piensen de nosotros? ¿Tenemos una fe firme que nos convierte en auténticos testigos de Jesús?




Miercoles 26 ABRIL, 2ª semana de Pascua.

Del Evangelio según san Juan 3,16-21
El evangelio de Juan es como un tejido, hecho con tres hilos diferentes pero parecidos. Los tres se combinan tan bien entre sí que, a veces, no da para percibir cuando se pasa de un hilo al otro. (a) El primer hilo son los hechos y las palabras de Jesús de los años treinta, conservados por los testigos oculares que guardaron las cosas que Jesús hizo y enseñó. (b) El segundo hilo son los hechos de la vida de las comunidades. A partir de su fe en Jesús y convencidas de la presencia de Jesús en medio de ellas, las comunidades iluminaban su caminar con las palabras y los gestos de Jesús. Esto ha tenido un impacto sobre la descripción de los hechos. Por ejemplo, el conflicto de las comunidades con los fariseos del final del primer siglo marcó la forma de describir los conflictos de Jesús con los fariseos. (c) El tercer hilo son comentarios hechos por el evangelista. En ciertos pasajes, es difícil percibir cuando Jesús deja de hablar y cuando el evangelista empieza a hacer sus comentarios. El texto del evangelio de hoy, por ejemplo, es una bonita y profunda reflexión del evangelista sobre la acción de Jesús. La gente casi no percibe la diferencia entre las palabras de Jesús y las palabras del evangelista. De cualquier forma, tanto las unas como las otras, son palabras de Dios.

• Juan 3,16: Dios amó el mundo.Aquí, en nuestro texto, la palabra mundo tiene el sentido de humanidad, de todo ser humano. Dios ama la humanidad de tal modo que llegó a entregar a su hijo único. Quien acepta que Dios llega hasta nosotros en Jesús, éste ya pasó por la muerte y ya tiene vida eterna.

• Juan 3,20-21: Practicar la verdad. Existe en todo ser humano una semilla divina, un rasgo del Creador. Jesús, como revelación del Padre, es una respuesta a este deseo más profundo del ser humano. Quien quiere ser fiel a lo más profundo de sí mismo, aceptará a Jesús. Es difícil encontrar una visión ecuménica más amplia que lo que el Evangelio de Juan expresa en estos versículos.

• Completando el significado de la palabra mundo en el Cuarto Evangelio. Otras veces, la palabra mundo significa aquella parte de la humanidad que se opone a Jesús y a su mensaje. Allí la palabra mundo toma el sentido de “adversarios” u “opositores” (Jn 7,4.7; 8,23.26; 9,39; 12,25). Este mundo contrario a la práctica libertadora de Jesús está gobernado por el Adversario o Satanás, también llamado “príncipe de este mundo” (Jn 14,30; 16,11). El representa el imperio romano y, al mismo tiempo, los líderes de los judíos que están expulsando a los seguidores de Jesús de las sinagogas. Este mundo persigue y mata las comunidades, trayendo tribulaciones a los fieles (Jn 16,33). Jesús las liberará, venciendo al príncipe de este mundo (Jn 12,31). Así, mundo significa una situación de injusticia, de opresión, que engendra odio y persecución contra las comunidades del Discípulo Amado. Los perseguidores son aquellas personas que están en el poder, los dirigentes, tanto del imperio como de la sinagoga. En fin, todos aquellos que practican la injusticia usando para esto el nombre de Dios (Jn 16,2). La esperanza que el evangelio trae a las comunidades perseguidas es que Jesús es más fuerte que el mundo. Por esto dice: “En el mundo tendréis tribulaciones. Pero ¡ánimo: yo vencí el mundo!” (Jn 16,33).


PARA VIVIR ESTA PALABRA

En el diálogo con Nicodemo, Jesús llega todavía a mayor profundidad en la revelación de su propio misterio. Aquí ya debe ser el mismo evangelista Juan quien introduce su comentario teológico a lo que pudo ser históricamente el diálogo en sí.
La fe en Cristo la presenta en dos vertientes muy claras.

Por parte de Dios, el pasaje de hoy nos dice claramente que todo es iniciativa de amor: «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único». Dios ha demostrado históricamente su amor. Quiere la vida eterna de todos: por eso ha enviado al Hijo. Dios ama. Ama a todos. Al mundo entero. Esta es la perspectiva que lo explica todo: la Navidad (cuántas veces escuchamos en la carta de Juan la afirmación de Dios como amor) y la Pascua, y toda la historia de antes y de después. Lo propio de Dios no es condenar, sino salvar. Como se vio continuamente en la vida de Jesús: vino a salvar y a perdonar. Acogió a los pecadores. Perdonó a la adúltera. La oveja descarriada recibió las mejores atenciones del Buen Pastor, dándole siempre un margen de confianza, para que se salvara.

Pero por parte nuestra hay la dramática posibilidad de aceptar o no ese amor de Dios. Una libertad tremenda. El que decide creer en Jesús acepta en sí la vida de Dios. El que no, él mismo se condena, porque rechaza esa vida. Juan lo explica con el símil de la luz y la oscuridad. Hay personas -como muchos de los judíos- que prefieren no dejarse iluminar por la luz, porque quedan en evidencia sus obras. Es una luz que tiene consecuencias en la vida. Y viceversa: la clase de vida que uno lleva condiciona si se acepta o no la luz. La antítesis entre la luz y las tinieblas no se juega en el terreno de los conocimientos. sino en el de las obras.

Cristo ha muerto por todos. Es la prueba del amor que a todos y a cada uno nos tiene Dios Trino. Yo, cada uno de nosotros, soy amado por Dios. He sido salvado por Jesús cuando hace dos mil años se entregó a la muerte y fue resucitado a la nueva vida. Puedo desconfiar de muchas personas y de mí mismo. Pero la Pascua que estamos celebrando me recuerda: tanto me ha amado Dios, que ha entregado por mí a su Hijo. Para que creyendo en él y siguiéndole, me salve y tenga la vida eterna.

Sólo si yo no quiero la salvación o el amor o la luz, quedaré excluido de la vida: pero seré yo mismo el que no quiere entrar a la nueva existencia que me está ofreciendo Dios. La Pascua anual que estamos celebrando, y la Eucaristía en que participamos, deberían aumentar nuestra fe en Cristo Jesús, nuestra unión con él: «el que me come permanece en mí y yo en él». Y esto daría fuerza y aliento a nuestra vida cristiana de cada día.



MARTES 25 ABRIL, 2ª semana de Pascua. San Marcos

de la primera carta del apóstol san Pedro 5,5b-14:

Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Inclinaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que, a su tiempo, os ensalce. Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros. Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos. Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Suyo es el poder por los siglos. Amén. Os he escrito esta breve carta por mano de Silvano, al que tengo por hermano fiel, para exhortaros y atestiguaros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Manteneos en ella. Os saluda la comunidad de Babilonia, y también Marcos, mi hijo. Saludaos entre vosotros con el beso del amor fraterno. Paz a todos vosotros, los cristianos.

Salmo

Sal 88,2-3.6-7.16-17 R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R/.
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos? R/.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

PARA VIVIR ESTA PALABRA

Marcos, mi hijo

Marcos es el autor del evangelio que lleva su nombre. En los Hechos de los Apóstoles aparece citado varias veces. Acompañó primero a Pablo y Bernabé en sus viajes apostólicos y después a Pedro.
San Pedro, en este pasaje de su primera carta donde llama “mi hijo” a Marcos, da unos buenos consejos a los hermanos para que caminen por esta vida como buenos seguidores de Jesús antes de llegar a la gloria eterna. Pone énfasis en la necesidad de tener sentimientos de humildad y desechar la soberbia. La humildad cristiana, que siempre camina por la línea de la verdad, nos dice que nadie es más que nadie en dignidad, que nuestra gran común dignidad es la de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros. La soberbia, el creerse más que los demás, no cabe en un buen cristiano.
Ser cristiano es una lucha para vivir lo que uno ha elegido vivir y desechar lo que llama a nuestra puerta y no es cristiano. El saber que todo cristiano mantiene esta lucha nos ayudará a mantenernos firmes en la fe. De esta manera, podremos llegar a la meta de la entrega total como Jesús y disfrutar con El de la Vida nueva en Cristo.

Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación

No podía sospechar San Marcos que, a través del evangelio que escribió, iba a vivir lo que Jesús dijo a sus apóstoles: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. San Marcos nos ha predicado a millones y millones de hombres y mujeres que en estos 21 siglos de cristianismo hemos leído y meditado su evangelio, nos ha acercado a Jesús, nuestro tesoro, nuestro Maestro y Señor, el que nos ha seducido con su amor y a quien queremos seguir donde quiera que vaya. Sabiendo que buscará cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, por uno como el suyo, sabiendo que juzgará nuestra persona como digna morada para alojarse en nuestro interior en unión con el Padre y el Espíritu Santo, y con esta divina ayuda poder amar y entregar nuestra vida por nuestros hermanos.



LUNES 24 ABRIL, 2ª semana de Pascua

Hechos de los apóstoles 4, 23-31

En aquellos días, puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos. Al oírlo, todos juntos invocaron a Dios en voz alta: - «Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; tú inspiraste a tu siervo, nuestro padre David, para que dijera: "¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspi-ran contra el Señor y contra su Mesías, " Así fue: en esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, para realizar cuanto tu poder y tu voluntad habían determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.» Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios.

Salmo

Sal 2, 1-3. 4-6. 7-9 R. Dichosos los que se refugian en ti, Señor.

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo». R/.
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi rey
en Sión, mi monte santo.» R/.
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.» R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 3,1-8

Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Éste fue a ver a Jesús de noche y le dijo: - «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él.» Jesús le contestó: - «Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.» Nicodemo le pregunta: - «¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? » Jesús le contestó: - «Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.»

Para vivir esta Palabra

A partir de hoy, durante todo el Tiempo Pascual, leeremos el evangelio de Juan. Empezando durante cuatro días por el capítulo tercero, el diálogo entre Jesús y Nicodemo.

El fariseo, doctor de la ley, está bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús, aunque lo hace de noche. Sabe sacar unas conclusiones buenas: reconoce a Jesús como maestro venido de Dios, porque le acompañan los signos milagrosos de Dios. Tiene buena voluntad.

Es hermosa la escena. Jesús acoge a Nicodemo. A la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha las observaciones del doctor de la ley, algunas de ellas poco brillantes. Es propio del evangelista Juan redactar los diálogos de Jesús a partir de los malentendidos de sus interlocutores. Aquí Jesús no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la Eucaristía. Pero Jesús no se impacienta. Razona y presenta el misterio del Reino. No impone: propone, conduce.

Jesús ayuda a Nicodemo a profundizar más en el misterio del Reino. Creer en Jesús -que va a ser el tema central de todo el diálogo- supone «nacer de nuevo», «renacer» de agua y de Espíritu. La fe en Jesús -y el bautismo, que va a ser el rito de entrada en la nueva comunidad- comporta consecuencias profundas en la vida de uno. No se trata de adquirir unos conocimientos o de cambiar algunos ritos o costumbres: nacer de nuevo indica la radicalidad del cambio que supone el «acontecimiento Jesús» para la vida de la humanidad.

El evangelio, con sus afirmaciones sobre el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: la Pascua que estamos celebrando ¿produce en nosotros efectos profundos de renacimiento? El día de nuestro Bautismo recibimos por el signo del agua y la acción del Espíritu la nueva existencia del Resucitado. Celebrar la Pascua es revivir aquella gracia bautismal. La noche de Pascua, en la Vigilia, renovamos nuestras promesas bautismales. ¿Fueron unas palabras rutinarias, o las dijimos en serio? ¿hemos entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos ha dado y que resulta más revolucionaria de lo que creíamos, porque sacude nuestras convicciones y tendencias?

Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios. No es como cambiar el vestido o lavarse la cara. Afecta a todo nuestro ser. Ya que creemos en Cristo y vivimos su vida, desde el Bautismo, tenemos que estar en continua actitud de renacimiento, sobre todo ahora en la Pascua: para que esa vida de Dios que hay en nosotros, animada por su Espíritu, vaya creciendo y no se apague por el cansancio o por las tentaciones de la vida.

Evangelio del 2º domingo de Pascua

según san Juan 20,19-31


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
PARA VIVIR ESTA PALABRA

"JESÚS SALVARÁ A LA IGLESIA

      
Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras." (Pagola)



SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA


Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,13-21.

Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían acompañado a Jesús, pero no podían replicarles nada, porque el hombre que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos. Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar, diciendo: "¿Qué haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de Jerusalén. A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen de ese Nombre". Los llamaron y les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús. Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído". Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido.
Salmo 118,1.14-21.

¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria resuena en las carpas de los justos: "La mano del Señor hace proezas,
la mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas".
No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor.
El Señor me castigó duramente, pero no me entregó a la muerte.
"Abran las puertas de la justicia y entraré para dar gracias al Señor".
"Esta es la puerta del Señor: sólo los justos entran por ella".
Yo te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación.
Evangelio según San Marcos 16,9-15.

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. 

PARA VIVIR ESTA PALABRA

Hoy leemos el final del evangelio de Marcos.
Desde luego, los apóstoles no están muy dispuestos a creer fácilmente la gran noticia de la resurrección de Jesús. Parece como si el evangelista quisiera subrayar esta incredulidad.
Primero es una mu jer, María Magdalena, la que les anuncia su encuentro con el Resucitado. Y no le creen. Luego son los dos de Emaús, y tampoco a ellos les dan crédito. Finalmente se aparece Jesús a los once, y les echa en cara su incredulidad.

La palabra final que les dirige es el envío misionero: «id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación».

También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra.

Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín.
Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir: «no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado.

La evangelización, el anuncio de la Buena Noticia de Cristo, ha sido siempre difícil. Desde la primera generación hay quien no quiere escuchar el anuncio de Cristo Resucitado, que comporta un estilo de vida especial y un evangelio que abarca toda la existencia y revoluciona los criterios familiares y sociales. Los profetas que osan dar el testimonio van a parar a la cárcel o a la muerte.

Pero la dificultad mayor no viene de fuera, sino de dentro. Si un cristiano no siente dentro la llama de la fe y no está lleno de la Pascua, no habla, no da testimonio. Mientras que cuando uno tiene la convicción interior no puede dejar de comunicarla. 
El que tiene una buena noticia no se la puede quedar para sí mismo. El río que lleva agua, la tiene que conducir hacia abajo, por más diques que le pongan. Lo peor es si el río está seco y no lleva agua: entonces no hace falta que le pongan diques, y no podrá dar origen a ningún pantano. Si el cristiano no tiene convicciones ni ha experimentado la presencia del Señor, entonces no hace falta ni que le amenacen: él mismo se callará porque no tiene ninguna noticia que comunicar.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida -a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra comunidad religiosa- con esta actitud misionera y decidida: aunque, como a la Magdalena o a los de Emaús, no nos crean. No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy.


VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA, 21 ABRIL

Hechos de los Apóstoles 4,1-12.

Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos, irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús. Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde. Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?". Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación".
Salmo 118,1-2.4.22-27.

¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina. "Ordenen una procesión con ramas frondosas hasta los ángulos del altar".
Evangelio según San Juan 21,1-14.

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

PARA VIVIR ESTA PALABRA

Jesús se aparece a siete de sus apóstoles, que, invitados por Pedro -siempre líder- han vuelto a su ocupación anterior, la de pescadores.

Están en Galilea, en el lago de Tiberíades. Y a indicación de un Jesús a quien todavía no reconocen -siempre aparece que su presencia les resulta difícil de experimentar-, tienen una segunda pesca milagrosa, después de una noche en la que no habían cogido nada. El número de 153 peces no sabemos si tiene alguna intención simbólica, aunque no tiene mucha importancia. Para  san Jerónimo, este número era el de las especies de peces que se conocían en la antigüedad. En ambos casos podría indicar la plenitud mesiánica en Cristo.

Cuando en vida de Jesús tuvo lugar la primera pesca milagrosa, Pedro fue protagonista, reconociendo a Jesús como el Mesías y arrojándose a sus pies. Allí recibió la llamada a seguirle. Ahora es también él el más decidido en lanzarse al agua y acercarse a Jesús.

Es deliciosa la escena del desayuno con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos.

Noche de trabajo infructuoso: pero con Jesús, pesca milagrosa. Nosotros también podemos tener noches malas y fracasos en nuestro trabajo, decepciones en nuestro camino. Podemos aprender la lección: cuando no estaba Jesús, los pescadores no lograron nada. Siguiendo su palabra, llenaron la barca.

Ese es el Cristo en quien creemos y a quien seguimos: el Resucitado que se nos aparece misteriosamente -en la Eucaristía, no nos prepara pan y pescado, sino que nos da su Cuerpo y su Sangre- hace eficaz nuestra jornada de pesca y nos invita a comer con él y a descansar junto a él. Podemos sentirnos contentos: «dichosos los invitados a la Cena del Señor».


Esto nos invita a no perder nunca la esperanza ni dejarnos llevar del desaliento. Nuestras fuerzas serán escasas, pero en su nombre, con la fuerza del Señor, podemos mucho.


JUEVES DE PASCUA, 20 ABRIL

Hechos de los apóstoles 3, 11-26

En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, la gente, asombrada, acudió corriendo al pórtico de Salomón, donde ellos estaban. Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra: - «Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Como éste que veis aquí y que conocéis ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta mane-ra lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; a ver si el Señor manda tiempos de consuelo, y envía a Jesús, el Mesías que os estaba destinado. Aunque tiene que quedarse en el cielo hasta la restauración universal que Dios anunció por boca de los santos profetas antiguos. Moisés dijo: "El Señor Dios sacará de entre vosotros un Profeta como yo: escucharéis todo lo que os diga; y quien no escuche al profeta será excluido del pueblo." Y, desde Samuel, todos los profetas anunciaron también estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: "Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra." Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados.»

Salmo

Sal 8, 2a y 5. 6-7. 8-9 R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Señor, dueño nuestro,
¿qué es el hombre,
para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? R/.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies. R/.
Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48


En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: - «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: - «¿Por qué os alarmáis;" ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: - «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: - «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: - «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»
PARA VIVIR ESTA PALABRA

La escena del evangelio es también continuación de la de ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese mismo momento se aparece Jesús, saludándoles con el deseo de la paz.

La duda y el miedo de los discípulos son evidentes. Jesús les tiene que calmar: «¿por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?». Y les convence de su realidad comiendo con ellos.

El fruto de esta aparición es que «les abrió el entendimiento», explicándoles las Escrituras. En el AT ya Moisés, los profetas y los salmos habían anunciado lo que ahora estaba pasando. Como a los discípulos de Emaús en el camino, ahora Jesús les hace ver a todo el grupo la unidad del plan salvador de Dios. Las promesas se han cumplido. Y la muerte y resurrección del Mesías son el punto crucial de la historia de la salvación. No nos extraña que Pedro, en sus discursos, utilice la misma argumentación cuando se trata de oyentes que conocen el AT, y que centre su discurso en el acontecimiento pascual del Señor.

También nosotros podemos reconocer a Cristo en la fracción del pan eucarístico, en la Palabra bíblica y en la comunidad reunida. En las circunstancias más adversas y oscuras que se puedan dar -también nosotros muchas veces andamos desconcertados como aquellos discípulos- el Señor se nos hace compañero de camino y nos está cerca. Aunque no le reconozcamos fácilmente. En más de una ocasión nos tendrá que decir: «¿por qué te alarmas? ¿por qué surgen dudas en tu interior?».


Tal vez también necesitemos como la primera comunidad una catequesis especial, y que se nos abra el entendimiento, para captar que en el camino mesiánico de Jesús, y también en el nuestro cristiano, entra la muerte y la resurrección, para la redención de todos. Ojalá cada Eucaristía sea una «aparición» del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hch 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. 

Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble, podemos influir a nuestro alrededor.

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.

En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.
Salmo 105,1-4.6-9.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, hagan conocer entre los pueblos sus proezas; 
canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas! 
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor! 
¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; 
Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: 
el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos. 
El se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, 
del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac: 
Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos
iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

PARA VIVIR ESTA PALABRA


Otro magnifico relato de Lucas, ahora en su evangelio, con la descripción psicológicamente magistral del «viaje de ida y vuelta» de los dos discípulos desde la comunidad a su casita propia y desde la casita propia de nuevo a la comunidad, desde Jerusalén a Emaús y desde Emaús a Jerusalén, que es donde tenían que haberse quedado, porque no hay que abandonar a la comunidad sobre todo en momentos difíciles.



El viaje de ida es triste, en silencio, con sentimientos de derrota y desilusión: «nosotros esperábamos...». No reconocen al caminante que se les junta. Siempre es difícil reconocer al Resucitado, como en el caso de la Magdalena, sobre todo cuando los ojos están tristes y cerrados. Se ha desmoronado su fe, que estaba mal fundamentada. No creen en la resurrección, a pesar de que algunas mujeres van diciendo que han visto el sepulcro vacío.



El viaje de vuelta es exactamente lo contrario: corren presurosos, llenos de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia tenida, impacientes por anunciarla a la comunidad.



En medio ha sucedido algo decisivo: el Señor Jesús les ha salido al encuentro -Buen Pastor que quiere recuperar a sus ovejas perdidas-, dialoga con ellos, les deja hablar exponiendo sus dudas, les explica las Escrituras sobre cómo el Mesías había de pasar por la muerte para cumplir su misión, y finalmente le reconocen en la fracción del pan, aunque luego recuerdan que ya ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras. En el momento en que, como la Magdalena con el hortelano, le quieren retener -«quédate con nosotros»-, Jesús desaparece.



Dicen los expertos que Lucas, sin pretender contarnos que la escena fuera celebración eucarística -impensable todavía, antes de Pentecostés- ha querido dejarnos en este último capítulo de su evangelio como una catequesis historizada de esta importante convicción:



Cristo Jesús sigue también presente a las generaciones siguientes, los que no hemos tenido la suerte de verle en su vida terrena. Y está presente en los tres grandes momentos en que los discípulos de Emaús le encontraron: en la fracción del pan, en la proclamación de su Palabra y en la Comunidad. Que son precisamente los tres momentos primordiales de nuestra celebración: la Comunidad reunida, la Palabra escuchada y la Eucaristía recibida como alimento: los tres «sacramentos» del Señor Resucitado.



MARTES DE PASCUA, 18 ABRIL 2017

Hechos de los Apóstoles 2,36-41

“El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías. Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos. Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: Escapad de esta generación perversa. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil”.

Salmo

Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 R. La misericordia del Señor llena la tierra.

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperarnos de ti. R/.

Evangelio según san Juan 20,11-18

“En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les contesta: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y le dice: ¡Rabboni!, que significa: ¡Maestro! Jesús le dice: Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro. María Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto”.

Para vivir esta Palabra

Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado.
Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.

Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestas a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».

En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.

Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.

Magdalena recibe una misión: no puede quedarse ahí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».




lunes de pascua, 17 abril 2017

Hechos 2,14.22-33

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: "Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo."

Salmo 15

"Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti."

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. R. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. R.

Evangelio del día según san Mateo 28,8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: "Alegraos." Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán." Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros." Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Para vivir esta Palabra

 No tengáis miedo. Id a decir...

También nosotros nos sentimos animados por esta palabra, que nos invita ante todo a no perder nunca la esperanza. Y además, a seguir dando testimonio del Resucitado en nuestro mundo.

Primero fueron aquellas mujeres. Y como ellas, cuántas otras, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado parecido testimonio de Cristo Jesús en la comunidad cristiana, en la familia, en la escuela, en los hospitales, en las misiones, en tantos campos de la vida social.

Después de las mujeres vinieron Pedro, Juan y los demás apóstoles, y generaciones y generaciones de cristianos a lo largo de dos mil años. Y ahora, nosotros. En medio de un mundo que sigue prefiriendo la versión del robo, u otras igualmente pintorescas, los cristianos recibimos el encargo de anunciar a Cristo Resucitado, único salvador de la humanidad. Ante tantos que sufren desorientación y desencanto, nosotros nos convertimos en testigos de la vida y de la esperanza.

Probablemente, ante las dificultades y la apatía de muchos, también nosotros necesitemos oir la palabra alentadora: «alegraos... no tengáis miedo... seguid anunciando...». Nuestro testimonio será creíble si está convertido en vida, si se nos nota en la cara antes que en las palabras. La Resurrección de Jesús no es sólo una noticia, una verdad a creer o un acontecimiento a recordar: es una fuerza de vida que el Resucitado nos quiere comunicar a cada uno de nosotros.

Uno de los momentos privilegiados de nuestro encuentro con él es la Eucaristía. Cada vez que la celebramos deberíamos salir, como las mujeres del evangelio, llenos de la buena noticia y de la experiencia de comunión con el Señor, dispuestos a comunicar con verdadero aire de alegría a nuestra sociedad, a nuestra familia, a nuestra comunidad religiosa, el mensaje de vida que nos ha encargado el Señor resucitado.

También nosotros, como el salmista creyente y como Jesús en el trance de su muerte, podemos decir el salmo 15 con sentido. Si estamos experimentando momentos de desconcierto o de dolor, digámosle a Dios, al inicio de la Pascua: «con él a mi derecha no vacilaré... me enseñarás el sendero de la vida». Las dificultades de la vida pertenecen a nuestro seguimiento de ese Cristo que llegó a la nueva existencia a través de la pasión y de la muerte. Con él estamos destinados todos a la vida.

Por eso escuchamos y creemos la consigna del Resucitado: «alegraos».

Domingo de Resurrección

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)


de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
–«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»

Salmo 117. R. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R.
La diestra del Señor es poderosa, 
la diestra del Señor es excelsa. 
No he de morir, viviré 
para contar las hazañas del Señor. R.
La piedra que desecharon los arquitectos 
es ahora la piedra angular. 
Es el Señor quien lo ha hecho, 
ha sido un milagro patente. R.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos.
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Evangelio del día. Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:–«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Para vivir esta Palabra


Este Domingo: Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida



María Magdalena y un grupo de mujeres son las protagonistas en la mañana de Pascua. Ellas descubren, cuando aún es de noche, el gran acontecimiento de la historia. Es un amanecer desconcertante del todo: ¡Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!



Ponerse en camino movidos por el amor es el primer paso para encontrarnos con el Viviente y para anunciar que no entendemos nada, pero que algo grande ha ocurrido. Y por eso echan a correr, como echará a correr la noticia de que Dios, fiel a su Palabra, resucitó a su Hijo y con Él nos da la posibilidad de vivir una vida nueva



La experiencia de las mujeres, y la de Pedro, es nuestra propia y cotidiana experiencia: Nosotros tampoco hemos visto a Jesús Resucitado, sólo hemos constatado el vacío de una tumba, pero en lo profundo de nuestro corazón, hemos experimentado la vida nueva, la cercanía del Dios viviente, de Jesús Resucitado.



Hemos comido y bebido de su Cuerpo y de su Sangre, hemos podido superar el escándalo del viernes santo y un horizonte infinito se abre ante nuestras vidas: el Señor ha resucitado ¡y hay que celebrarlo!, ha vencido toda muerte y opresión y ni el pecado ni el mal tienen ya poder sobre nosotros que hemos compartido su mesa y su suerte.



Es tiempo de “buscar las cosas de arriba”. Es tiempo para la alegría y el gozo, para la vida nueva. La Pascua nos ofrece la oportunidad de “estrenar” nuevamente nuestro Bautismo y de profesar con convicción nuestra fe en Jesús que, según las Escrituras, ha resucitado de entre los muertos.



Es Pascua, toca vivir y revivir la resurrección de Jesús porque su vida es la levadura que hará fermentar nuestra vida y la del mundo entero.



Sábado santo
El sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales, de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.
Esta nota introductoria del misal explica el espíritu del día. No debemos dar paso a una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado. Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Mt 2,19-21).
Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía elegida para el oficio de lecturas de hoy:
Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo'.
El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una misa votiva y oficio en su honor.

Una nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.

Viernes Santo

El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.

La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por nosotros".

La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de la Edad Media. Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.


Celebración de la pasión del Señor. 
La celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde, alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.


Liturgia de la palabra. 

La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan para escuchar las lecturas.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según s. Juan 18, 1 - 19, 42

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ –«Yo soy.» 
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy» retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ –«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar ando a éstos. »
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste. »
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ –«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. –«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. –«No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, por que hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+ –«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado con-tinuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. –«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ –«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. –«¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. –«No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. –«¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. –«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. –«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. –«No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que habla dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. –«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ –«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. –«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. –«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. –«A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. –«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. –«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. –«Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. –«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S. –«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. –«¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. –«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ –«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. –«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. –«Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. –«¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. –«No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba morir, escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.»
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. –«No escribas "El rey de los judíos", sino "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos".»
C. Pilato les contestó:
S. –«Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. –«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca. »
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ –«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ –«Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ –«Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una cana de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ –«Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.



JUEVES SANTO, 13 ABRIL 2017

Éxodo 12, 1-8. 11-14

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
–«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto.
Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones."»

Salmo

Sal 115, 12-13. 15-16be. 17-18 R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas, R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26

Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
–«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
–«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15


Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
–«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó:
–«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo:
–«No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó:
–«Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo:
«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo:
–«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. »
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.»
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
–«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
 Pan y vino: ningún día como hoy debe resaltarse el pan y el vino, como elementos de una estructura del signo eucarístico, donde destaca su carácter de banquete pascual. Por eso, hoy debería hacerse una especial presentación de ofrendas de pan y vino (comunión bajo las dos especies), y el pan podría tener más figura de pan. De este modo, se expresa mejor lo propio de la última cena, se manifiesta la grandeza del amor de Dios en la humildad de los signos, se expresa la unidad eclesial. Pues, como dice la Didajé (s. I): «Como este pan partido, esparcido antes por los montes, ha sido recogido y se ha hecho uno, así tu Iglesia sea reunida en tu reino, desde los confines de la tierra».

— Lavatorio de los pies: en un principio, este gesto fue interpretado como un gesto de iniciación - purificación bautismal. Por eso se repetía durante la Vigilia Pascual. Pero al difundirse en Europa la liturgia romana (s. VII-VIII), se comienza a realizar este rito en los monasterios, lavando los pies a los pobres, como signo de humildad y fraternidad. El concilio XVII de Toledo (a. 694) determinaba que todo obispo y sacerdote realizara este rito el jueves santo con sus dependientes, imitando el ejemplo de Cristo. Mientras el Misal de Pío V (1570) prevé el lavatorio después de la misa, la reforma actual (1970) lo coloca después de la homilía. En verdad, lo importante es la elocuencia y el sentido profético que el gesto comporta, conmemorando la actitud y el ejemplo de Cristo. «Lavar los pies», es la expresión de una actitud radical de servicio y amor, de igualdad y fraternidad, que debe manifestarse en toda la vida del cristiano. Con este gesto, Jesús muestra su amor hasta el extremo (Jn 13,1 ss; 15, 13) y ejemplifica el amor que quiere de sus amigos.

— Reserva de la eucaristía-monumento: la reserva del pan eucarístico está destinada sobre todo al servicio de los enfermos (comunión) o de los moribundos (viático) o de aquellos que no han podido participar en la eucaristía. Pero la reserva de este día (que se extiende entre el s. XIII - XIV como expresión de la devoción eucarística) tiene también otros sentidos, como son: la admiración, contemplación y adoración del misterio de la eucaristía, como misterio de entrega y amor; la significación de la originalidad de una despedida que es al mismo tiempo permanencia, de una marcha que implica un nuevo quedarse con los amigos. Tal vez ningún día como hoy aparece con tanta claridad que, si el amor de Cristo permanece, la eucaristía no puede ser otra cosa que el «sacramento permanente» (sacramentum permanens). Una permanencia que, sin embargo, señala e invita a la apertura y esperanza, ya que es también prenda y anticipo del banquete escatológico del Reino: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11,26).


— El despojo de los altares: este rito, cuyo origen puede situarse hacia el s. VII, quiere expresar el despojo y expolio de Cristo que, apresado, es abandonado por los suyos.

MIÉRCOLES SANTO

Libro de Isaías 50,4-9.

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.
Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34.

Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.
Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús. 

Para vivir esta Palabra


La comunidad cristiana vio a Jesús descrito en esos cantos del Siervo. Su entrega hasta la muerte no es inútil: así cumple la misión que Dios le ha encomendado, al solidarizarse con toda la humanidad y su pecado.

En el evangelio leemos de nuevo la traición de Judas, esta vez según Mateo, ya que ayer habíamos escuchado el relato de Juan. Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Ex 21,32).



Terminando ya la Cuaresma -concluirá mañana, Jueves Santo, por la tarde, antes de la Misa vespertina- y en puertas de celebrar el misterio de la Pascua del Señor, junto a la admiración contemplativa de su entrega podemos aprender su lección: mirarnos en el Siervo de Isaías y sobre todo en Jesús, que cumple en plenitud el anuncio.



¿Somos buenos oyentes de la palabra, tenemos ya de buena mañana «espabilado el oído» para escuchar la voz de Dios? ¿somos discípulos antes de creernos y actuar como maestros?



Y luego, cuando hablamos a los demás, ¿es para «decir una palabra de aliento a los abatidos»? Es lo que hizo Cristo: escuchaba y cumplía la voluntad de su Padre y, a la vez, comunicaba una palabra de cercanía y esperanza a todos los que encontraba por el camino. ¿Sabemos ayudar a los que se hallan cansados y animar a los desesperanzados? ¿Estamos dispuestos a ofrecer nuestra espalda a los golpes cuando así lo requiere nuestro testimonio de discípulos de Cristo? ¿a recibir los insultos que nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio? ¿o sólo buscamos consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo?



También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿quién podrá contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a él.



martes SANTO, 11 abril



Isaías 49, 1-6



Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»


Salmo


Sal 70.  R. Mi boca contará tu salvación, Señor.



A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R/.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.


Evangelio: san Juan 13, 21-33. 36-38



En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: - «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: - «Señor, ¿quién es?» Le contestó Jesús: - «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.» Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: - «Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.» Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: - «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir"» Simón Pedro le dijo: - «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: - «Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde.» Pedro replicó: - «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.» Jesús le contestó: - «¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»


Para vivir esta Palabra

Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos.
También en él podemos constatar la «crisis» que se notaba en el canto de Isaias. Jesús no tuvo aparentemente muchos éxitos. Algunos creyeron en él, es verdad, pero las clases dirigentes, no. Hoy escuchamos que uno le va a traicionar: lo anuncia él mismo, «profundamente conmovido». También sabemos qué van a hacer sus seguidores más cercanos: uno le negará cobardemente, a pesar de que en ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». Los otros huirán al verle detenido y clavado en la cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en sus labios: «¿no habéis podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad «era de noche». A pesar de que él es la Luz.
3. Nuestra atención se centra estos días en este Jesús traicionado, pero fiel. Abandonado por todos, pero que no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios».
A la vez que admiramos su camino fiel hacia la cruz, podemos reflexionar sobre el nuestro: ¿no tendríamos que ser cada uno de nosotros, seguidores del Siervo con mayúsculas, unos siervos con minúsculas que colaboran con él en la evangelización e iluminación de nuestra sociedad? ¿somos fieles como él?
Tal vez tenemos momentos de crisis, en que sentimos la fatiga del camino y podemos llegar a dudar de si vale o no la pena seguir con la misión y el testimonio que estamos llamados a dar en este mundo. Muchas veces estas crisis se deben a que queremos éxitos a corto plazo, y hemos aceptado la misión sin asumir del todo lo de «cargar con la cruz y seguir al maestro». Cuando esto sucede, ¿resolvemos nuestros momentos malos con la oración y la confianza en Dios? ¿podemos decir con el salmo: «mi boca contará tu auxilio... porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza»?
Estos días últimos de la Cuaresma y, sobre todo, en el Triduo de la Pascua tenemos la oportunidad de aprender la gran lección del Siervo que cumple con radicalidad su misión y por eso es ensalzado sobre todos.



LUNES SANTO, 10 abril


Isaías 42, 1-7

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.» Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella: «Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

Salmo

Sal 26, 1. 2. 3. 13-14 R. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen. R/.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? .» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: - «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.» Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Para vivir esta Palabra

Jesús es el Siervo verdadero. El enviado de Dios para anunciar su salvación a todos los pueblos. El Mesías que demuestra ser el Siervo entregando su propia vida por los demás.

El pasaje que hemos leído en Isaías resuena casi al pie de la letra en los relatos que los evangelistas nos hacen del bautismo de Jesús en el Jordán: también allí se oye la voz de Dios diciendo que es su siervo o su hijo querido, y aparece el Espíritu sobre él, y empieza una misión de justicia y buena noticia.

También de él se puede decir que no quebró la caña que estaba a punto de romperse, sino que se mostró siempre lleno de paciencia y tolerancia (no como Santiago y Juan, que quieren hacer llover fuego del cielo sobre el pueblo que no les recibe, o como Pedro, que saca su espada y hiere a los que detienen al Maestro). Más tarde Pedro, con un conocimiento mucho más profundo de Jesús, podrá decir que «pasó haciendo el bien» (Hch 10).

También de él se podrá decir que devolvió la vista a los ciegos y se preocupó de liberar de sus males a toda persona que encontraba sufriendo. Y de esto somos más conscientes precisamente en vísperas de celebrar el Triduo de su muerte en la Cruz y su resurrección a la nueva existencia.


Ayer celebrábamos con él su entrada en Jerusalén, con un gesto decidido de asumir sobre sus hombros el destino que nos hubiera correspondido a nosotros. El Siervo camina hacia su muerte. Con unción previa incluida. Nuestros ojos estarán fijos en él estos próximos días, llenos de admiración. Dispuestos a imitar también nosotros, en su seguimiento, sus mismas actitudes de fidelidad a Dios y de tolerante cercanía para con los demás. Dispuestos a vivir como él «entregados por».



9 abril, DOMINGO DE RAMOS



"NADA LO PUDO DETENER

La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.

Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.

Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.

Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.

Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo. 

 Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempreSeguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseablesSi terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.

Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.

Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiemposEn este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos. 

José Antonio Pagola 



EVANGELIO  
Mateo 26, 14-27,66 (Es aconsejable leer y reflexionar sobre el texto completo)




"Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: - ¡Salve, rey de los judíos! 
Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.


Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.


Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: - Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.


Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: - A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?


Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.


Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: - Elí, Elí, lama sabaktaní. Es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.


Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: - A Elías llama éste.


Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
 - Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu." (j.a pagola)

Isaías 50,4-7:

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo 21R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.

Segunda lectura

del apóstol san Pablo a los Filipenses 2,6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Evangelio 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26,14–27,66


C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.»
C . Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. «Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días."»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos." La última impostura sería peor que la primera.»
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

8 abril, SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

Ezequiel 37, 21-28

Así dice el Señor: «Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones adonde marcharon, voy a congregarlos de todas partes y los voy a repatriar. Los haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías. No volverán a contaminarse con sus ídolos y fetiches y con todos sus crímenes. Los libraré de sus pecados y prevaricaciones, los purificaré: ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos, poniéndolos por obra. Habitarán en la tierra que le di a mi siervo Jacob, en la que habitaron vuestros padres; allí vivirán para siempre, ellos y sus hijos y sus nietos; y mi siervo David será su príncipe para siempre. Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.»

Salmo

Salmo Jr 31, 10. 11-12ab. 13 R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño.» R/.
Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.
Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,45-57

En aquél tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: - «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.» Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: - «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.» Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: - «¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Para vivir esta Palabra



Dentro de una semana estaremos ya en el corazón de la Pascua: estaremos meditando junto al sepulcro de Jesús.
Pero el sepulcro no es la última palabra. Hoy el profeta nos pregona el programa de Dios, que es todo salvación y alegría:
- Dios quiere restaurar a su pueblo haciéndole volver del destierro,
- quiere unificar a los dos pueblos (Norte y Sur, Israel y Judá) en uno solo: como cuando reinaban David y Salomón,
- lo purificará y le perdonará sus faltas,
- les enviará un pastor único, un buen pastor, para que los conduzca por los caminos que Dios quiere,
- les hará vivir en la tierra prometida,
- sellará de nuevo con ellos su alianza de paz
- y pondrá su morada en medio de ellos.
¿Cabe un proyecto mejor?
Es también lo que dice Jeremías, haciendo eco a Ezequiel, en el pasaje que nos sirve de canto de meditación: «el Señor nos guardará como pastor a su rebaño... el que dispersó a Israel lo reunirá... convertiré su tristeza en gozo».

El desenlace del drama ya se acerca. Se ha reunido el Sanedrín. Asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús.

Caifás acierta sin saberlo con el sentido que va a tener la muerte de Jesús: «iba a morir, no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios dispersos». Así se cumplía plenamente lo que anunciaban los profetas sobre la reunificación de los pueblos. La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad.

La lectura del profeta parece más un pregón de fiesta que una página propia de la Cuaresma. Y es que la Pascua, aunque es seria, porque pasa por la muerte, es un anuncio de vida: para Jesús hace dos mil años y para la Iglesia y para cada uno de nosotros ahora. Dios nos tiene destinados a la vida y a la fiesta.
Los que no sólo oímos a Ezequiel o Jeremías, sino que conocemos ya a Cristo Jesús, tenemos todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la Pascua que Dios nos concede.
Porque es más importante lo que él quiere hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones.

¿Estamos dispuestos a una Pascua así'? En nuestra vida personal y en la comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar» una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere resucitar a nosotros? ¿se notará que le hemos dejado restañar heridas y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de vida lo que estaba árido y raquítico?