10 noviembre 2012, sábado. XXXI semana Tiempo ordinario

Pablo a los Filipenses 4,10-19:

Me alegré muchísimo en Cristo de que ahora por fin pudierais expresar el interés que sentís por mí; siempre lo habíais sentido, pero os faltaba la ocasión. Aunque ando escaso de recursos, no lo digo por eso; yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. Vosotros, los filipenses, sabéis además que, desde que salí de Macedonia y empecé a predicar el Evangelio, ninguna Iglesia, aparte de vosotros, me abrió una cuenta de haber y debe. Ya a Tesalónica, me mandasteis más de una vez un subsidio para aliviar mi necesidad; no es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta. Éste es mi recibo: por todo y por más todavía. Estoy plenamente pagado al recibir lo que me mandáis con Epafrodito: es un incienso perfumado, un sacrificio aceptable que agrada a Dios. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús.


Salmo                                    R/. Dichoso quien teme al Señor

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo. R/.
Su corazón está, seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.


Evangelio según san Lucas 16,9-15:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.»
Oyeron esto los fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él.
Jesús les dijo: «Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta.» 


DE LA PALABRA DEL DIA
Me alegré mucho en el Señor. Flp 4,10
¿Cómo vivir esta Palabra?
Muchas veces en la carta a los Filipenses, sale la alusión a la alegría: alegría de Pablo que se siente tocado y casi envuelto por la solicitud de esta comunidad por él particularmente querida; por ello es  una invitación a la alegría dirigida a la misma. Pero también es una alegría en la que se enlazan motivos diversos, que encuentra su plena consistencia  “en el Señor” del que el mismo Pablo da indirectamente la explicación.
Pablo se alegra por el don recibido, no tanto porque éste lo consuela en sus presentes angustias debidas al estado de prisionero en el que se encontraba, sino por el vínculo de reconocido afecto que liga la comunidad a su persona de apóstol y que  revierte en Dios. Es sobre todo la caridad que ello revela y que hace a los Filipenses agradables a los ojos de Dios lo que lo hace exultar de alegría. La gratuidad del don no queda oculta al Dador de todo bien, que sin duda no se dejará vencer en generosidad y los recompensará  regiamente.
¡Qué distinta es esta alegría de aquella que nace y se agota  en la saciedad inmediata y egoísta de los deseos y pulsiones personales! Una alegría centrada en nosotros mismos termina encerrándonos en el agujero angosto de nuestro yo, siempre en búsqueda afanosa de gratificaciones  que después nos dejan insatisfechos. En efecto, cada vez, que nos retiramos apretando en el puño  el pedazo de alegría que se nos ofrece lo destruimos, mientras que toda vez que abrimos la mano para compartirlo lo vemos difundirse en nuestro entorno.
No sea ya más la pequeña egoísta alegría para consumir a la sombra de mi yo la que me inunde, sino aquella que leo en la mirada de quien me está diciendo  con su don: “te quiero”, casi eco de otra voz que me está llamando a una vida superior: “He venido  para que mi alegría  esté en ti y tu alegría sea plena”. Me doy cuenta entonces que ella, mi alegría,  es sólo un rayo que me habla del Sol: el rayo puede agotarse pero su Fuente no, seguirá alumbrándome siempre.

Es a esa alegría a la que quiero abrir mi corazón. Por esto, hoy me expondré al Sol  de Dios y también durante el tiempo que  dedico a los demás  trataré de  mantenerme bajo  él,  para así refractar sus rayos sobre cuantos me aproximo.
Señor, has venido para mi alegría, y yo he reducido tu venida a una llamada que a veces  termina pesándome porque tiene sabor a cruz. Si finalmente me decidiese a pasar la mirada del leño de la cruz a tu rostro que me dice sin sombra de equívoco: “Tú eres precioso a mis ojos, y yo te amo”, mi vida se transformaría en un canto de alegría  que no podría sino ser contagiosa. Señor,  que yo inunde el mundo de tu alegría.

La voz de un doctor de la Iglesia
¿Quién nos puede dar así la alegría sino aquel que ha creado todas  las cosas  que son la fuente de la alegría?               
                                                                                                        San Agustín